Los medios y la opinión pública suelen asociar automáticamente ambos términos, sin advertir que el alto grado de incertidumbre que caracteriza a las sociedades contemporáneas constituye un clima de época que trasciende ampliamente los alcances de la criminalidad. Lo único que puede restituir un mayor nivel de seguridad a la vida de los ciudadanos es retomar el control sobre sus propios destinos.
El delito
Como se puede constatar en diversas encuestas de opinión, el tema de la inseguridad, seguido de cerca por el desempleo, viene liderando desde hace algunos años el ranking de las mayores preocupaciones de los argentinos.Â
Esporádicamente, algunos casos resonantes fuerzan la instalación de esta preocupación pública en la agenda gubernamental y comienzan largos debates que rara vez se traducen en acciones concretas tendientes a dar algún tipo de respuesta a un problema estructural tan complejo.
Durante el año 2009, una seguidilla de crÃmenes cometidos en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires provocó una movilización ciudadana que incluyó, además del intento de linchamiento de un fiscal, marchas de repudio en distintos barrios, actos en Plaza de Mayo y presentación de petitorios en el Congreso de la Nación.
Frente a las posiciones más extremas que âcon amplio eco en la opinión pública- reclamaban la aplicación de la pena de muerte para los responsables de delitos graves, dicha institución decidió tomar cartas en el asunto. Teniendo en cuenta que uno de los reclamos más enérgicos era el referido a la supuesta impunidad de que gozan los delincuentes, especialmente cuando son menores de edad, se comenzó a debatir la creación de un régimen penal especial para estos últimos.
AsÃ, en noviembre de 2009 el Senado dio media sanción al Proyecto de Ley de Responsabilidad Penal Juvenil, quedando pendiente para este año su tratamiento en Diputados.
Evidentemente los miembros de la Cámara Baja han entendido que no se trataba de un tema prioritario porque hasta el momento no ha sido considerado.
Vale resaltar que la cuestión de los menores es apenas un aspecto de una problemática mucho mayor (1). El delito organizado, responsable, en la mayorÃa de los casos, de reclutar a los jóvenes, involucra complicidades policiales, judiciales y polÃticas; sumamente difÃciles de desentrañar y, más aún, de desbaratar (2).No obstante, se la trae a colación para ilustrar el hecho de que con demasiada frecuencia, los temas de las deliberaciones parlamentarias no se priorizan según su relevancia para la vida del paÃs, sino conforme las portadas de los diarios nacionales.
La inseguridad
Hasta aquà se ha utilizado el término inseguridad como habitualmente se lo hace en los medios y en la opinión pública en general, casi como sinónimo de delito. Sin embargo, el concepto excede ampliamente la problemática de la criminalidad.
Trasciende también la realidad de la exclusión social que frecuentemente se asocia con el delito; no porque se pretenda que este último y pobreza sean sinónimos, sino porque es evidente que la profunda degradación de las condiciones de vida que aún hoy afecta a millones de personas, constituye un terreno fértil para que algunos de ellos puedan constituirse en presa fácil del delito organizado.
No obstante, tampoco aquà se agota el problema porque la inseguridad en el mundo actual constituye un clima de época.
Según el conocido sociólogo alemán Zygmunt Bauman, el problema contemporáneo más siniestro y penoso, en el marco de una sociedad que desde hace ya algunas décadas ha sido caracterizada como la sociedad del riesgo (3), puede expresarse por medio del término alemán, Unsicherheit, que fusiona otros tres en español: incertidumbre, inseguridad y desprotección (4).
En efecto, hay un contexto de incerteza que afecta a todos los individuos independientemente del lugar que cada uno ocupa en la escala social.
La flexibilidad en el trabajo (para quien lo tiene), el temor a perderlo, la desregulación de los marcos normativos y sociales que hasta hace algunas pocas décadas encauzaban las trayectorias individuales, los problemas ambientales, la amenaza nuclear o el terrorismo internacional, constituyen algunas muestras irrefutables de que la humanidad entera se encuentra en el Titanic. Y si bien, como siempre ocurre, los sectores de menores recursos son los más vulnerables, actualmente la nave tierra parece hundirse, democráticamente, para todos.
Según el autor aludido, lo que subyace a tanta incertidumbre es la percepción generalizada de la falta de control sobre el propio destino.
En todas partes del mundo, los individuos sienten, más que nunca, que nada de lo que puedan pensar, decir o hacer tendrá incidencia alguna sobre los funcionarios, dirigentes, polÃticos y burócratas varios encargados de tomar decisiones fundamentales sobre sus vidas.
Si a fines del siglo XIX y principios del siglo XX la militancia en un partido polÃtico era una demostración de fe en la posibilidad de transformar estructuralmente el sistema, o en la década de los `60 formar parte de un movimiento social expresaba cierta confianza en revertir las consecuencias más negativas de un modelo de industrialización y desarrollo que no habÃa cumplido su promesa de progreso indefinido para todos, a comienzos del siglo XXI, globalización mediante, las cosas parecen haber cambiado.
Los âpoderes financieros, capitalistas y comerciales extraterritoriales exceden a las autoridades polÃticas locales, las cuales se hallan lejos de poder controlar y menos aún direccionar sus acciones. Es lógico que ello conduzca a la apatÃa, la inacción, el sálvese quien pueda y todo tipo de respuestas individualistasâ (5).
El problema es que se han roto los puentes entre el ámbito privado y el ámbito público, de modo que el malestar y el sufrimiento que afectan en mayor o menor medida a todos los seres humanos tiene dificultades de traducirse en formas de acción colectiva que lleven a construir una sociedad mejor.
