EDITORIAL: El silencio más ruidoso*

 

El martes se fue el Flaco

Así. Sin aviso. Sin ensayo. Sin cortina musical. Sin despedida.

Como esas veces que entraba tarde al estudio, rengueando con su bastón, con los

auriculares a medio poner y haciendo señas para que alguien le abriera el micrófono.

Con ese caos que parecía improvisado, pero… que siempre caía en el momento justo.

Porque Marcelo tenía ese talento raro, ese don inconfundible: el de hacerte reír cuando

más lo necesitabas… incluso, cuando no sabías que lo necesitabas.

Era humorista y conductor, sí. Y uno de los buenos. Pero no era solo eso. Era de esos

tipos que hacen que el lugar de trabajo no sea simplemente eso: un trabajo. Con él, la

rutina se convertía en algo vivo. En algo inesperado. Tenía el superpoder de transformar

cualquier café frío en una anécdota con risas. Cualquier reunión aburrida, en un ensayo

de comedia. Cualquier lunes triste en una obra maestra del absurdo.

No hacía falta que tuviera un personaje. Su sola presencia ya era una especie de sketch

ambulante. Pero no un sketch tonto ni forzado. Uno inteligente, espontáneo, de esos que

te agarran por sorpresa y te sacan una carcajada aun cuando venías masticando bronca

desde tu casa.

Con él, el aire se llenaba de algo más. Algo que no figura en la grilla ni en los

programas de producción. Algo que no se mide en rating o visualizaciones, pero que

todos los que hacemos radio —o la amamos— reconocemos de inmediato: alma.

Giménez le daba alma a la radio.

Y sin embargo… el miércoles la radio siguió como si nada. Como si no hubiera pasado

nada. Como si no se hubiera ido nadie.

Y ahí fue cuando entendí algo que ya venía masticando hace tiempo: hay silencios que

son ruidosos. Que te gritan. Que te lastiman. Que te empujan a hablar, aunque no tengas

ganas, aunque te tiemble la voz.

Porque este silencio no fue casual. Fue una decisión. Fue mirar para otro lado. Fue

decir, sin decirlo, que su paso por esta radio no ameritaba ni una palabra. Ni un gesto.

 

No se detuvo la música. No se hizo un minuto de silencio. No hubo ni un mensaje al

aire, ni un zócalo, ni un gesto mínimo. Nadie dijo "che, pará todo, que el rengo ya no

está". Se siguió como si su silla vacía fuera apenas una cuestión logística. Como si su

voz no hubiera sido parte del aire que respiramos todos los días.

 

Y eso, sinceramente, es lo que más duele.

No su muerte —que duele, y muchísimo— sino el olvido inmediato. El carpetazo al

alma. El “sigamos con la programación habitual” cuando claramente ya nada es

habitual.

Yo entiendo —como todos— que esto es una empresa. Que hay compromisos, grillas,

anunciantes, tiempos, invitados. Entiendo que el reloj no se detiene. Que la radio no

para. Que todo tiene que seguir sonando. Pero también entiendo —o al menos quiero

creer— que quienes hacemos radio somos algo más que engranajes en una máquina.

Somos personas. Somos vínculos. Somos historias compartidas, cafés robados, silencios

incómodos, carcajadas fuera del aire. Somos una especie de familia rara, disfuncional y

hermosa, que encuentra sentido en compartir micrófonos, mates y momentos.

Con esa gente como Giménez, que construyeron esta casa día a día, con humor, con

amor, con todo lo que no entra en un contrato.

Y en una familia, cuando alguien se va, se lo nombra. Se lo recuerda. Se lo honra.

Aunque sea con una línea en redes, con una foto borrosa, con una frase trillada. Con

algo. Porque el silencio, cuando es institucional, cuando es deliberado, no es respeto. Es

negación. Y es feo.

Feo como prender la radio al día siguiente y escuchar que todo sigue igual. Que nadie

habla. Que nadie menciona. Que nadie dice "che, loco, se fue Marce". Como si su paso

por acá no hubiera dejado huella.

