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Marcela A. Morali

El estado de bienestar en jaque

 


      Tras la crisis financiera producida primero en EE.UU. y luego en Europa, se han planteado una respuesta y una propuesta generalizadas: equilibrio de las cuentas públicas y establecimiento de medidas de regulación y control sobre los mercados financieros para prevenir futuros estallidos como los actuales. Aquí se intentan subrayar las características estructurales del Estado capitalista que dificultan el accionar de los políticos en el sentido de avanzar en una verdadera transformación, a la vez que se resalta la importancia de la sociedad civil en este sentido.

      El estado de precariedad “torna incierto cualquier futuro, impidiendo cualquier previsión racional y desalentando ese mínimo de esperanza en el futuro que uno necesita para rebelarse, en especial para rebelarse colectivamente, incluso contra el presente más intolerable”. Pierre Bourdieu1

      Muchísimo se ha escrito en los últimos tres años sobre la naturaleza y alcances de la denominada crisis financiera internacional que estalló en septiembre de 2008 con la caída del banco de inversiones Lehman Brothers, y cuya manifestación más reciente es la crisis de las finanzas públicas en gran parte de los países europeos. Dentro de éstos cabe resaltar que si bien  Grecia constituye el caso más emblemático, la lógica y dinámica de acontecimientos que la han llevado a la actual -explosiva- situación no es demasiado diferente de la que ha estado presente en España, Portugal, Italia, Irlanda e inclusive la propia Gran Bretaña (más allá de que ésta pueda poseer un margen mayor de maniobra por no participar de la zona euro).
      Como siempre ocurre en estos casos, ha habido tantas interpretaciones de los hechos como autores han escrito sobre el tema. Tanto en medios nacionales (Clarín, Página 12 o Ámbito Financiero, por nombrar algunos) como internacionales (El País de España, la Folha de Sao Paulo o Le Monde Diplomatique) han expresado su opinión no sólo reconocidos economistas como Paul Krugman, Joseph Stiglitz o James K. Galbraith, sino también historiadores de la talla de Eric Hobsbawn y Timoty Ash, sociólogos como Alain Touraine y filosófos como Jürgen Habermas.
      Evidentemente el análisis económico no alcanza para explicar adecuadamente la crisis actual cuando lo que está en juego no es apenas el saneamiento de las cuentas públicas de algunos países (y la viabilidad de su manejo dentro de la continuidad de la zona euro), sino la propia sobrevivencia del Estado de Bienestar y la calidad de la democracia que, desde la segunda posguerra en los países capitalistas avanzados, se ha asociado a este último.
      En este marco, comprender algunos aspectos de su constitución histórica probablemente pueda contribuir al ejercicio de pensar su difícil y amenazado presente.

