Tras la crisis financiera producida primero en EE.UU. y luego en Europa, se han planteado una respuesta y una propuesta generalizadas: equilibrio de las cuentas públicas y establecimiento de medidas de regulación y control sobre los mercados financieros para prevenir futuros estallidos como los actuales. Aquà se intentan subrayar las caracterÃsticas estructurales del Estado capitalista que dificultan el accionar de los polÃticos en el sentido de avanzar en una verdadera transformación, a la vez que se resalta la importancia de la sociedad civil en este sentido.
El estado de precariedad âtorna incierto cualquier futuro, impidiendo cualquier previsión racional y desalentando ese mÃnimo de esperanza en el futuro que uno necesita para rebelarse, en especial para rebelarse colectivamente, incluso contra el presente más intolerableâ. Pierre Bourdieu1
MuchÃsimo se ha escrito en los últimos tres años sobre la naturaleza y alcances de la denominada crisis financiera internacional que estalló en septiembre de 2008 con la caÃda del banco de inversiones Lehman Brothers, y cuya manifestación más reciente es la crisis de las finanzas públicas en gran parte de los paÃses europeos. Dentro de éstos cabe resaltar que si bien Grecia constituye el caso más emblemático, la lógica y dinámica de acontecimientos que la han llevado a la actual -explosiva- situación no es demasiado diferente de la que ha estado presente en España, Portugal, Italia, Irlanda e inclusive la propia Gran Bretaña (más allá de que ésta pueda poseer un margen mayor de maniobra por no participar de la zona euro).
Como siempre ocurre en estos casos, ha habido tantas interpretaciones de los hechos como autores han escrito sobre el tema. Tanto en medios nacionales (ClarÃn, Página 12 o Ãmbito Financiero, por nombrar algunos) como internacionales (El PaÃs de España, la Folha de Sao Paulo o Le Monde Diplomatique) han expresado su opinión no sólo reconocidos economistas como Paul Krugman, Joseph Stiglitz o James K. Galbraith, sino también historiadores de la talla de Eric Hobsbawn y Timoty Ash, sociólogos como Alain Touraine y filosófos como Jürgen Habermas.
Evidentemente el análisis económico no alcanza para explicar adecuadamente la crisis actual cuando lo que está en juego no es apenas el saneamiento de las cuentas públicas de algunos paÃses (y la viabilidad de su manejo dentro de la continuidad de la zona euro), sino la propia sobrevivencia del Estado de Bienestar y la calidad de la democracia que, desde la segunda posguerra en los paÃses capitalistas avanzados, se ha asociado a este último.
En este marco, comprender algunos aspectos de su constitución histórica probablemente pueda contribuir al ejercicio de pensar su difÃcil y amenazado presente.
El estado de bienestar keynesiano 2
Si bien en el siglo XIX liberales y marxistas clásicos coincidÃan en sostener la incompatibilidad entre capitalismo y democracia3, lo cierto es que salvo algunas excepciones como los regÃmenes fascistas, que precisamente ponen de manifiesto las tensiones entre la economÃa capitalista y la democracia polÃtica, los paÃses capitalistas más avanzados han sido Estados democrático liberales a lo largo de casi todo el siglo XX (y cabe agregar, lo que va del siglo XXI).
Lo que explica esta compatibilidad de hecho entre capitalismo y democracia es la aparición y desarrollo de dos mecanismos institucionales que actúan como mediadores: los partidos polÃticos de masas y la competencia partidaria y el Estado de Bienestar Keynesiano (EBK)4.
¿De qué forma estos dispositivos producen la mediación? En primer lugar, la propia necesidad de los sectores menos privilegiados de organizarse en partidos polÃticos, contribuye a desradicalizar sus demandas (la burocratización es el mejor muro de contención de las demandas más radicalizadas). Y, a su vez, la competencia partidaria, al crear la necesidad de captar porciones crecientes del electorado, contribuye a la desideologización, profesionalización y pérdida de identidad de los partidos polÃticos.
