“La arqueología, a partir de sus técnicas y metodologías, contribuye a detectar, registrar y recuperar las evidencias del exterminio y las prácticas genocidas. En Argentina la arqueología irrumpe hacia inicios del tercer milenio con cuatro experiencias que comienzan casi paralelamente” dijo a El Ojo de la Tormenta, Víctor Ataliva*, en esta entrevista en la que explica y comenta los alcances y la función de la arqueología en la mirada retrospectiva sobre las acciones del terrorismo de estado; enfatizó que “entre los años 2000 y 2002 los equipos que realizaron las intervenciones en el Pozo de Rosario, Club Atlético en la CABA y Mansión Seré en Morón, todos ex centros clandestinos de detención y en los que centenares de hombres y mujeres atravesaron la experiencia concentracionaria, y en Tucumán en el Pozo de Vargas, fueron los que introdujeron la arqueología como disciplina científica a las investigaciones, forenses o no, referidas a las violaciones a los derechos humanos durante los ’70”.

 

 -¿Qué es el Colectivo de Arqueología, Memoria e Identidad de Tucumán (CAMIT)?

 -El CAMIT es un equipo de investigación que aborda las materialidades y las consecuencias de las prácticas sociales genocidas. Se conforma hacia fines del año 2009 y algunos de sus integrantes tienen una trayectoria de más 15 años en pericias forenses en tanto fueron quienes iniciaron el trabajo en el Pozo de Vargas. En realidad, sus orígenes se remontan hacia inicios del tercer milenio, cuando junto a familiares de víctimas de la desaparición forzada en el período comprendido entre 1975 y 1983, sobrevivientes, militantes de Derechos Humanos y un grupo de estudiantes, graduados, docentes de la Carrera de Arqueología (Facultad de Ciencias Naturales e I. M. Lillo, Universidad Nacional de Tucumán) comenzamos una importante experiencia de interacción, que fue clave para la conformación, un año y medio después, del equipo que denominamos Grupo Interdisciplinario de Arqueología y Antropología de Tucumán (GIAAT). En otras palabras, los orígenes de la arqueología forense en Tucumán comienzan a gestarse entre los años 2000 y 2001, con decenas de reuniones y un primer trabajo colectivo: requeríamos conocer con precisión la cantidad de desaparecidos y desaparecidas en y de Tucumán. En ese contexto, hacia fines del año 2001 ingresamos por primera vez a la Finca de Vargas.

 

 

-¿Cómo se descubre el Pozo de Vargas?

 -Precisamente, como resultado de ese primer período de gestación de un espacio en el que confluían los requerimientos y los saberes de familiares y militantes, hacia fines de 2001 visitamos el predio. Tres personas fueron claves para ello: Pedro Mercado, Juan Carlos Díaz y Santos Molina. Fuimos con Patricia Arenas, Sara López Campeny, Eduardo Ribota y Estela Noli. De esa visita surge un informe técnico que proponía lo que, desde una perspectiva arqueológica, se debía realizar a los fines de confirmar o no, lo que sostenían los testigos: que en el lugar existía un pozo y que allí, en su interior, se hallaban los cuerpos de hombres y mujeres víctimas de la desaparición forzada.

En realidad circulaba la información de la existencia del pozo mucho antes del hallazgo, sin embargo fueron ellos quienes con precisión y argumentos señalaron el lugar… Y esto también es importante para pensar los procesos de memoria en contextos traumáticos como los que trabajamos… Transcurridas casi tres décadas, hasta el año 2001, los testigos conservaban las referencias materiales a partir de las cuales ubicar el pozo y pacientemente esperaron durante años el momento adecuado para pronunciarse… Es importante recordar que durante la segunda mitad de la década de 1990, el posteriormente condenado por genocidio, Antonio D. Bussi, gobernaba la provincia y que, durante toda la década de los 90, las políticas públicas del Estado sostenían la teoría de los dos demonios y los militares condenados en los 80 ya habían sido indultados… es decir, durante los 90. evidentemente el contexto no posibilitaba avanzar con denuncias y trabajos que tuvieran como fin la búsqueda, en Tucumán, de los lugares de inhumación.

 

 

-Y tampoco se había conformado ningún equipo en Tucumán… ¿Cómo fue la experiencia de participar en la constitución de un equipo local, desde lo personal y colectivo?