El estado de bienestar  keynesiano 2
      Si bien en el siglo XIX liberales y marxistas clásicos coincidían en sostener la incompatibilidad entre capitalismo y democracia3, lo cierto es que salvo algunas excepciones como los regímenes fascistas, que precisamente ponen de manifiesto las tensiones entre la economía capitalista y la democracia política, los países capitalistas más avanzados han sido Estados democrático liberales a lo largo de casi todo el siglo XX (y cabe agregar, lo que va del siglo XXI).
      Lo que explica esta compatibilidad de hecho entre capitalismo y democracia es la aparición y desarrollo de dos mecanismos institucionales que actúan como mediadores: los partidos políticos de masas y la competencia partidaria y el Estado de Bienestar Keynesiano (EBK)4.
      Â¿De qué forma estos dispositivos producen la mediación? En primer lugar, la propia necesidad de los sectores menos privilegiados de organizarse en partidos políticos, contribuye a desradicalizar sus demandas (la burocratización es el mejor muro de contención de las demandas más radicalizadas). Y, a su vez, la competencia partidaria, al crear la necesidad de captar porciones crecientes del electorado, contribuye a la desideologización, profesionalización  y pérdida de identidad de los partidos políticos.
      Por su parte, hasta mediados de los años `70 en que estalla la crisis, el EBK había supuesto, por un lado, un auge económico sin precedentes en todas las economías capitalistas avanzadas; y por otro, la transformación de la lucha de clases radicalizada en una negociación institucionalizada de intereses.
      En verdad el EBK expresa un acuerdo, un compromiso de clases por el cual el sector del trabajo acepta la lógica del funcionamiento de la economía capitalista -mercado y ganancia como principios guía de la economía- a cambio del reconocimiento de derechos sindicales y políticos, promoción del pleno empleo, etc.
      En síntesis, se permite discutir la (re)distribución de la riqueza a cambio de desechar de plano el debate sobre las relaciones sociales de producción (propiedad privada), fundamento y pilar de la sociedad burguesa.
      Ahora bien, este acuerdo funciona exitosamente hasta que a mediados de los años ´70 comienzan a aparecer signos de su agotamiento. Fenómenos ocurridos a nivel internacional (abandono de la convertibilidad oro del dólar, inflación, estancamiento económico, etc.) convergen con los grandes déficits fiscales generados por la expansión del Estado de Bienestar al interior de cada uno de los países, para terminar desencadenando la crisis social. El desempleo y subempleo reaparecen dramáticamente. En los países del Tercer Mundo se suma además un nuevo elemento, el endeudamiento externo, que por supuesto agrava las condiciones vigentes5. 
      Â¿Qué análisis se hacen en ese momento sobre la situación? Por un lado, pensadores como Hayek o Friedman que expresaban la derecha tanto académica como política, consideraban que la intromisión del Estado en el mercado, de por sí inadmisible, había llegado a límites intolerables para el mantenimiento del orden social. Por lo tanto, el retiro del Estado de sus funciones empresarias e interventoras constituía la respuesta “natural” a la situación.
      Por otro lado, autores como Clauss Offe o Jürgen Haberrmas (identificados con la Teoría crítica de la sociedad) consideraron la grave situación vigente como una crisis del propio sistema capitalista6.
      Habermas puso el acento en que con la sistemática intervención del Estado en la economía, la relación de clases se politizó y la dominación ya no pudo seguirse cumpliendo en la forma anónima de la ley del valor, con lo cual los resultados ya no se derivaron del libre juego de las fuerzas del mercado sino que comenzaron a depender de constelaciones fácticas de poder. Y con ello, la legitimidad del Estado capitalista sólo se pudo mantener en la medida en que lograra cumplir las exigencias programáticas autoimpuestas. Así, cuando el Estado fracasa en el manejo de la crisis, es castigado con un déficit de legitimación, de manera que el campo de acción se restringe justamente cuando debería ser ampliado.
      En un sentido análogo se desarrolla la argumentación de Clauss Offe (discípulo de Habermas) para quien la crisis política del sistema capitalista consiste en una “crisis en el manejo de la crisis”. Y ello tiene que ver con la imposibilidad de regular las complejas relaciones entre el subsistema económico y el subsistema político (que deja de estar subordinado al primero).
      Â¿Cuál es la contradicción intrínseca del Estado de Bienestar? Éste necesita de la economía y la inversión capitalista para su mantenimiento y desarrollo, motivo por el cual existe una inclinación a dar un trato preferencial a los sectores empresariales. Pero cuando lo hace, deja de ser el supuesto árbitro imparcial de las disputas entre los diversos grupos sociales, con lo que inmediatamente pierde legitimidad.
      La contradicción intrínseca del Estado Capitalista es que debe simultáneamente garantizar la acumulación y legitimarse en las urnas.
      Se trata de un problema estructural que a mediados del siglo XX logró ser momentáneamente salvado a partir de los mecanismos institucionales mencionados (competencia partidaria y Estado de Bienestar Keynesiano).
      Ahora bien, si estos principios que permitieron la compatibilidad entre capitalismo y democracia están en crisis, ¿podemos seguir bregando por su coexistencia?