Desde dónde pensar algunas respuestas
Asà como la reapropiación del espacio urbano es imprescindible para disminuir las oportunidades del delito en las grandes ciudades, la reconstrucción simbólica del espacio público es fundamental para reducir la sensación de inseguridad en los individuos.
Del mismo modo, asà como se necesitan polÃticas contra el delito, se necesitan polÃticas contra el miedo (6), lo cual sin dudas, es mucho más difÃcil de lograr. No sólo porque este último no se corresponde directamente con el nivel de aquél -la cantidad de delitos puede bajar sensiblemente y la sensación de inseguridad mantenerse estable-, sino porque se trata de una realidad mucho más compleja. De hecho, a menudo, frente a un mismo problema, diversos sectores requieren distintas soluciones.
Por ejemplo, para algunos segmentos sociales, como pueden ser los habitantes de barrios de clase media de una ciudad grande, una mayor presencia policial puede dar una sensación de mayor seguridad; mientras que para los jóvenes de sectores de menores recursos, estigmatizados y discriminados por gran parte de la sociedad, dicha presencia puede constituir una amenaza.
Las mujeres de las clases medias urbanas suelen temer prioritariamente a los limpiavidrios o cartoneros, mientras que aquellas de los barrios más alejados del centro tienen temor de los agresores sexuales (7).
Para unos, los miedos pueden pasar por la inseguridad jurÃdica, el deterioro del salario por las altas tasas de inflación o el robo del auto (que en ocasiones puede terminar en asesinato); y para otros, por cómo conseguir el sustento diario.
En estos ejemplos concretos puede observarse claramente cómo el tema más visible, el del delito, se entronca directamente con las caracterÃsticas más estructurales de la sociedad. Lo que subyace a las diversas percepciones de la inseguridad son las diferentes condiciones materiales de vida y el desigual acceso a la ciudadanÃa (principalmente social pero también civil y polÃtica, ya en muchos casos la primera constituye condición de posibilidad de las otras dos).
De ello puede derivarse que si no se aborda el núcleo duro del problema, no habrá medidas que alcancen. Claro que no es fácil porque su propia naturaleza involucra una contradicción: la demanda por mayor seguridad, en sus diversas acepciones, requiere una reapropiación del espacio público por parte de los individuos. Ya sea para exigir iluminación en una calle, urbanización en un barrio, presencia policial en el transporte público o creación de empleo genuino, alguna forma de acción colectiva es necesaria.
Pero quienes viven con miedo, lejos de salir a debatir y batallar en el ámbito público, lo que hacen habitualmente es, al contrario, vivir encerrados en los lÃmites de sus propias casas, de sus propias familias y, en definitiva, de sus propias vidas. Lo cual constituye una respuesta racional pero absolutamente inútil para cambiar el status quo que tanto los aflige.
¿Qué más quieren los poderosos locales, nacionales y supranacionales que hacen de la polÃtica un negocio, que mantener individuos y sociedades privatizadas convencidos de que la participación no sirve y de que no tiene sentido intentar cambiar las cosas porque es un objetivo inalcanzable? Una conocida profecÃa autocumplida.
De hecho, por más arduo, complicado y espinoso que sea el camino, la única forma que se tiene de romper este nudo gordiano de la impotencia colectiva, es la acción conjunta en pro de la ampliación de las libertades, la igualdad de oportunidades y la equidad social.
Parafraseando a Marx, Bauman plantea que âsacar a los pobres de su pobreza no es tan sólo un asunto de caridad, conciencia y deber ético, sino una condición indispensable para reconstruir una república de ciudadanos libres a partir de la tierra baldÃa del mercado globalâ (8).
¿Por dónde empezar? Si los poderes globales están lejos, las autoridades locales están cerca. Si los partidos polÃticos tradicionales parecen anquilosados, los hay nuevos. Si de todos modos la opción partidaria no se considera buena, hay miles de formas de militancia social que en algún punto tendrán su momento de articulación polÃtica.
Por supuesto se trata de una alternativa onerosa pero seguramente mucho menos que la cruel inacción que todos los dÃas se cobra miles de vidas humanas. No sólo aquéllas con las que acaba la delincuencia sino también las otras, más silenciosas, las que se pierden diariamente a causa de la pobreza, la desnutrición, la falta de acceso a servicios básicos; a causa, en definitiva, de la desidia y la indiferencia generalizadas.
Notas:
(1) Por ejemplo, según cifras de la Procuración de la Provincia de Buenos Aires, en 2009 se iniciaron 28.939 causas en el fuero juvenil, lo cual representa apenas el 4,3% del total de casos penales. Diario La Nación, Martes 11 de mayo de 2010 http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1263357
(2) Sain, Marcelo. âLa corrupción policialâ, en Le Monde Diplomatique, Mayo de 2010.
(3) Ulrich Beck La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Paidós, Barcelona. 1994
(4) Bauman, Zygmunt (1999) En busca de la polÃtica, Editorial Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires (p.13)
(5) IbÃdem, pág. 182
(6) Investigación de los sociólogos del Conicet, Gabriel Kessler y Marcelo Bergman http://www.conicet.gov.ar/NOTICIAS/portal/noticia.php?n=4402&t=4
(7) IbÃdem
(8) Bauman, pág. 186
* Lic. en Ciencia PolÃtica, Mg. en SociologÃa PolÃtica.
 Secretaria Académica IEFPA
-Docente de TeorÃa PolÃtica y Social de la MaestrÃa en Finanzas Públicas IEFPA - UNLaM â UNJu
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