A lo largo de la historia de la humanidad, son numerosos los inventos e innovaciones que introdujeron cambios sustanciales en las relaciones sociales, entre ellos, me vienen a la mente, la capacidad de generar y manipular el fuego, el sedentarismo, la domesticación de animales y plantas, el surgimiento de la desigualdad social -que sí, es un invento-, la industrialización, el transistor, y muchos otros… pero al final de esta lista yo pondría la invención de Internet y el creciente acceso a dispositivos y servicios que posibilitan su uso. 

Todas aquellas -y muchas otras- implicaron cambios y continuidades que afectaron -ya sea para bien y/o para mal- los modos de relacionarse con un “Otro” que, a lo largo de la historia, ha ido tomando una diversidad de formas y nombres: por ilustrar simplemente un punto, basta con tomar en consideración la naturaleza de las relaciones sociales durante los regímenes feudales y cómo el proceso de industrialización impactó sobre la valoración del trabajo humano, causando ciertos “derivados” sobre las economías domésticas y la restricción para “mudarse de clase”, entre otras cosas.

¿A qué voy con todo esto? Las relaciones humanas siempre se enmarcan en códigos diversos, que indican lo posible, lo probable y lo imposible: códigos en forma de sistemas económicos, códigos legislativos, códigos de etiqueta, códigos lingüísticos. ¿Esto significa que somos presos de sistemas hechos de sistemas? No lo sé, y ésta es una discusión que inició hace varias décadas (quizás como respuesta a los Estructuralismos, pero ese es otro tema) y que hoy en día cuenta con un conjunto de posturas muy variadas. Pero ¿entonces qué? Mi punto es destacar dos cosas: la primera, los marcos referenciales son parte de la historia de la humanidad y posibilitan un intercambio regulado entre las personas; la segunda, nunca han sido ni serán invariables. 

 Con respecto a esto último… hay una herencia -no-sé-de-qué-época- de creer en una verdad absoluta. A veces pienso que hay una suerte de confusión entre la ‘naturaleza’ del mundo material y la de los entornos culturales. Ciertamente están entrelazados y pero sus modalidades son distintas (al menos, hasta donde sabemos).  Pero ¿existe una única verdad en el mundo humano? Por lo menos yo, me inclino más hacia las subjetividades. Esto no desacredita el debate, más bien, lo alienta, pero siempre enmarcado por ese código de derechos humanos (que, lamentablemente, están lejos de ser inalienables en ciertos ámbitos)...

Pero el Siglo XXI trae eso que parió su antecesor, y lo refina: estamos empezando a generar esos códigos de interacción que se animan a poner en cuestión cosas, incluso cuando algunas de ellas (pareciera mentira) ponen en riesgo la vida del ‘cuestionador’. Aquí se debate el derecho a ser y a no ser, y el peso de las obligaciones que se adosan al Ser al tradicional modo del pecado heredado: por el solo hecho de nacer se debe ser, y se debe no-ser… y se debe. Aquello también se está cuestionando. 

Y en medio de tanto debate, la Filosofía se vuelve una herramienta imprescindible, se brinda a sí misma al ciudadano promedio, que ahora tiene una voz con más agencia ante el mundo: una voz electrónica, una red social, un foro en algún diario, un canal de videos, etc.

Instantaneidad : conectividad : redes

Y entonces vos, y yo, y el vecino, y la dueña de la pizzería de la esquina, y los amigos de tus ex parejas, y tus compañeros de trabajo, todos reciben el famoso mensaje inmediatamente después de la simplicidad de un clic. E incluso pagamos por mejorar esa conectividad: más rápida para subir, más rápida para bajar, más instantánea. 

Y todo eso es buenísimo, porque ya no hace falta que seas el hijo-de-quién, o el dueño-de-qué para que tu voz sea escuchada. Y tampoco hace falta esperar que el sistema postal, que el telegrama. En otras palabras: agencia en tiempo, agencia en espacio. Con mi clic llego a Holanda y a la red social de mi perro. Multivocalidad. (Aunque he de pasar por alto toda aquella cuestión de la ‘supervisión institucional’ de los medios. No es mi punto en este caso.)