Breve caracterización de la actual crisis
      Ya a comienzos del año pasado, algunos autores expresaban que la crisis que eclosiona a mediados de 2007, no era “‘otro’ estallido, sino el momento culminante de un bing bang cuyo comienzo puede datarse grosso modo allá por la primeras crisis del petróleo en 1973”. A partir de ese momento como resultado del avance tecnológico que genera un aumento de la productividad del trabajo, cambia la composición orgánica del capital, generándose una tendencia a la baja en la tasa de ganancia. Este hecho, entre otros, origina un desplazamiento de los capitales desde la producción al sector financiero el cual genera todo tipo de movimientos especulativos”7. De repente, conceptos como apalancamiento, instrumentos financieros derivados o hipotecas subprime irrumpen en los discursos de banqueros, empresarios y funcionarios públicos, mientras la realidad que nombran se manifiesta de forma descarnada en el aumento desenfrenado del costo de financiero de los créditos tomados por los asalariados de distintos países del mundo. Sin dudas los casos paradigmáticos lo constituyen los créditos para la vivienda otorgados en EE.UU. y España, donde mientras estalla la burbuja inmobiliaria que inviabiliza el pago de dichos créditos, se comienza a producir el estancamiento o recesión económica con sus conocidas consecuencias sociales: aumento del desempleo, precarización y flexibilización laboral, disminución o suspensión de los programas sociales, etc.
      Cabe destacar que a partir de la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers en septiembre de 2008, EE.UU. y el Banco Central Europeo (este último con fines en ese momento preventivos), comienzan a salvar a los bancos de la catástrofe que ellos mismos habían generado, trasladando todo el costo del rescate a las propias cuentas públicas.
      De modo que quienes hoy acusan a los Estados por sus gastos debieran entender bien la relación causa efecto: Aquellos no se encuentran al límite de sus posibilidades de pago por el exceso de gastos destinados a programas sociales que asisten a desempleados, jubilados,  madres con niños pequeños y otros “despilfarradores compulsivos”8, sino por haber acudido a reforzar la liquidez y solvencia de las entidades financieras y bancarias.
      En síntesis, el Estado salva a las grandes instituciones financieras, lo cual genera déficit en las cuentas públicas, y ahora éstas van por aquél, exigiendo programas de ajuste para lograr el equilibrio fiscal.
      Pero, ¿quién paga el ajuste?

¿Quién paga? Concepto de Estado
      El Estado no es una entidad abstracta, ajena a la sociedad y a la correlación de fuerzas políticas que en ella se despliega, sino que el Estado representa la instancia de expresión y articulación institucional de dichas relaciones. Como ha sostenido en infinidad de oportunidades el politólogo Oscar Oszlak, el Estado es el “tejido conjuntivo” de la sociedad. Y en la medida en que esta última posee un determinado patrón de organización y control social, que en el caso de las sociedades referidas hasta ahora, es el orden capitalista9, es evidente que quien va a asumir el costo de la crisis es el sector más débil en la correlación de fuerzas, o sea el sector del trabajo.
      Las monstruosas medidas de ajuste tomadas en Grecia y España, e iniciadas en otros tantos países europeos –y que ya han aumentado exponencialmente el grado de conflictividad social-, constituyen un claro ejemplo de lo antes mencionado.
      Por supuesto estas medidas antipáticas que ningún gobernante dice querer tomar (cabría preguntarse por qué lo hacen entonces), se justifican en su eficacia económica. Debe hacerse un uso extremadamente racional de los “escasos” recursos existentes.
      Se puede ilustrar fácilmente esta racionalidad en los siguientes ejemplos: “…El 10 de mayo del presente año, los tenedores de Títulos de la Société Générale, tranquilizados por una nueva inyección de 750.000 millones de euros, en la caldera de la especulación, ganaron un 23,89%. Ese mismo día, el presidente francés Nicolas Sarkozy anunció que, por razones de rigor presupuestario, no se prorrogaría una ayuda excepcional de 150 euros a las familias en dificultades”10. Del mismo modo, “en España, mientras el número de parados alcanzaba en 2009 al cifra de 4,5 millones (3,1 millones en 2008), las empresas cotizadas en Bolsa repartían 32.300 millones de euros a sus accionistas (19 % más que en 2008)”11.
      Queda claro que no se trata de la existencia o inexistencia de recursos sino de los criterios con que se asignan y distribuyen, y quiénes y bajo qué metodologías deciden esos criterios12.

