Miguel Espejo
Las principales autoridades de España, tanto el presidente de la Real Academia como el director del Instituto Cervantes, presentes en el IIIº Congreso Internacional de la Lengua española, realizado recientemente en Rosario, estuvieron de acuerdo en subrayar la feliz idea que se habÃa tenido en 1992, allá en Sevilla, en ocasión de las celebraciones del Vº Centenario, también subtitulado un poco diplomáticamente el Encuentro de Dos Mundos, de realizar periódicamente estos congresos. El primero se hizo en Zacatecas (México), el segundo en Valladolid (España) y el cuarto está previsto que se efectúe en Cartagena de Indias.
El común denominador de estos foros fue subrayar el lugar que ocupa nuestro idioma en el mundo y custodiar la unidad en la diversidad de esta vasta área lingüÃstica. En efecto, el español ha pasado a ocupar, por su número de parlantes, el segundo lugar dentro de las lenguas occidentales, después del inglés. El mandarÃn y el jindi son las otras dos lenguas más habladas del planeta.
El congreso de Rosario
Después de desavenencias domésticas, reveladas en distintas circunstancias por Magdalena Faillace, hasta el momento Subsecretaria de Cultura de la Nación, sobre los fondos que debÃa proveer España o las empresas vinculadas a ella, el Congreso se desarrolló con singular éxito, de acuerdo sobre todo con la óptica de los organizadores. Demasiadas ausencias y deserciones permiten tener otra mirada u otro juicio, para no hablar ya de la bochornosa situación que se produjo acerca de la participación o no de GarcÃa Márquez algunas semanas antes, asunto en el que hubo una invitación a destiempo por parte del Canciller y de Cristina de Kirchner, presidenta honoraria de este Congreso. Por grandes que sean los méritos literarios del autor de Cien años de soledad no habÃa necesidad de transformar esto en una cuestión de Estado.
De cualquier forma, por su envergadura y trayectoria de los participantes, fue en el campo cultural uno de los mayores acontecimientos realizados en nuestro paÃs estos últimos años, comparable al Encuentro Latinoamericano de Escritores, que tuvo lugar en Buenos Aires en 1990 y al que también asistieron, entre otros, el mexicano Gonzalo Celorio, Bryce Echenique y Nélida Piñón. Además, el homenaje a Ernesto Sabato y la cálida presencia de Saramago contribuyeron a realzar su importancia.
El restaurado y renovado teatro El CÃrculo fue el escenario de apertura y cierre, como asimismo de las sesiones plenarias. La ciudad y su gente proporcionaron una hospitalidad y una vitalidad extraordinarias, al parecer menor en los sitios que la precedieron. El discurso inaugural, brillante, de Carlos Fuentes fue aplaudido de pie por gran parte de la concurrencia. En cambio fue recibido con cierta reticencia o frialdad el que pronunciara nuestro Héctor Tizón, cuya proyección nacional e internacional supera con creces el marco de Jujuy, posiblemente por su lectura vacilante, ya que era difÃcil seguirle el hilo conductor, pese a la enjundia del discurso. La mención que el propio autor hizo de sus problemas de salud atenuó algo el contraste entre un Fuentes vigoroso, apasionado, y un Tizón dubitativo, que no acertaba en la cadencia y ritmo de las frases. Pero mayor fue todavÃa la diferencia entre las palabras francamente intrascendentes de Kirchner (como si Presidencia no dispusiera, entre sus muchos funcionarios, al menos para este ámbito, de colaboradores adecuados) y el mensaje transmitido por el rey de España.
Unidad en la diversidad
âNuestra lengua es mestizaâ, aseveró el rey aludiendo a los numerosos americanismos que pueblan el castellano, aunque también a la larga presencia de la civilización árabe en la penÃnsula. Como toda lengua, por otra parte, pues no existe ninguna que pueda jactarse de su pureza. La etimologÃa es la que mejor nos ilustra acerca de los remotos orÃgenes de las palabras y de sus avatares, que a veces las llevan a recorrer milenios o a dar la vuelta al mundo, como el término té del chino dialectal o la palabra madre, del latÃn mater, pero cuya raÃz ma se pierde mucho más allá de sus reconocibles orÃgenes indoeuropeos .