Por su parte, hasta mediados de los años `70 en que estalla la crisis, el EBK habÃa supuesto, por un lado, un auge económico sin precedentes en todas las economÃas capitalistas avanzadas; y por otro, la transformación de la lucha de clases radicalizada en una negociación institucionalizada de intereses.
En verdad el EBK expresa un acuerdo, un compromiso de clases por el cual el sector del trabajo acepta la lógica del funcionamiento de la economÃa capitalista -mercado y ganancia como principios guÃa de la economÃa- a cambio del reconocimiento de derechos sindicales y polÃticos, promoción del pleno empleo, etc.
En sÃntesis, se permite discutir la (re)distribución de la riqueza a cambio de desechar de plano el debate sobre las relaciones sociales de producción (propiedad privada), fundamento y pilar de la sociedad burguesa.
Ahora bien, este acuerdo funciona exitosamente hasta que a mediados de los años ´70 comienzan a aparecer signos de su agotamiento. Fenómenos ocurridos a nivel internacional (abandono de la convertibilidad oro del dólar, inflación, estancamiento económico, etc.) convergen con los grandes déficits fiscales generados por la expansión del Estado de Bienestar al interior de cada uno de los paÃses, para terminar desencadenando la crisis social. El desempleo y subempleo reaparecen dramáticamente. En los paÃses del Tercer Mundo se suma además un nuevo elemento, el endeudamiento externo, que por supuesto agrava las condiciones vigentes5.Â
¿Qué análisis se hacen en ese momento sobre la situación? Por un lado, pensadores como Hayek o Friedman que expresaban la derecha tanto académica como polÃtica, consideraban que la intromisión del Estado en el mercado, de por sà inadmisible, habÃa llegado a lÃmites intolerables para el mantenimiento del orden social. Por lo tanto, el retiro del Estado de sus funciones empresarias e interventoras constituÃa la respuesta ânaturalâ a la situación.
Por otro lado, autores como Clauss Offe o Jürgen Haberrmas (identificados con la TeorÃa crÃtica de la sociedad) consideraron la grave situación vigente como una crisis del propio sistema capitalista6.
Habermas puso el acento en que con la sistemática intervención del Estado en la economÃa, la relación de clases se politizó y la dominación ya no pudo seguirse cumpliendo en la forma anónima de la ley del valor, con lo cual los resultados ya no se derivaron del libre juego de las fuerzas del mercado sino que comenzaron a depender de constelaciones fácticas de poder. Y con ello, la legitimidad del Estado capitalista sólo se pudo mantener en la medida en que lograra cumplir las exigencias programáticas autoimpuestas. AsÃ, cuando el Estado fracasa en el manejo de la crisis, es castigado con un déficit de legitimación, de manera que el campo de acción se restringe justamente cuando deberÃa ser ampliado.
En un sentido análogo se desarrolla la argumentación de Clauss Offe (discÃpulo de Habermas) para quien la crisis polÃtica del sistema capitalista consiste en una âcrisis en el manejo de la crisisâ. Y ello tiene que ver con la imposibilidad de regular las complejas relaciones entre el subsistema económico y el subsistema polÃtico (que deja de estar subordinado al primero).
¿Cuál es la contradicción intrÃnseca del Estado de Bienestar? Ãste necesita de la economÃa y la inversión capitalista para su mantenimiento y desarrollo, motivo por el cual existe una inclinación a dar un trato preferencial a los sectores empresariales. Pero cuando lo hace, deja de ser el supuesto árbitro imparcial de las disputas entre los diversos grupos sociales, con lo que inmediatamente pierde legitimidad.
La contradicción intrÃnseca del Estado Capitalista es que debe simultáneamente garantizar la acumulación y legitimarse en las urnas.
Se trata de un problema estructural que a mediados del siglo XX logró ser momentáneamente salvado a partir de los mecanismos institucionales mencionados (competencia partidaria y Estado de Bienestar Keynesiano).
Ahora bien, si estos principios que permitieron la compatibilidad entre capitalismo y democracia están en crisis, ¿podemos seguir bregando por su coexistencia?