Algunas reflexiones finales
      Entendimos oportuno recuperar  la argumentación de Clauss Offe referida a la contradicción estructural del Estado Capitalista porque el Estado que hoy está en crisis, el Estado en cuestión, no es cualquier Estado. Es una forma particular de Estado que es el Estado Capitalista. Y solamente comprendiendo su naturaleza será posible su transformación -si es que la misma se considera deseable-.
      Todos los días escuchamos y leemos consideraciones acerca de la dictadura de los mercados, la prepotencia de los accionistas, el chantaje del sector financiero y el sometimiento de los políticos a sus dictámenes. Pero, ¿cabe esperar otra cosa de las clases dirigentes surgidas de este sistema? Podría responderse a este interrogante expresando que en regímenes políticos democráticos, los líderes acceden al poder legítimamente, conforme las preferencias de las mayorías.
      Y si bien esto es cierto, también lo es que lo hacen a partir de una oferta política totalmente cartelizada. ¿O verdaderamente existen en EE.UU., España, Gran Bretaña –para no hablar de los países de nuestra región- agrupaciones políticas con posibilidades de acceder al poder que constituyan alternativas reales a las existentes?
      Es muy difícil que estos sectores dirigentes, surgidos de estos sistemas políticos quieran avanzar efectivamente, honestamente en la regulación y control del sistema financiero, tal como se está proponiendo en estos días. De hecho, si realmente lo creyeran necesario, ya lo hubieran hecho.
      En un artículo publicado recientemente en el diario El País de España13, el filósofo Jürgen Habermas sostiene que “no es que la regulación de los mercados financieros sea tarea sencilla. Para llevarla a cabo también se requiere, sin duda, el conocimiento especializado de los banqueros más taimados. Pero las buenas intenciones fracasan no tanto por la complejidad de los mercados como por la pusilanimidad y falta de independencia de los Gobiernos nacionales”.

      Pero, ¿cómo se independizan los gobiernos nacionales?, ¿si son todos pusilánimes y dependientes no habrá que pensar en las condiciones estructurales que los generan?¿Es posible cambiar estas condiciones estructurales? ¿Es deseable?Siempre el cambio es posible si se desea lo suficiente y se genera el compromiso de trabajar para él.No sólo la experiencia histórica está llena de ejemplos de luchas sociales que han culminado en grandes conquistas, sino que esas mismas luchas están vigentes hoy. Hay millones de personas trabajando por y para una sociedad más libre, más igualitaria, más inclusiva, menos predatoria. Millones de personas que tienen “el mínimo de esperanza en el futuro necesaria para rebelarse”.Y, vale resaltar, son millones de personas que confían en la política como forma de escapar al fatalismo. El único antídoto contra el destino, es la vida política. Claro que es necesaria la creación colectiva de alternativas y oportunidades y la ampliación de los repertorios institucionales14. Inmersos en la vieja lucha de pretendidos opuestos Estado - Mercado (desde mediados del siglo pasado se ha venido reproduciendo el círculo vicioso de la alternancia de hegemonía entre ambos. Ante el fracaso de  uno, inmediatamente se erige el otro como la solución salvadora, la cual perdura hasta el siguiente naufragio), nos hemos olvidado que la única protagonista es la Sociedad. El  Estado y el Mercado no son más que expresiones institucionales de determinadas formas de relaciones sociales –de poder, de intercambio-. Y solo cambiando estas relaciones, podrán correrse los límites de las aparentemente inmodificables de las estructuras sociales.No es una tarea sencilla. La buena noticia es que depende de nosotros. (¿Será una buena noticia?)En fin. No todos los cambios son siempre posibles, ni siempre existen actores sociales y políticos capaces de encarnarlos, pero las sociedades no se mueven según parámetros naturales y necesarios, y, por lo tanto, siempre están abiertas las puertas para su transformación.