 -Fue una experiencia ampliamente positiva… desde ambas perspectivas. De hecho, cuando en el año 2000 iniciamos ese camino de compartir espacios de reunión e inquietudes con ex militantes, abogadas querellantes, familiares, organismos e integrantes de la Carrera de Arqueología, jamás imaginábamos que, casi veinte años después, tan sólo en un lugar, el Pozo de Vargas, recuperaríamos a 88 hombres y 20 mujeres.

Desde lo estrictamente personal, al menos dos preguntas rondaban intensamente por entonces. Por un lado, y desde mi ya lejana juventud, tenía muy presente la monumental obra de Osvaldo Bayer, La Patagonia rebelde. No recuerdo en que tomo, Bayer exponía fotos de los obreros patagónicos asesinados… mejor dicho, restos humanos que correspondían a esos hombres, apenas enterrados o cubiertos por unas rocas… Bueno, siempre me pregunté ¿cómo puede ser que con tantos proyectos de investigación en el sur, nadie haya abordado desde la arqueología, lo ocurrido en Patagonia? Por otro lado, también me preguntaba, para el caso concreto de Tucumán, los motivos por los que siendo una provincia donde la represión, la persecución política y la desaparición atravesó de manera sistemática a miles de familias desde un momento muy temprano (inicios del ‘75) y existiendo una Carrera de Arqueología, aún no se había concretado ninguna intervención arqueológica o ningún proyecto que contribuyera a dar respuestas sobre lo ocurrido durante el Operativo Independencia y la última Dictadura cívico-militar.

Desde lo colectivo, participar con otros estudiantes, docentes y graduados de la Carrera de Arqueología en la conformación del primer equipo pericial tucumano, el GIAAT, fue muy importante. Primero, porque de alguna manera, pude responder esas preguntas e inquietudes personales que mencioné anteriormente. Segundo, porque hubo mucho esfuerzo de cada integrante por no reproducir hacia el interior del equipo las confrontaciones del “entorno arqueológico”. Por entonces la arqueología tucumana aún estaba fracturada por diferencias entre el Instituto de Arqueología y Museo (IAM) y el Instituto Interdisciplinario de Estudios Andinos (INTERDEA). En el GIAAT confluían integrantes de ambos institutos y, de muchas maneras, las diferencias se matizaban allí en pos de objetivos concretos… es decir, contribuir a dar respuestas a la Justicia Federal de Tucumán pero, principalmente, a los familiares de hombres y mujeres víctimas de la desaparición forzada. Porque, después de todo, siempre tuvimos claro que trabajábamos para ellos.

La experiencia giatera (2002-2009) permitió, en muchos sentidos, nuevas formas de pensar la arqueología, el trabajo de campo y gabinete, las relaciones interinstitucionales, etc.; de hecho el impacto de esta experiencia fue tan importante que posibilitó generar un nueva línea de trabajo e investigación a escala local. Toda aproximación actual –ya sea pericial o académica– a las materialidades de las prácticas genocidas en Tucumán es deudora de esa primera experiencia iniciada a comienzos del tercer milenio. Y este aspecto es realmente importante porque, para el caso de Tucumán, es factible postular la conformación de un espacio de investigación autónomo, generado a partir de requerimientos y necesidades locales. Aquí no hubo orígenes míticos, deidades tutelares ni padrinos consagrados para la conformación del equipo.  

 

 

-¿Quiénes integran actualmente el CAMIT?

-Desde hace tres años contamos con un plantel estable. Ruy Zurita, Gema Huetagoyena Gutiérrez, Aldo Gerónimo, Luciano Rodrigo Molina, Andrés Romano, Julia Lund, Sergio Cano, Ricardo Fabio Srur y Alejandro Leiva.

 

 

-¿Cómo es la relación con otros equipos de Argentina? ¿Y con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF)?

-Excelente con la mayoría. Desde el CAMIT establecimos relaciones interinstitucionales forjadas en objetivos comunes, compartiendo actualmente espacios de intercambio siempre que los recursos lo permitan. Mucho de lo realizado desde el 2009 por nuestro equipo tiene que ver con lo autogestivo. Por ejemplo, en poco tiempo publicaremos un libro que reúne los trabajos y reflexiones sobre las prácticas genocidas en Argentina, Uruguay, España, México y Paraguay. El libro es el resultado tanto de las relaciones entabladas con otros equipos, docentes, investigadores, entre otros, como de los recursos gestionados por el CAMIT.