Entonces viene el fenómeno que muchos Baby Boomers comenzaron a notar durante el período de cuarentena, pero que es agua de los peces Millennials y Centennials en general: hay de todo y para todos los gustos a toda hora y en todo lugar:

¿Querés cocinar?: tutorial/receta   

¿Querés aprender electrónica? Plataforma de videos 

¿Querés interactuar con gente que sabe de numismática? Foro

¿Recital online?

¿Panqueques sin TACC?

¿Arreglar el calefón?

Y la lista sigue…

Estamos inmersos en un mundo repleto de información. 

Sin ir más lejos, googleé “mapa de internet” y obtuve al instante lo siguiente: “El mapa global de internet del año 2018) de Telegeography (https://www2.telegeography.com/map-services). 

 

 

Tenemos atravesado el planeta con cableados submarinos, aéreos, subterráneos, conexiones inalámbricas, satélites… todo un aparataje sumamente útil para sustentar la libertad de expresión, el acceso a la información y su transparencia y los espacios de participación colectiva, tal como destacaba Frank La Rue en las Naciones Unidas, allá por el año 2011.

Y entonces: todos podemos publicar /casi/ todo y a todos nos llegan los mensajes, las cadenas, los reportes periodísticos, los libros digitales, las películas, el señor que grabó el disparo, la señora que se sacó la foto en el monumento… materia prima para la Posverdad. 

Ese término, usado ya desde los ’90, y refinado a tal punto que el filósofo Grayling terminó caracterizando como ‘Mi opinión vale más que los hechos’ en una entrevista para la BBC. Es más, Grayling destacaba ya, por el 2017, esta cuestión con el mundo hiperconectado, llamando la atención sobre aquella “incapacidad de distinguir la realidad de la ficción” y cómo esto vulnera los sistemas democráticos. 

Y en este punto vuelvo a la idea de los códigos. Allá atrás, en la historia de los pensadores, está Platón, destacando cuánto afecta la escritura a la actividad pensante de los sujetos y el ejercicio de la memoria. Así, creería, que terminó ocurriendo. Y entonces el rol de los ‘memoriosos’ pasó a ser otro. Sin embargo, la contracara de este asunto vino de la mano con las bondades de estos sistemas de registro, su perdurabilidad, su transmisibilidad… en fin, el Yin y el Yang. 

¿Estaremos viviendo una versión 10.0 de aquello que destacó Platón en la Era del Acceso a la Información? Me animo a arriesgar un sí. Pero esta vez de otra manera, con un código distinto:

Las barreras del acceso a la información se están debilitando. Ni siquiera hace falta ir a la biblioteca, o tomarse el trabajo de buscar en un índice. Con una simple y elegante función de “buscar”, encontrás la palabra, la expresión, la frase del poema, lo que dijo el presidente el mes pasado. Y así, me permito la analogía del bosque, todos los frutos están al alcance de la mano. Ya no es tan necesario retener información, como saber dónde buscarla. A propósito de aquello, recuerdo ese dicho popular “lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe”. Pero así como ocurre con la supervivencia en un bosque, no todos los frutos son comestibles y tampoco tienen la misma aplicación.

Y aquí me permito realizar una crítica sobre un sistema de educación que nos enseña a retener y a repetir, que no incorpora -ingenuamente, esperemos- el principio de las fuentes, las posturas teóricas, la multiplicidad de pensamientos. Un sistema educativo anclado a las modalidades analógicas en un mundo que cada vez más se vuelca al bit. La necesidad en estos momentos, creo, está puesta no en fijar el dato, sino en saber cómo buscarlo, cómo atravesarlo con una postura crítica, y como entrelazarlo con otros. La riqueza humana va tendiendo, de a poco y de manera creciente, a entrelazar aquella información que ya está disponible 24 horas al día, 7 días a la semana. 

