Juan de la Cancha
Fueron 17 dÃas. Para unos, distintos. Para âlos otrosâ, indiferentes. Sin embargo, (efectos mediáticos de por medio), no pasaron desapercibidos. Fueron âdirÃase- dÃas deportivos. Concitaron atención no siempre medida. Atrajeron las más diversas expectativas. Se cargaron de exitismo. Fueron los dÃas de los Juegos OlÃmpicos, la competición âmonstruoâ del deporte universal (un deporte que se supone amateur).
Más aquà de la universalidad y del exhibicionismo mediático, cada paÃs âfueron más de 200 los representados- vibró a la par de cada uno de los deportistas que pudieron acceder a la cita.
Esto le tocó también a la Argentina. Un rincón del mundo donde, a pesar de las limitaciones, se practica deportes. Claro que la dimensión del esfuerzo o de la capacidad expuestos en esta contienda, tenÃa que ser mucho menor a la imaginada por cada argentino. Todo esto, porque con precisión, se trata de imaginación y no de valoración realista y sustentada en la mesurada información.
Los corazones (muchos, no todos, como ocurre siempre) se aceleraron sin atender explicaciones técnicas, analÃticas o datos de la realidad. Las pulsaciones aumentaron ante cada competencia en la que participó un deportista argentino, y más cuando se trató de algún triunfo parcial o inicial.
En Jujuy âpor ejemplo- los juegos consumieron. Consumieron prolongados espacios televisivos, tiempos de tareas, ruedas de café, altos voltajes de energÃa, periódicos...
En lo que al hincha o deportista toca, el consumo fue de opinión. Opinión muchas veces ligera y subinformada. Creyó que los logros serÃan muchos más que los que la Ãntima realidad debió indicar.
En el paÃs, los medios âcon liviana comunicación- incitaron al existismo, lo multiplicaron y sobredimensionaron las posibilidades. Vendieron.. Después vendrÃa el desengaño o la vuelta, el regreso, el retorno o la caÃda en la realidad. La misma que con millones de limitaciones, enfrentan cada dÃa los habitantes de un paÃs deprimido y desorganizado.
Una realidad que, cuando se trate de deporte, habrá que revisar también a partir de la depresión y la desorganización. Sin olvidar o aceptar que si el contexto (el paÃs todo) sufre, también debe (si se opina con lógica), el deporte sufrir.
Más aquà de la generalidad, cuando tan pequeño se aprecia al deporte argentino en juegos como las OlimpÃadas, deberá surgir la reflexión, serena y profunda. Aquella que ataque polÃticas ausentes o deprimentes que no intenten y no busquen su grandeza a partir de la búsqueda de un hombre distinto desde y por medio del deporte (por ejemplo). Aquella que no olvide (también por ejemplo) que una de las escasas preseas logradas por los 75 deportistas argentinos que participaron de esta soberbia competición, tuvo sustento en la extrema humildad, entereza y comprensión de la deportista ganadora (Georgina Bardach) cuando eligió al Centro de Alto Rendimiento casualmente asentado en Jujuy, en los casi 4000 metros de altura de La Quiaca, para culminar su preparación.
Aquel análisis que tampoco olvide que los únicos deportes que lograron éxitos rutilantes âel fútbol, el básquet y en cierta medida el hockey- además de ser de conjunto, son disciplinas profesionales o semiprofesionales, cuyos participantes, en buena parte son deportistas que lograron (por esfuerzos propios) su inserción en instituciones de paÃses donde el sustento económico para el deporte es superlativo, y de ninguna manera tiene las limitaciones y frustraciones argentinas.
Fueron sólo 17 dÃas, pero dejaron para los argentinos, un mensaje inmenso que tiene que ver con la grandeza o la pequeñez de los pueblos.
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