Breve caracterización de la actual crisis
Ya a comienzos del año pasado, algunos autores expresaban que la crisis que eclosiona a mediados de 2007, no era ââotroâ estallido, sino el momento culminante de un bing bang cuyo comienzo puede datarse grosso modo allá por la primeras crisis del petróleo en 1973â. A partir de ese momento como resultado del avance tecnológico que genera un aumento de la productividad del trabajo, cambia la composición orgánica del capital, generándose una tendencia a la baja en la tasa de ganancia. Este hecho, entre otros, origina un desplazamiento de los capitales desde la producción al sector financiero el cual genera todo tipo de movimientos especulativosâ7. De repente, conceptos como apalancamiento, instrumentos financieros derivados o hipotecas subprime irrumpen en los discursos de banqueros, empresarios y funcionarios públicos, mientras la realidad que nombran se manifiesta de forma descarnada en el aumento desenfrenado del costo de financiero de los créditos tomados por los asalariados de distintos paÃses del mundo. Sin dudas los casos paradigmáticos lo constituyen los créditos para la vivienda otorgados en EE.UU. y España, donde mientras estalla la burbuja inmobiliaria que inviabiliza el pago de dichos créditos, se comienza a producir el estancamiento o recesión económica con sus conocidas consecuencias sociales: aumento del desempleo, precarización y flexibilización laboral, disminución o suspensión de los programas sociales, etc.
Cabe destacar que a partir de la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers en septiembre de 2008, EE.UU. y el Banco Central Europeo (este último con fines en ese momento preventivos), comienzan a salvar a los bancos de la catástrofe que ellos mismos habÃan generado, trasladando todo el costo del rescate a las propias cuentas públicas.
De modo que quienes hoy acusan a los Estados por sus gastos debieran entender bien la relación causa efecto: Aquellos no se encuentran al lÃmite de sus posibilidades de pago por el exceso de gastos destinados a programas sociales que asisten a desempleados, jubilados, madres con niños pequeños y otros âdespilfarradores compulsivosâ8, sino por haber acudido a reforzar la liquidez y solvencia de las entidades financieras y bancarias.
En sÃntesis, el Estado salva a las grandes instituciones financieras, lo cual genera déficit en las cuentas públicas, y ahora éstas van por aquél, exigiendo programas de ajuste para lograr el equilibrio fiscal.
Pero, ¿quién paga el ajuste?
¿Quién paga? Concepto de Estado
El Estado no es una entidad abstracta, ajena a la sociedad y a la correlación de fuerzas polÃticas que en ella se despliega, sino que el Estado representa la instancia de expresión y articulación institucional de dichas relaciones. Como ha sostenido en infinidad de oportunidades el politólogo Oscar Oszlak, el Estado es el âtejido conjuntivoâ de la sociedad. Y en la medida en que esta última posee un determinado patrón de organización y control social, que en el caso de las sociedades referidas hasta ahora, es el orden capitalista9, es evidente que quien va a asumir el costo de la crisis es el sector más débil en la correlación de fuerzas, o sea el sector del trabajo.
Las monstruosas medidas de ajuste tomadas en Grecia y España, e iniciadas en otros tantos paÃses europeos ây que ya han aumentado exponencialmente el grado de conflictividad social-, constituyen un claro ejemplo de lo antes mencionado.
Por supuesto estas medidas antipáticas que ningún gobernante dice querer tomar (cabrÃa preguntarse por qué lo hacen entonces), se justifican en su eficacia económica. Debe hacerse un uso extremadamente racional de los âescasosâ recursos existentes.
Se puede ilustrar fácilmente esta racionalidad en los siguientes ejemplos: ââ¦El 10 de mayo del presente año, los tenedores de TÃtulos de la Société Générale, tranquilizados por una nueva inyección de 750.000 millones de euros, en la caldera de la especulación, ganaron un 23,89%. Ese mismo dÃa, el presidente francés Nicolas Sarkozy anunció que, por razones de rigor presupuestario, no se prorrogarÃa una ayuda excepcional de 150 euros a las familias en dificultadesâ10. Del mismo modo, âen España, mientras el número de parados alcanzaba en 2009 al cifra de 4,5 millones (3,1 millones en 2008), las empresas cotizadas en Bolsa repartÃan 32.300 millones de euros a sus accionistas (19 % más que en 2008)â11.
