el encuentro
las mujeres enarboladas crecen al costado de la ruta.
atrás de ellas, los isidros.
en una estruendosa manifestación de dolor, en la noche, el rasguito de la tierra que se hiere
para que el amor, o esa cosa parecida, se encuentre.
alargada agonÃa de oscuridad retorciéndose en las promesas que el deseo hace bajito, detrás de la nuca, con la alevosÃa tÃpica de su especie.
se sabe que cuando suena un aleteo, están juntos.
los isidros de fino porte y llenos de colonia. saliendo de los fondos pantanosos de algún boulevard.
caminan arrastrando a veces la punta de un pie, y con la mano izquierda se peinan el bigote inexistente.
ellas esperan, al borde de una lÃnea asfaltada que no las reconoce.
cantan la canción que los encuentra, en un coro que estremece las hojas de los paÃses lejanos.
un escándalo de caricia empantanada en medio de las ramas perfuma toda la ruta de un amor asfixiante y nocturno, sin que nadie se dé cuenta, creciendo horizontalmente como una nueva delimitación de la patria que están fundando en ese instante.
por la mañana, silencio de camino poco transitado, viejo mapa por el que navegan sólo bicicletas, hojas caÃdas, olor a hierba revuela, se termina de zurcir despacio la última cicatriz de la tierra.
Salomé Esper, Sobre todo.
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