Con el EAAF la relación es estrictamente técnica, en otras palabras, no tenemos relación directa o, en todo caso, la relación está mediada por la Justicia Federal. Por ejemplo, al estar a cargo de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas, son quienes administran la base de datos genética de los detenidos desaparecidos, por lo tanto, todas las evidencias óseas recuperadas en el Pozo de Vargas (y en cualquier parte de Argentina) son enviadas al EAAF para su análisis genético. Ellos son quienes realizan la identificación nominal vía análisis de ADN.

 

 

-¿Por qué se trabaja en este ámbito desde la arqueología? ¿Qué información se puede obtener a partir de los estudios que realizan?

 -La arqueología, a partir de sus técnicas y metodologías, contribuye a detectar, registrar y recuperar las evidencias del exterminio y las prácticas genocidas. En Argentina la arqueología irrumpe hacia inicios del tercer milenio con cuatro experiencias que comienzan casi paralelamente. Entre los años 2000 y 2002 los equipos que realizaron las intervenciones en el Pozo de Rosario, Club Atlético en la CABA y Mansión Seré en Morón, todos ex centros clandestinos de detención y en los que centenares de hombres y mujeres atravesaron la experiencia concentracionaria, y en Tucumán en el Pozo de Vargas, fueron los que introdujeron la arqueología como disciplina científica a las investigaciones, forenses o no, referidas a las violaciones a los derechos humanos durante los ’70. Hasta estas cuatro intervenciones la arqueología solamente era concebida, a lo sumo, como auxiliar de la antropología. Está claro que emplear una pala o un retroexcavadora no implica necesariamente una intervención arqueológica e incluso realizar una exhumación –o miles– tampoco lo es. Pues bien, es posible sostener, entonces, que recién a partir del año 2000 la arqueología ingresa, y creo que para instalarse definitivamente, en el ámbito de los Derechos Humanos. Y es así porque hasta el año 2000 no se habían realizado investigaciones arqueológicas en los ex espacios de reclusión ni relevado ninguna inhumación clandestina en Argentina (el Pozo de Vargas fue la primera hallada en el país), no se habían analizado las evidencias materiales de manera sistemática y desde una perspectiva arqueológica, por ejemplo, avanzando con análisis estratigráficos horizontales y verticales, determinando los “procesos de formación de sitio” para dar cuenta, principalmente, de la intencionalidad de destruir y ocultar los indicios del exterminio y, por supuesto, contribuir al hallazgo de los restos humanos y las evidencias asociadas (desde todo tipo de indumentaria hasta proyectiles, etc.).

Ahora bien, la arqueología es importante, pero tampoco podemos pasar de la subestimación de los ‘80 –‘90 a una sobrevaloración en el 2019… lo que quiero decir es que la arqueología es una caja de herramientas en una gran estantería científica y de saberes técnicos donde se encuentran otras cajas: la antropología, la historia oral, la sociología, la bioantropología, la genética, las geociencias, la informática, etc.; esto es, el abordaje técnico y científico de las prácticas genocidas conlleva necesariamente el trabajo inter y multidisciplinario, donde la arqueología no es más ni menos relevante que otras disciplinas.

 

 

-Y también requiere de la sociedad y otras instituciones….

-Exacto. Uno puede tener toda la estantería lista y las cajas en su lugar… pero los primeros pasos siempre fueron de los familiares, sobrevivientes y ex militantes… Las experiencias, al menos de los proyectos a largo plazo en Argentina como los mencionados (el Pozo de Rosario, Club Atlético, Mansión Seré y Pozo de Vargas), partieron de los requerimientos e inquietudes de familiares y organismos de Derechos Humanos y fueron con ellos que estos proyectos pudieron concretar objetivos programáticos y cuyos resultados son innegables, concretos, tangibles. Además de contribuir a los procesos de memoria, estos proyectos posibilitaron recuperar las trayectorias de vida de hombres y mujeres que atravesaron la experiencia concentracionaria e identificar, como el caso del Pozo de Vargas, hasta el momento a 108 personas, es decir, se pudieron dar respuestas a unas cien familias de Tucumán, Catamarca, Salta, Santiago del Estero, Jujuy, Córdoba, Mendoza y Buenos Aires.


-¿Cuál es el futuro de la arqueología en estos contextos?