Queda claro que no se trata de la existencia o inexistencia de recursos sino de los criterios con que se asignan y distribuyen, y quiénes y bajo qué metodologÃas deciden esos criterios12.
Algunas reflexiones finales
Entendimos oportuno recuperar la argumentación de Clauss Offe referida a la contradicción estructural del Estado Capitalista porque el Estado que hoy está en crisis, el Estado en cuestión, no es cualquier Estado. Es una forma particular de Estado que es el Estado Capitalista. Y solamente comprendiendo su naturaleza será posible su transformación -si es que la misma se considera deseable-.
Todos los dÃas escuchamos y leemos consideraciones acerca de la dictadura de los mercados, la prepotencia de los accionistas, el chantaje del sector financiero y el sometimiento de los polÃticos a sus dictámenes. Pero, ¿cabe esperar otra cosa de las clases dirigentes surgidas de este sistema? PodrÃa responderse a este interrogante expresando que en regÃmenes polÃticos democráticos, los lÃderes acceden al poder legÃtimamente, conforme las preferencias de las mayorÃas.
Y si bien esto es cierto, también lo es que lo hacen a partir de una oferta polÃtica totalmente cartelizada. ¿O verdaderamente existen en EE.UU., España, Gran Bretaña âpara no hablar de los paÃses de nuestra región- agrupaciones polÃticas con posibilidades de acceder al poder que constituyan alternativas reales a las existentes?
Es muy difÃcil que estos sectores dirigentes, surgidos de estos sistemas polÃticos quieran avanzar efectivamente, honestamente en la regulación y control del sistema financiero, tal como se está proponiendo en estos dÃas. De hecho, si realmente lo creyeran necesario, ya lo hubieran hecho.
En un artÃculo publicado recientemente en el diario El PaÃs de España13, el filósofo Jürgen Habermas sostiene que âno es que la regulación de los mercados financieros sea tarea sencilla. Para llevarla a cabo también se requiere, sin duda, el conocimiento especializado de los banqueros más taimados. Pero las buenas intenciones fracasan no tanto por la complejidad de los mercados como por la pusilanimidad y falta de independencia de los Gobiernos nacionalesâ.
Pero, ¿cómo se independizan los gobiernos nacionales?, ¿si son todos pusilánimes y dependientes no habrá que pensar en las condiciones estructurales que los generan?¿Es posible cambiar estas condiciones estructurales? ¿Es deseable?Siempre el cambio es posible si se desea lo suficiente y se genera el compromiso de trabajar para él.No sólo la experiencia histórica está llena de ejemplos de luchas sociales que han culminado en grandes conquistas, sino que esas mismas luchas están vigentes hoy. Hay millones de personas trabajando por y para una sociedad más libre, más igualitaria, más inclusiva, menos predatoria. Millones de personas que tienen âel mÃnimo de esperanza en el futuro necesaria para rebelarseâ.Y, vale resaltar, son millones de personas que confÃan en la polÃtica como forma de escapar al fatalismo. El único antÃdoto contra el destino, es la vida polÃtica. Claro que es necesaria la creación colectiva de alternativas y oportunidades y la ampliación de los repertorios institucionales14. Inmersos en la vieja lucha de pretendidos opuestos Estado - Mercado (desde mediados del siglo pasado se ha venido reproduciendo el cÃrculo vicioso de la alternancia de hegemonÃa entre ambos. Ante el fracaso de uno, inmediatamente se erige el otro como la solución salvadora, la cual perdura hasta el siguiente naufragio), nos hemos olvidado que la única protagonista es la Sociedad. El Estado y el Mercado no son más que expresiones institucionales de determinadas formas de relaciones sociales âde poder, de intercambio-. Y solo cambiando estas relaciones, podrán correrse los lÃmites de las aparentemente inmodificables de las estructuras sociales.No es una tarea sencilla. La buena noticia es que depende de nosotros. (¿Será una buena noticia?)En fin. No todos los cambios son siempre posibles, ni siempre existen actores sociales y polÃticos capaces de encarnarlos, pero las sociedades no se mueven según parámetros naturales y necesarios, y, por lo tanto, siempre están abiertas las puertas para su transformación.
