Escribo ésta, mi última carta, sentado en un bar o, aún mejor, en la mesa de un bar o, por qué no, a la mesa de un bar.

 

El lugar tiene un aspecto desprolijo, decadente, pero no es todo lo sórdido y/o nostálgico que hubiera querido.

 

 

Tengo a mi derecha a un grupete de gerontes que discrepan sobre quién era el ocho de Hungría (el petisito que jugó el mundial 54´). Me parecen detestables (detestable, sabés cuánto me gusta esa palabra).

 

Tengo a mi izquierda a la pared.

 

Un poco más allá hay una parejita, dos chicos jóvenes que parecen no tener plata para ir a otro lugar mejor (ya sabés, con manteles, con cortinas). Me hacen acordar a nosotros, cuando te buscaba después del trabajo ¿Te acordás? No, no te acordás, qué te vas a acordar, y si te acordás seguro no te importa. Nunca te importó.

 

Ahora viene un mozo totalmente sordo y parcialmente ciego, le pido un café y un vaso de agua, porque todavía no decidí si será un balazo en el cerebro o corazón o estómago, o solamente un poco de veneno, que se digiere mejor con agua (con Coca Cola uno se hace adicto). No decidí, no me puedo decidir.

 

El mozo no me entiende, le hago señas pero no me entiende, se ve que estoy nervioso (uno no se suicida todos los días), mis gestos lo asustan, creo. Llama a alguien. Yo le quiero explicar y no va que se me cae el revólver. Me agacho a buscarlo, veo unas botas. Un policía. Me están llevando detenido, ya me quitaron el revólver. Los viejos de al lado creen recordar que el ocho de Hungría era Puskas y brindan con una sidra berreta. Me dan lástima, si todo el mundo sabe que Puskas era enganche ¡No saber que Puskas era enganche!.

Me encierran en una celda con un pedazo de pan y una jarra con un sorbo de agua, de los que doy cuenta. Después de todo, según lo planeado, es mi última cena, aunque mis apóstoles sean unos bichos inmundos que hay por todos lados y una rata que vive en la celda y que acabo de bautizar “Puskas”. Afuera hay un guardia obeso y semiborracho dormitando.

 

Ya me decidí. Despierto al guardia, y le pido un poco más de agua.

 

*Del libro Félix y el sembrador de pájaros

Punto de Fuga. Terc. Ed.