Ahora bien, la expulsión de los árabes, no está demás recordarlo, se realizó el mismo año del llamado Descubrimiento de América, es decir, en el mismo momento que comenzaba a consolidarse la formación de uno de los primeros Estados modernos del planeta. Desde esa fecha tan lejana comienza el largo periplo de transformar el castellano, ahora transmutado en español, si no en la lengua única de la penÃnsula, por lo menos en lengua oficial y hegemónica. No bastó por cierto la unión de Castilla y Aragón para hacer desaparecer el catalán, el gallego, esa variedad del catalán que es el valenciano, y mucho menos el vascuence o euskera.
Si en la actualidad existen más de cuatrocientos millones que utilizan el español como primera lengua, de los cuales hay treinta y cinco millones en los Estados Unidos, lo cual lo convierte en el quinto paÃs de hispano parlantes, es porque existió el Imperio, cuya vastedad, bajo Carlos V y Felipe II, era tal que realmente en él nunca se ponÃa el sol. El núcleo inicial de la lengua castellana se expandió al mismo ritmo que la Conquista y las colonias que le sucedieron. El letargo de España bajo gran parte de los borbones, mientras perdÃan sus colonias, fue compensado luego por el crecimiento demográfico y los aportes literarios y culturales de sus antiguos dominios.
Por otra parte, bajo el paraguas del inglés se produce la mayorÃa de las transacciones comerciales y financieras del planeta, como asà también la nomenclatura de los enormes dispositivos técnicos que circulan en el mundo contemporáneo. Creo que serÃa un error garrafal reducir la lengua de Shakespeare a una lengua de los aeropuertos, como ha dicho alguien en el Congreso, abusando de la ingeniosidad cervantina. La música, la literatura y el cine realizados en inglés demuestran una penetración mundial que no se limita al marketing que posibilitó el fenómeno y la imposición de Harry Potter. Al lado de la creadora de este personaje, que suscita el odio de Harold Bloom, considerado por muchos el principal crÃtico de lengua inglesa, existen autores como Coetzee, galardonado con el Premio Nobel en 2003, que lleva el idioma a un alto grado de resolución estética. El inglés no debe su vivacidad al mero hecho de haberse convertido en la lingua franca del mundo, sino también a la herencia de un vasto imperio y a una cultura que en múltiples ocasiones pone en tela de juicio lo que debe entenderse por cultura.
Las fronteras lingüÃsticas
En el otro extremo se sitúan los cientos de lenguas amerindias, para circunscribirnos al territorio donde nos encontramos la mayor parte de los hispano parlantes, que están en retroceso y muchas de ellas al borde de la extinción. Hace algunos años se decÃa que cada anciano que morÃa en Africa equivalÃa a la quema de una biblioteca. La precariedad de las culturas y de las lenguas de las sociedades ágrafas es una cuestión que data de milenios o, para ser más preciso, desde el momento que se inventó la escritura. Los españoles que conquistaron Mesoamérica fueron conscientes que debÃan llevar adelante una tarea de abolición de proporciones ciclópeas. La destrucción de los códices mayas y mexicas, junto al exterminio de escribas y sacerdotes que dominaban el arte de estas escrituras, decodificadas al dÃa de hoy muy elementalmente, pone al descubierto lo que nadie podrÃa actualmente negar: la ferocidad de la Conquista. La abolición del Otro intentó ser definitiva, pero la capacidad de resistencia de los otros fue más fuerte.
El propio Lévi-Strauss reconocÃa que la antropologÃa era la mala conciencia del colonialismo. Un espÃritu similar estuvo presente en Rosario entre los realizadores del Congreso (paralelo) de Las Lenguas, donde buscaron rescatar justamente a todos los idiomas en retirada frente a la pujanza del español. Esta problemática, es cierto, hubiese podido ser tratada en el ámbito mismo del III Congreso Internacional de la Lengua española, aun cuando el nombre disuadÃa de antemano a sus potenciales participantes. Pero también es cierto que tenÃan pleno derecho a hacerlo por separado, por algo existe la libertad de expresión, sin ser tachados de oportunistas, mucho menos Pérez Esquivel, quien no necesita conocer el idioma mapuche para defender los derechos de los mapuches, a su lengua, a sus tierras, a sus creencias; en sÃntesis, a su cultura.
En algún momento difÃcil de determinar el castellano se convirtió en español. Para que esta conversión tuviera éxito fue necesario primero el reconocimiento de los otros. Los ingleses llaman spanish a nuestro idioma, desde la época isabelina, o sea, cuando luchaban los imperios. Otro tanto hacÃan los franceses y asà sucesivamente. Sólo para España, al menos en estas circunstancias, la lengua española es una cuestión de Estado. Para mexicanos, colombianos, argentinos, etc. es simplemente la lengua que se utiliza para vivir, amar y morir.
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