Notas
1. Citado en Bauman, Zygmunt (1999) En busca de la polÃtica Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, pág. 181, Subrayado nuestro
2. La argumentación que sigue es una sÃntesis propia del excelente artÃculo publicado originalmente en 1982 del politólogo y sociólogo alemán Clauss Offe, âDemocracia competitiva de partidos y estado de bienestar keynesianoâ. La versión utilizada para este artÃculo se encuentra en âProyecto de Modernización del Estado Jefatura de Gabinete de Ministros, Presidencia de la Nación Argentina (comp.). Lecturas sobre el Estado y las polÃticas públicas: Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual, 2008, pp. 101 â 114.
3. Los liberales estaban convencidos de que la generalización del sufragio universal llevarÃa al gobierno (tiranÃa) de las mayorÃas pobres; mientras que el marxismo sostenÃa que el logro de una plena democracia que materializara un verdadero igualitarismo (incluyendo el plano económico), socavarÃa los fundamentos de la sociedad burguesa y los pilares fundamentales del sistema capitalista. Vale aclarar que esta argumentación no es compartida ni por el leninismo, que considera a la democracia burguesa como la forma polÃtica que garantiza el dominio de la clase burguesa; ni por las teorÃas elitistas-pluralistas de la democracia que sostienen la total independencia entre clase y poder polÃtico.
4. Si bien se suele hablar en forma indistinta de Estado de Bienestar o Estado Keynesiano, cabe destacar que el primero es bastante anterior (fines del s. XIX) a las polÃticas keynesianas que se implementan a partir de la segunda posguerra y que contribuyen a generar, en las economÃas capitalistas avanzadas, un perÃodo de auge económico sin precedentes.
5. Strada Sáenz, Gerardo (2000) âEstado y Mercadoâ, en Pinto; Julio (comp.) Introducción a la Ciencia PolÃtica Ed. Eudeba, Buenos Aires, pp. 177 â 209.
6. La argumentación siguiente referida a Habermas y Offe se extrae de Strada Sénz, pág. 200 -203.
7. Gabetta, Carlos, âEl big bang de la crisisâ; Le Monde diplomatique, Marzo 2009, pág. 3
8. Aronskind Ricardo, âNeurosisâ, Diario Página 12, 30/05/10, pág. 2.
9. Oszlak, Oscar. â¿Nuevas reglas de juego?â en Revista Reforma y Democracia Nº 9 del CLAD, Caracas.http://www.economicasunp.edu.ar/03-EPostgrado/posgrados/trelew/P%FAblica/EGob_AdmPub/info/Oszlak-%20Estado%20y%20Sociedad-%20Nuevas%20reglas%20de%20juego.pdf
10. Halimi Sergio, âEl gobierno de los bancosâ, en Le Monde diplomatique, junio de 2010, pág. 10.
11. Ramonet, Ignacio. âLa cuestión socialâ, en Le Monde diplomatique, abril de 2010, pág. 15.
12. Para quienes se encuentren interesados en profundizar el análisis conceptual del Estado Capitalista, se recomienda el imprescindible artÃculo del reconocido politólogo Guillermo O´Donnell, denominado âApuntes para una teorÃa del Estadoâ disponible en http://www.preac.unicamp.br/arquivo/materiais/txt_apoio_odonnell.pdf
También publicado en Oszlak, Oscar comp. TeorÃa de la Burocracia Estatal. Paidós, Buenos Aires, 1984, pp, 199-250.
13. Ver http://www.elpais.com/articulo/internacional/euro/decide/destino/UE/elpepuint/20100523elpepiint_2/Tes
14. Mangabeira Unger, Roberto (2009). El despertar del individuo. Imaginación y esperanza. Buenos Aires, FCE.
-ArtÃculo realizado en el marco de las investigaciones el Instituto de Estudios de las Finanzas Públicas Argentinas (IEFPA) www.iefpa.org.ar
* Lic. en Ciencia PolÃtica, Mg. en SociologÃa PolÃtica. Secretaria Académica y docente del IEFPA.
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