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Hotel Gregorio
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Laura Barberis

Spiritu Sanctus ora pro nobis

      Suelo preguntarme, e imaginar al respecto, qué hubiera sido del mundo durante los dos milenios pasados si la Iglesia Católica se hubiera empeñado en educar en el mensaje de Cristo al respetable porcentaje de ricos, de muy ricos y de muy muy ricos que integran su feligresía en todos los países de Occidente y en algunos del Oriente; si se hubiera entusiasmado y apasionado en hacerles comprender cómo era la cosa que el buen Jesús predicó, qué hubiera pasado.
      Así nomás, en una rápida y salpicada recorrida por la historia, puedo suponer que no habría habido Reforma -que fue una buena patoteada contra la corrupción clerical pero también un reordenamiento para que la riqueza se distribuyera entre algunos más, pocos también por cierto, pero laicos- ya que a los que a los rebeldes no les dio por enfatizar las bondades, la solidaridad y la austeridad de la verdad evangélica, sino por ajustar reglas, mandatos y rígidas doctrinas. Los protestantes y la seguidilla de bautistas, presbiterianos, anabaptistas y otros de allí devenidos, cuando fanáticos, tienen, institucionalmente hablando, una moral más incomprensible aún que la católica; por ejemplo, acuérdese del funcionario de Bush hijo, secretario de Justicia, el hombre con una de las fortunas personales más importantes de los EE.UU., que pretendió tapar con un lienzo “ciertas partes” (no los ojos, ya cubiertos) de la bellísima estatua que representa a las puertas del edificio la función que él mismo ejercía. O sea que la Reforma logró tener una institución central que, aparte de los templos y algunas oficinas no tiene nada, a diferencia del Vaticano, pero siglo tras siglo emplearon primero a cuanto corsario y pirata pudiera servir de invasor y fuerza de choque paralelos para que después sus primos, allende los mares, tuvieran a pacatos y severos guardianes no de la fe sino de la riqueza y fueran los presidentes del imperio -salvo uno o dos papistas-  y, por supuesto, la mayoría de los petroleros, magnates del estaño, del zinc, del oro y las gemas preciosas, de las megaempresas de la construcción, de los más grandes complejos agroindustriales y tecnológicos, de las fábricas de armamento, todos severos seguidores de Lutero que no admiten a una estatua desnuda y, hasta hace poquísimos años, decían públicamente que afroamericanos, indios y asiáticos eran inferiores -los judíos fueron mejor tolerados en el Siglo XX porque algunos, pocos por supuesto, son los banqueros- y al que no le gustaba le mandaban al KKK. O sea que cambiaron liturgias y sacramentos pero en el orden estrictamente religioso, en la mística propiamente dicha, lo único que hicieron fue restarle poder, y sobre todo fortuna, a la casa central que es muy, pero muy austera. Nada que ver con el Estado Vaticano.

      No quiero meterme en la cuestión de la pedofilia ni evocar a León Felipe ni a los anarquistas españoles con aquello de en la puta calle, la puta Iglesia sostiene los prostíbulos de la miseria, etc, etc..., sólo me pregunto ¿si la labor de los misioneros en África hubiera sido acompañada por los potentados católicos del mundo, sería hoy esa suerte de enorme villa miseria, de favela continental, que es? ¿Los pueblos originarios de América, Australia y Nueva Zelandia hubieran sido diezmados como lo fueron, y sus descendientes serían mayoritariamente mucamas, peones, vendedores ambulantes y porteros como lo son? ¿Si la Iglesia hubiera preferido los pobres a los ricos, las etnias bolivianas hubieran sido reventadas como lo fueron durante quinientos años, mientras los recursos naturales, oro y minerales sobre todo, viajaban hacia las manos tendidas como garras de una codicia notablemente católica, por lo menos hasta fines del Siglo XIX, cuando también empezaron a estirar las suyas devotos protestantes de la gran democracia de EE.UU.? ¿Y los indios de la Amazonia? ¿Y los guatemaltecos?

      â€œPoderoso señor es Don Dinero…” ya lo dijo Manrique. Pero el Buen Jesús nunca debe haber imaginado, al pergeñar la hermosa metáfora de la aguja y el camello,  cómo iba a ser utilizada por los gordos obispos de los dos milenios.
      Si los ricos, los muy ricos y los muy muy ricos hubieran sido educados por la Iglesia en el espíritu cristiano, seguramente no hubiera habido un montón de guerras en Europa ni Inquisición en la Edad Media ni Opus Dei en la actualidad ni Señor Burns en los Simpson.
      Una cosa es segura, en este tercer milenio habría muchos más católicos.






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