Complejo. En Argentina creo que hay que señalar al menos, tres posibles caminos. Esta es una perspectiva absolutamente personal y no necesariamente es compartida por el resto del equipo. Por un lado están los proyectos de investigación que abordan las prácticas genocidas materializadas en los ex espacios de reclusión. A partir de ellos se pueden indagar, por ejemplo, las motivaciones y estrategias de las fuerzas genocidas para diseñar sus paisajes de exterminio, represión y control social; las relaciones entre los distintos CCD; las condiciones para llevar adelante el exterminio, etc., todos aspectos que dejaron improntas materiales, evidencias documentales y testimonios.

Un ejemplo de lo anterior es el trabajo realizado por el CAMIT en el predio militar Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga. Allí nuestro equipo pudo demostrar, y así consta en el expediente, a partir del análisis de los testimonios y de las fotografías aéreas y también con el trabajo en terreno, la dinámica de funcionamiento del predio durante el período que funcionó como CCD. De hecho, fue el primer equipo que trabajó en Tucumán en el interior de un espacio de reclusión. Me refiero al Galpón N° 9. Allí, el CAMIT pudo comprobar, desde las evidencias relevadas durante las intervenciones arqueológicas, que efectivamente dicha instalación fue empleada para recluir clandestinamente a cientos de hombres y mujeres. Más allá de los testimonios, por supuesto que claves para reconstruir lo ocurrido en Arsenales, la comprobación empírica de la función del Galpón vino de la mano de la arqueología… de las evidencias de cada una de las celdas relevadas, de cada tabique que separaba y aislaba a las personas secuestradas allí.

Por otra parte, y referido a la búsqueda de hombres y mujeres detenidos-desaparecidos, es un camino que se fue complejizando aún más en estos últimos años tres años. Desde el CAMIT pudimos avanzar en Tucumán, también trabajamos durante el año 2016 en Chaco y Corrientes. Sin embargo hemos notado, al menos dos aspectos que se intensificaron recientemente. Por un lado, la omnipresencia del EAAF y las relaciones asimétricas que entablan con otros equipos resulta tan obscena como intolerable. Es, sin dudas, el equipo más importante del mundo. Sin embargo parece que Argentina es demasiado chica para que otros equipos trabajen estos temas… De hecho, el único equipo que perduró y pudo avanzar en la búsqueda durante esta década y obtuvo resultados, fuimos nosotros, el CAMIT. Pero estimo, desgraciadamente, que en el futuro el monopolio del EAAF será absoluto. Por otro lado, aparentemente para la Justicia Federal y las distintas Fiscalías, la prioridad ya no es la búsqueda de hombres y mujeres. Todo dependerá, una vez más, de los familiares y querellantes, de la presión que ejerzan para sustanciar nuevas causas o instancias de búsqueda.

Y, finalmente, un tercer camino. Una vía casi inexplorada en este tipo de investigaciones. En los últimos años vienen desarrollándose en Europa, y recientemente en Argentina, investigaciones específicas referidas a las evidencias de las confrontaciones militares. En esto quiero ser claro para evitar confusiones. No estoy hablando de una arqueología de lo bélico ni de campos de batalla para este período. Esencialmente, porque no hubo una guerra, sino persecuciones, secuestros y asesinatos de miles de personas. Me refiero a una arqueología que podría indagar sobre casos muy concretos de confrontaciones, por ejemplo, en el sur tucumano con la actuación del ERP-PRT o en ciertos operativos a cargo de las fuerzas represivas en el ámbito urbano y que implicaron enfrentamientos y que aún no fueron investigados desde una perspectiva arqueológica. Sin embargo este campo es muy acotado, pero tiene la ventaja de no requerir necesariamente de la Justicia Federal.

En otras palabras, este tercer camino como el primero (es decir, las investigaciones en los CCD) apuntan al desarrollo de una arqueología académica sobre estos temas más que una arqueología forense, sin embargo ello no implica negarles relevancia ni la posibilidad de que lo generado en esos proyectos pueda ser posteriormente judiciable.

 

* Especialista en Estudios Culturales (UNSE). Co-fundador del GIAAT (2002) y del CAMIT (2009). Integrante del Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES, UNT-CONICET). Actualmente abocado a proyectos que relacionan el patrimonio industrial, los procesos de memoria y los saberes locales.