Héctor Enrique Medina
Se resisten los potosinos a considerar la fundación de la Villa Imperial, como un hecho realizado por españoles, en el perÃodo de la Conquista, antes bien, consideran el nacimiento del poblado como una consecuencia del descubrimiento del mineral de plata, por el indio Hualpa, en los faldeos del Cerro Rico. Dice la leyenda que buscando unas llamas, escapadas del rebaño, se le hizo noche de repente y tuvo que pernoctar en esos sitios y dado el frÃo reinante busco refugio en una cueva donde pasó la noche al abrigo de un fuego. Cual no fue su sorpresa al dÃa siguiente al descubrir en el rescoldo, material fundido de las rocas que oficiaban de hornalla.
A partir de allÃ, y tras comunicar su hallazgo a otros, atrajo la atención del Inca, quien mandó a confirmar la noticia obteniendo un respuesta positiva y disponiendo la explotación del yacimiento. A la llegada de los españoles, el cerro se encontraba en explotación y fue apropiado por estos. Este acontecimiento determinó el destino posterior de la Villa, que se transformó rápidamente en una enorme ciudad, convocando a toda clase de individuos, en especial aventureros. Una vez establecida la explotación minera por la mita y la esclavitud, el Cerro Rico se transformó en un hormiguero humano o mejor dicho inhumano. La ambición no encontró descanso y la producción de plata comenzó a alimentar la codicia de todos. Los recursos, en principio, pertenecÃan a la Corona de España, la que por espacio de tres siglos transportó a la PenÃnsula, ingentes cantidades de este metal, el que básicamente cumplÃa las funciones de moneda fuerte y requerida en el mundo.
De ella se iban a servir desde los filibusteros hasta los personajes reales y por obtenerla no se escatimaban barbaridades. Las minas y los establecimientos metalúrgicos, se devoraron miles de vidas humanas y animales. Como contrapartida generó un intenso tráfico e hizo conocer en el mundo entero la generosidad del Cerro Rico y de la Villa Imperial de PotosÃ. Y como toda moneda tuvo dos caras, la una, el fasto, la riqueza, el egoÃsmo, la ambición, el despilfarro y la codicia. La otra, la esclavitud, la explotación, la crueldad y el despotismo. La misma riqueza mata y procrea, y tal será el estigma, que aún hoy Potosà es sinónimo de esplendor y decadencia, de refinamiento y brutalidad. Fue tan fuerte su presencia que hoy sigue siendo el epicentro del mundo Altoandino.
La ciudad se encuentra construida en una hoyada, similar a un gran cráter, con el Cerro Rico, como referencia permanente. El desplazamiento involucra un gran esfuerzo por cuanto la altitud superior a 4.500 m. sobre el nivel del mar, produce el mal de las alturas (soroche o puna) por escasear el oxÃgeno cuya concentración en la atmósfera es inferior al 22%, por lo que el corazón late más rápido y con fuerza, el jadeo constante indica la necesidad pulmonar de captar oxÃgeno. Por ello se debe ser cauto en los desplazamientos y moderado en las comidas y bebidas, cuando menos se lleve al estómago, mejor. El clima es el tÃpico andino, con gran amplitud térmica entre el dÃa y la noche, con un invierno riguroso y seco y un verano templado.
Desde las torres de la iglesia de San Francisco, se aprecia toda la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en ella se aprecian los techos de tejas españolas rojas. Los más antiguos con tejas artesanales, de aquellas que se moldeaban sobre el muslo y por lo tanto no guardan la uniformidad de las industriales, dándole a la techumbre ese encanto de las cosas pasadas.
Hacia el sector mas cercano al Cerro Rico, se encuentra la zona poblada desde antaño por las clases trabajadoras y por ello tan cerca de las bocaminas, con sus callejas estrechas y sinuosas., no siguiendo otro orden que la construcción al tiempo de arribo. En todo caso con mayorÃa de pobladores indios, con sus atuendos tÃpicos, sus gorros, sombreros y una diversa gama de colores en la vestimenta, los entendidos pueden identificar a cada una por sus ropajes. Todos pululan por las callejuelas, unos ofrecen comidas y bebidas tÃpicas, otros venden todo tipo de mercaderÃas, a precios transables en el momento y de acuerdo a la cara del cliente, la mayorÃa de los indÃgenas coquean, mostrando el hábito en labios y comisuras, oscuras y de fuerte aliento. Sin duda una gracia de los dioses andinos para el pueblo, puesto que el acullico permanentemente yapado y salado con yista, mantiene el espÃritu del individuo en alerta, pareciese que hasta duermen con él.
En general el movimiento diurno en esta parte de la ciudad es caótico nadie respeta las reglas del tránsito, los minibuses se comunican con pequeños que gritan el nombre de las paradas en el desplazamiento, la gente se aglomera en las esquinas buscando atravesar la calle, mientras los vehÃculos se abren paso a bocinazos. En las calles pululan los carritos con ruedas neumáticas, lo que acrecienta la incomodidad del tránsito, amén de chicos que juegan y perros vagabundos. Todo junto con ruidos y olores propios, forman el paisaje urbano que define la vida en este sector de la Villa. Hacia el lado opuesto, se encuentra la otra mitad de la ciudad, construida sobre una traza colonial española, con calles en damero y esquinas con ochavas, un poco más anchas y espaciosas. Varias plazas, edificios públicos con fachadas recargadas y una enorme cantidad de templos religiosos, en la antigüedad de la colonia llegaron a treinta y seis, hoy quedan veintidós según dicen.
Recorrerlo es una verdadera proeza no exenta de placer y asombro. En los templos mayores, por ejemplo el Franciscano, se modernizó la estructura para el desplazamiento de los turistas, por ello se accede a través de escaleras de todo tamaño desde las catacumbas en un segundo subsuelo hasta la torre más alta, transitando por techos y cúpulas con total seguridad, pudiendo apreciar en todo su esplendor la Villa Imperial de PotosÃ. El templo es de una magnificencia espectacular, con una nave central en cuyo crucero se aprecia una cúpula enorme, construida en piedra y pintada simulando ladrillos, las ventanas superiores con vitraux bellÃsimos y un altar mayor con un retablo en varios niveles, con hornacinas, columnas y arcos, todo recamado con un dorado a la hoja en oro 22 kilates, que produce un brillo intenso. Por detrás del altar mayor y hacia los lados, comunicados mediante arcos románicos, los laterales que contienen altares menores, todos con igual tratamiento, en alguno de ellos se observan urnas conteniendo promesas en plata 900, de todos tamaños y formas. Frente al altar mayor y muy por encima de las cabezas, está la construcción en madera tallada del conjunto arquitectónico que forman el coro y órgano. Además salones contiguos con oficinas y sacristÃa, privados, todos formando una unidad que impone presencia y solemnidad, algo realmente bello. Como colofón podrÃamos decir que la Villa Imperial de PotosÃ, sintetiza la presencia del antiguo imperio español, con la magnificencia de la iglesia católica y la fuerza de la milenaria cultura autóctona. Las tres juntas en esta América de asombro mágico.
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