Pero ¿qué tiene que ver la escuela con las redes sociales? Creería que la respuesta está en los “modos de aproximarse a la información y la multiplicidad de usos que se le puede dar”. ¿Acaso esto invalida toda información que no provenga del ámbito científico? No. Pero cada información viene de un universo significante distinto, y por ello, tiene un modo particular de ser tratada.

Por ilustrar un punto, cómo es posible que un estudiante de secundaria recurra a un foro no-especializado cuando investiga para la clase de Ciencias y que no recurra a los artículos de difusión científica que hay disponibles en la web. Pero ese mismo estudiante es completamente capaz de rastrear en el mundo digital un archivo de video, elegir de qué servidor descargarlo, y quedarse con una copia en su computadora. Esto implica que el conocimiento técnico está disponible, lo que es fundamental es la adquisición del criterio. 

Y con respecto a esto último, se da en nuestros contextos contemporáneos una contradicción: 

 

Multivocalidad vs. criterio de validación por autoridad

 

 Mientras vamos por la vida posteando cosas, siguiendo gente, y dando likes, fomentamos la idea de que la voz del individuo promedio también vale. Pero se mantiene la creencia de que “aquel que está en tal posición” tiene más criterio que uno y más acceso a la información, por lo cual, lo que dice “debe ser cierto” (verbigracia, lo bien que ha funcionado la campaña de Trump). Y entonces la cuestión de la autoridad pierde peso. ¿Autoridad de qué y para qué? y aquí está la otra cuestión que suele ignorarse: “quién dice qué cosa y desde qué posición está hablando, cuáles son sus motivaciones”. No lo digo yo, lo dijo Bourdieu mucho antes: “objetivar al sujeto objetivante”, y con esto no estamos diciendo que nada vale y que todo vale, sino que todo acto comunicativo tiene su anclaje en un discurso. Es decir, no se puede tomar el texto como algo que flota, sin más, en el universo. Todo texto va con su contexto. 

Pero fuimos criados con aquella doble idea de que “lo que dice el libro es lo que vale” y que “existe una única verdad”. Charles Peirce dijo en algún momento que el Universo tiene esa cuestión evolutiva, a través de la cual los seres humanos nos vamos acercando cada vez más a aquello que “existe verdaderamente”, como si se tratase de una paulatina salida de la Caverna de Platón… pero en este contexto de abundancia informativa, lo único a lo que podemos aspirar es a adquirir y refinar un criterio que te tire un Norte.

Mundo globalizado, mundo híbrido. Nos vamos armando de esto y de aquello para abastecernos de un sistema de creencias que se adapte a nuestras perspectivas. Un poquito de arte, otro poco de filosofía, veo un tutorial mientras tejo. Mundo customizable. Pero en medio de todo esto, la cuestión del cuidado hacia el Otro es fundamental: porque la dilución de los bordes propicia la vulneración de la intimidad, la cuestión invasiva. Y todo a gran escala, porque lo que ocurre viaja y llega, y entonces vuelve a viajar. 

Entonces ¿hasta qué punto la customización discursiva de la realidad no choca con el compromiso colectivo? En ese punto, creo, la cuestión con la posverdad debe atenderse con más ahínco. Sino todo esto es leña para la hoguera del narcisismo, el racismo, la xenofobia, los atentados contra la libertad de expresión, la justicia por mano propia, y la lista sigue…

Tres herramientas, creo, pueden ser fundamentales: el rastreo de fuentes, el pensamiento crítico, y la cuestión de la discursividad. Siglo XXI, sabemos qué hay adentro de los átomos, pero apenas nos imaginamos cómo prender fuego sin un encendedor. Ahora es tiempo de adaptarnos a la selva de la información, porque no todo fruto es comestible. 

  

 

Adán y Eva, Tiziano, Vecellio di Gregorio, hacia 1550.

Fuente de la imagen (https://www.museodelprado.es)