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Jorge Nalvanti

El ser argentino

      Analizar las particularidades y nuestra forma de ser, es realmente algo difícil, muchos lo han intentado y a pesar de ello hay respuestas que no se aclaran, y es quizás porque las respuestas se encuentran implícitamente a partir de nuestro nacimiento como colonia, hecho que nos marcó como sociedad.
      En efecto si comparamos, por ejemplo, nuestro nacimiento con el de los Estados Unidos de América u otros países como Canadá, Australia, etc., hay similitudes importantes, pero los orígenes del desembarco en estas tierras tienen razones distintas, lo que nos distingue en el desarrollo de nuestras sociedades. Los ingleses que llegaron a los Estados Unidos en el Mayflower no podían volver a su país de origen ya que venían escapando del absolutismo real y los problemas religiosos originados en el cisma ocurrido en el catolicísimo con motivo del movimiento reformista nacido en Alemania y liderado por Lutero. Si volvían podían sufrir la pena de muerte. Lllegaron a esas tierras con sus familias para comenzar una nueva vida de acuerdo a sus creencias.
      La colonización de América por España se caracterizó por ser encabezada por hombres que financiaban sus expediciones en nombre del Rey para enriquecerse y volver a España a vivir en las comodidades de la corte; no les interesaba la nueva tierra pues ellos querían volver a España y encima con honores y riqueza.
      Es así que mientras unos hacían de esta tierra su futuro, los otros se lanzaban a la caza de riquezas. Los que no tuvieron más remedio que afincarse siempre añoraron, y así se los trasmitieron a sus generaciones, la grandilocuencia de las Cortes no sólo de España sino de toda Europa. Este complejo de inferioridad con Europa seguramente condicionó fuertemente la dependencia, primero de España y luego con Inglaterra. Hay actitudes de argentinos incomprensibles, no solamente a la hora de defender nuestros intereses como nación, sino la de hombres de fortuna que dilapidaron gran parte de ella viviendo lujosamente en las capitales de los países europeos.
      Esta falta de pertenencia al nuevo suelo, formó una generación de americanos que lo único que les interesa era poder volver rápido, con una fortuna singular, a su terruño. Es por ello que cualquier actitud aunque no sea ética o legal sirve, es ahí donde nace algo que caracteriza a muchos de nuestros conciudadanos: el fin justifica los medios. Así nace nuestra sociedad, y si leemos a Charles Darwin con los comentarios sobre el incipiente país que visitó en 1833, comprobaremos que la corrupción y la falta de compromiso social ya era corriente en la primera mitad del siglo XIX.
      Por otra parte el proyecto de país que forjaron también los hombres de la denominada “generación del ochenta” fue fuertemente elitista, no solamente porque fue para su beneficio sino porque este fue un proyecto generado sin la participación de los nativos, o lo que ellos llamaban las clases bajas, que incluían también a los gauchos, mestizos y negros. A las clases altas elitistas porteñas lo que les interesaba era vincularse con el mercado internacional en lo económico y con Europa en lo cultural.

      A la perversidad del proyecto la podemos vislumbrar si consideramos que la idea de la inmigración, fue concebida para traer gente que estaba acostumbrada al trabajo duro y subordinado a sus patrones, cosa que era difícil de conseguir en los nativos e inclusive en los gauchos demasiados ariscos como para ser sujetados por sus patrones, estos eran libres ya que vivían en las extensas tierras que tenían a su disposición y no rendían cuenta a nadie. Pero también no olvidemos que estos excluidos eran las lanzas que engrosaban los ejércitos de los caudillos para oponerse al proyecto portuario bonaerense que empobrecía cada vez más al interior ocasionando revueltas constantes dirigidas por los distintos caudillos que se levantaban hartos de la soberbia porteña.
      En efecto, este proyecto acrecentó la desigualdad en las regiones alejadas de Buenos Aires, no olvidemos que al abolir las aduanas internas, aumento el comercio de los productos manufactureros provenientes de Europa que eran más baratos, produciendo la destrucción de la importante industria textil del norte y la incipiente industria en Tucumán. La aduana porteña cobraba arancel tanto por lo que importaba como por lo que exportaba, enriqueciendo a Buenos Aires en desmedro de las cada vez más empobrecidas provincias.
      La falta de pertenencia a un proyecto de país que no contempla a las clases bajas, las obligó a idear distintas formas de subsistencia, desde la forma de evitar las leyes, ninguna las beneficiaba, a vivir fuera del sistema laboral que los rechazaba. Este fue el comienzo de agudizar el ingenio para sobrevivir en una sociedad que decididamente los expulsaba.
      Esta forma de vida que se enraizó y se tornó parte de nuestra cultura, que busco la comodidad y evito el trabajo es parte importante de la crisis argentina. La viveza criolla, predomina hoy en nuestra forma de vida, en nuestra forma de ser. Los intereses individuales están primero, los sectoriales y corporativos después, y por último todo los demás, es por ello que la falta de respeto y la indiferencia por el bien común es práctica normal en nuestra sociedad.
      Vivir con estos valores significan aun hoy, obtener el máximo beneficio con el menor esfuerzo, ignorar las normas establecidas, pisoteando el derecho de los demás sin importar a cuántos perjudicamos. Esto trae aparejado la corrupción, la desconfianza hacia los demás, el debilitamiento moral de la sociedad y la falta de responsabilidad de nuestros actos.
      Si bien estas costumbres que nacieron en Buenos Aires, en menor medida, se encuentran extendidas a lo largo y ancho de nuestro país. Sobre estos temas se ocuparon hombres de la talla de Borges cuando declaró “El argentino suele carecer de conducta moral, pero no intelectual; pasar por un inmoral le importa menos que pasar por un zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla”. Muchos le siguieron: Marcos Aginis en su libro El atroz encanto de ser Argentinos, Carlos Escudé en Yo Argentino, Julio Mafud en Psicología de la Viveza Criolla, Ezequiel Adamovsky en Historia de la Clase Media Argentina y otros más. Es evidente que si tantos son los que se ocuparon del tema es porque el problema es grave.
      La representación popular de esta forma de vida está inmortalizada por Dante Quinterno en Isidoro Cañones, Avivato de Lino Palacios y el más actual Tinelli, como máximo cultor de la picardía criolla que destila y envenena a la televisión argentina.

Extracto de Los Argentinos del libro La democracia imperfecta/Juan Carlos Villamea-Jorge Nalvanti.






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