Notas
1. Citado en Bauman, Zygmunt (1999) En busca de la política Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, pág. 181, Subrayado nuestro
2. La argumentación que sigue es una síntesis propia del excelente artículo publicado originalmente en 1982 del politólogo y sociólogo alemán Clauss Offe, “Democracia competitiva de partidos y estado de bienestar keynesiano”. La versión utilizada para este artículo se encuentra en “Proyecto de Modernización del Estado Jefatura de Gabinete de Ministros, Presidencia de la Nación Argentina (comp.). Lecturas sobre el Estado y las políticas públicas: Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual, 2008, pp. 101 – 114.
3. Los liberales estaban convencidos de que la generalización del sufragio universal llevaría al gobierno (tiranía) de las mayorías pobres; mientras que el marxismo sostenía que el logro de una plena democracia que materializara un verdadero igualitarismo (incluyendo el plano económico), socavaría los fundamentos de la sociedad burguesa y los pilares fundamentales del sistema capitalista. Vale aclarar que esta argumentación no es compartida ni por el leninismo, que considera a la democracia burguesa como la forma política que garantiza el dominio de la clase burguesa;  ni por las teorías elitistas-pluralistas de la democracia que sostienen la total independencia entre clase y poder político.
4. Si bien se suele hablar en forma indistinta de Estado de Bienestar o Estado Keynesiano, cabe destacar que el primero es bastante anterior (fines del s. XIX) a las políticas keynesianas que se implementan a partir de la segunda posguerra y que contribuyen a generar, en las economías capitalistas avanzadas, un período de auge económico sin precedentes.
5. Strada Sáenz, Gerardo (2000) “Estado y Mercado”, en Pinto; Julio (comp.) Introducción a la Ciencia Política Ed. Eudeba, Buenos Aires, pp. 177 – 209.
6. La argumentación siguiente referida a Habermas y Offe se extrae de Strada Sénz, pág. 200 -203.
7. Gabetta, Carlos, “El big bang de la crisis”; Le Monde diplomatique, Marzo 2009, pág. 3
8. Aronskind Ricardo, “Neurosis”, Diario Página 12, 30/05/10, pág. 2.
9. Oszlak, Oscar. “¿Nuevas reglas de juego?” en  Revista Reforma y Democracia Nº 9 del CLAD, Caracas.http://www.economicasunp.edu.ar/03-EPostgrado/posgrados/trelew/P%FAblica/EGob_AdmPub/info/Oszlak-%20Estado%20y%20Sociedad-%20Nuevas%20reglas%20de%20juego.pdf
10. Halimi Sergio, “El gobierno de los bancos”, en Le Monde diplomatique, junio de 2010, pág. 10.
11. Ramonet, Ignacio. “La cuestión social”, en Le Monde diplomatique, abril de 2010, pág. 15.
12. Para quienes se encuentren interesados en profundizar el análisis conceptual del Estado Capitalista, se recomienda el imprescindible artículo del reconocido politólogo Guillermo O´Donnell, denominado “Apuntes para una teoría del Estado” disponible en http://www.preac.unicamp.br/arquivo/materiais/txt_apoio_odonnell.pdf
También publicado en Oszlak, Oscar comp. Teoría de la Burocracia Estatal. Paidós, Buenos Aires, 1984, pp, 199-250.
13. Ver http://www.elpais.com/articulo/internacional/euro/decide/destino/UE/elpepuint/20100523elpepiint_2/Tes
14. Mangabeira Unger, Roberto (2009). El despertar del individuo. Imaginación y esperanza. Buenos Aires, FCE.

 

-Artículo realizado en el marco de las investigaciones el Instituto de Estudios de las Finanzas Públicas Argentinas (IEFPA)  www.iefpa.org.ar
* Lic. en Ciencia Política, Mg. en Sociología Política. Secretaria Académica y docente del IEFPA.






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