¡El tiempo pasa rápido…! Cuando quise tomar conciencia, ya estaba en los prolegómenos de mis cincuenta años. Dicen que a esta edad es natural que se desarrolle una actitud de introspección y yo no fui la excepción de esa regla. Las miradas al pasado, los balances, los cuestionamientos, y el planteamiento de las dudas, se fueron sucediendo.

Uno de los temas que más pujaba por ponerse sobre el tapete era el de mis orígenes. El referente, mi padre, cuando yo estrenaba mi cincuentenario, ya habían pasado diecisiete años de su fallecimiento. Deshilvanar la historia de mis raíces pintaba que iba a ser una tarea ardua… y así fue!

Mi padre, hijo de padres sirios, afincados en Humahuaca cuando todavía era un pequeño pueblo de la Quebrada, a principios del siglo XX. Fue el séptimo de una nutrida prole, claro es una apreciación con una mirada actual.

Pocas cosas pude conocer de los relatos de mi padre, que fueron escasos y escuetos. Tampoco yo mostraba gran interés por enterarme.

Mi abuelo Abraham había llegado a la Argentina a principios del siglo, y después de ganarse la vida como “turco mercachifle” en el ferrocarril que se estaba construyendo de Jujuy a La Quiaca, recaló en Humahuaca. Y como correspondía a todo árabe que se guía por sus “instintos”, puso un almacén de ramos generales.

 

 

Una vez que se consolidó económicamente, hizo venir a su esposa María y sus dos hijos, Carmen y Ramón, que quedaron en Siria, en Moharde (creo que así se escribe, duda que nace por diferentes formas que la pronuncian), una ciudad muy cerca de Hama, al norte de Damasco. Y ya en su nueva patria, nacieron Ricardo, Ernesto, Argentina, Camila y mi progenitor, Roberto.

 

 

Desgraciadamente, al poco tiempo que mi padre cumplió un año, la madre murió en un parto que intentó dar a luz unos mellizos, que tuvieron la misma suerte. De la atención y crianza se encargaron las hermanas mayores.

Y no más! Solo eso pude recordar a mis cincuenta años de las historias familiares paternas. Tenía un gran vacío para atrás y una gran curiosidad para adelante.

Alguna vez leí un libro de Norma Morandini llamado “El harén”. Allí contaba una cuestión de los inmigrantes y su descendencia que tiene cierta lógica. Los hijos viven las costumbres y tradiciones familiares en forma tangencial, sus preocupaciones residen más en insertarse en la sociedad, en ser aceptados por la comunidad donde viven, que aprender el idioma, la historia de sus progenitores. Son los nietos los que se interesan por conocer sus raíces.

Tal vez guiado por mi pasión por la historia, decidí emprender el derrotero de conocer, reconstruir mi propia historia… y empecé a recorrer un camino que no sabía con certeza a donde me llevaría.

Como guía y para no perderme en el intento elegí hacer el árbol genealógico paterno. Buscar información, rastrear documentos, reunir todos los datos que pudieran servirme para armar el rompecabezas.

Un primer impulso me llevó a visitar la ciudad de Humahuaca. Conocer la casa donde vivieron mis abuelos, donde tenían su almacén. Hablé con personas, generalmente de edad avanzada y que podrían haberlos conocidos. Era obligada la visita al cementerio.

 

No puedo dejar de expresar el impacto que me produjo a leer la lápida: ABRAHAM JOSÉ. Y súbitamente se me reveló una asociación, entendí el porqué de mi nombre, Néstor Abraham José. Inmediatamente me saltó la pregunta: ¿cuándo me ungieron con el nombre Abraham, me estaban confiriendo un mandato?... También recordé una frase bíblica que fue dicha por el Profeta Abraham, “Dios proveerá”…

Fueron apareciendo cuestionamientos como habrían sido los nombres auténticos de mis abuelos. Los documentos certificaban que eran Abraham José y María Ángel, pero las dudas estaban. Acudí a los parientes y amigos y sugerían un sinfín de posibilidades. Se iba imponiendo que los nombres con los que ellos vivían en Argentina no eran los originales.

Otra aventura fue viajar a Buenos Aires y dirigirme al C.E.M.L.A., Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos. Después de dar los pocos datos que poseía, revisar archivos y computadoras, me dieron documentos que los tomé como válidos, pero tenía mis reservas…

O sea que mi abuelo, conocido como Abraham José, y yo llevaba su nombre, pasó a llamarse AZAR YOUSEF. Quizá yo tendría que llamarme Néstor Azar José?

Con su esposa, mi abuela, las cosas fueron más fáciles. Estando en un almuerzo le comenté a mi hija, que tiene experiencias en materia de investigaciones históricas, y me sugirió que debería empezar a sacar una foto de la lápida de su tumba y hacerla traducir ya que está escrita en árabe. Sin perder tiempo, fue lo que hice

 

Según las traducciones que me realizaron, el verdadero nombre de mi abuela es MARIAN MAJUL.

Hasta aquí pareciera que se hubiera llegado a un punto muerto, que no podía avanzar. Mi sueño de conocer mis orígenes habría llegado a un límite. Esto que empezó como una curiosidad se estaba convirtiendo en obsesión. En el libro “El Alquimista”, Paulo Coelho afirma que cuando se tiene un sueño todas las fuerzas del Universo se confabulan para que ese sueño se cumpla…

Un día, estando toda mi familia reunida, sonó el teléfono. Era para mi hija. Un compañero de curso le anunciaba que no podrían reunirse a estudiar por que llegaba un tío de Siria de visita. Cuando escuché la palabra Siria se me paralizó el corazón. Solo atiné a decirle a mi hija que le preguntara de qué parte de Siria venía ese tío. Moharde, me contestó.

No podía creer lo que me estaba sucediendo. Los dioses me estaban dando otras oportunidades. A los pocos días me reuní con el “tío sirio”. Le conté mis deseos y mis avances. Con mucha cautela y paciencia me dijo que al retornar a su país, trataría de hacer todas las averiguaciones posibles. Una mezcla de ansiedad y desilusión me atravesaba el alma.

Pasaron aproximadamente dos meses cuando recibí un llamado telefónico. Era de Siria. Un grupo de hombres reunidos hablaban en árabe, el traductor, que resultó ser el “tío” se afanaba para hacerme entender lo que ocurría. Una especie de cuestionario que servía para identificar un parentesco. Después de un cabildeo que demoró algunos minutos pero me pareció una eternidad, me dijeron: Siii! Eres familia, te esperamos…

De esa conversación se desprendió que el nombre de mi abuelo Abraham José, en Siria era Azar Sheijyusef. Le fue cambiado en los trámites migratorios cuando llegaron a la Argentina, como a tantos.

Con los nombres de mis abuelos: Azar Sheijyusef y Marian Majul partí hacia Moharde, Siria. Donde me recibieron de maravillas, conocí muchos, pero muchos parientes. Admiré paisajes espectaculares, ciudades hermosas, una historia riquísima, una cultura milenaria… Disfruté con placer la bondad y la generosidad de su gente, una gastronomía exquisita… y pude palpar de cerca donde estaban mis raíces.

Todo lo vivido en Siria es largo de contar, no es para un artículo, más bien diría que para un libro… Espero que esa oportunidad llegue algún día!