Silencio. Un silencio de esos que duelen más que una palabra mal dicha.

Y mirá que el Flaco sabía de silencios. Porque Jugaba con ellos. Sabía cuándo dejarlos

caer para que el chiste explotara más fuerte. Sabía cómo usarlos para incomodar, para

hacerte reír o para que pensaras. Pero este silencio no fue uno de los suyos. Este fue

frío, sordo, incómodo. Este fue un silencio de omisión. De indiferencia.

Y eso me parte. Me enoja. Me duele.

 

Marcelo nos dejó

Pero nos dejó mucho más que personajes y remates. Nos dejó su mirada de costado

sobre el mundo. Su forma única de encontrar el absurdo donde todos veíamos rutina o

pesimismo. Su capacidad para hacernos reír incluso cuando estábamos rotos. Su

generosidad. Porque el Flaco era de esos que te daban el espacio. Que querían que todos

brillaran, aunque él se quedara en segundo plano y a veces, en el fondo no le gustara.

Era un tipo de los que hacen que trabajar en esto tenga sentido. De esos que te hacen

querer venir a la radio incluso un lunes gris, o un viernes sin sueldo. Porque sabías que

 

él iba a estar acá, con alguna pavada, con alguna teoría delirante sobre la vida o con

algún personaje nuevo que aún no había probado ni frente al espejo. Le gustaba

sorprender, contradecir, improvisar, jugar. Era, de verdad, un artista. Pero también un

compañero. Uno de esos que se quedan después del programa, que se interesa, que te

pregunta por tu vieja, por tus hijos, por vos.

Nos dejó sus risas, sí. Pero también sus silencios. Esos silencios suyos, llenos de

intención, que eran la antesala perfecta para el remate.

Y nos dejó, también, esta bronca. Esta tristeza. Este sabor amargo de saber que la radio

que él tanto quiso, Ésta en la que decidió quedarse, incluso en los peores días, la que

salvó una y otra vez con su chispa cuando todo se caía, ahora eligió callar. Mirar para

otro lado. Seguir como si nada.

Pero no. No es como si nada. Es como si faltara algo. Porque falta. Falta él.

Falta el Flaco.

Y no lo voy a dejar pasar. No voy a permitir que su memoria quede archivada en una

compu, ni que su nombre se diluya entre mensajes que nadie contesta. Por eso este

editorial. Porque el silencio hay que romperlo. Porque las ausencias no se llenan con

efectos, sino con memoria. Y porque si algo nos enseñó Giménez es que lo importante

no se susurra: se dice, se discute. Se grita, si es que hace falta.

Gracias, Marce. Por los personajes, por los chistes buenos, por los malos también, por

los abrazos, por las veces que nos peleamos, por los enojos. Por hacernos llorar de

risa… y por esta vez, que nos hiciste llorar de verdad.

Gracias por tu tiempo. Por tu talento. Por tu generosidad.

Acá seguimos, tratando de llenar tu vacío con palabras. Y sabiendo que, aunque no haya

placa, ni mención oficial, ni comunicado, en cada risa que surja al aire… vas a estar vos.

Vas a estar cada vez que alguien se ría sin entender bien por qué. Cada vez que surja un

silencio incómodo que termine en carcajada. Cada vez que alguien haga una imitación

berreta, una teoría absurda, o un personaje improvisado que no se sostiene más de 30

segundos.

Vas a estar, Flaco. Porque la gente como vos no se va. Se queda en los rincones. En las

anécdotas. En los brindis. En la audiencia. En las risas. En los mates. En las birras.

En la radio.

Tu voz, aunque ya no suene al aire, sigue viva en nosotros.

Hasta siempre, querido amigo.

 

 

*Editorial de Martín Alvarado Pedetti dedicado a Marcelo Giménez, fallecido el pasado martes 1º de abril.

Programa Conociendo a mi gente; Jujuy FM, 101.7.