De tanto convocar al Duende del Carnaval, los jujeños hemos logrado que se haga presente. A veces nos acaricia con la mano de lana, otras nos castiga con la de hierro. Presos de esa ambivalencia nos sentimos orgullosos de ser la provincia donde la cultura andina es más fuerte, pero nos ofendemos si nos dicen collas. Reclamamos la falta de comercios de ropa fina, pero cuando aparecen en el shopping, nos vamos a comprarla a Salta. Renegamos del Estado empleador, pero usamos nuestra influencia para acomodar a los hijos en carguitos públicos. En una de las provincias con mayor movilidad social, âpasamos de la pluma al gamulánâ en media generación, pero negamos nuestro pasado con el mayor desparpajo. En fin, ya me entienden, somos bipolares hasta en la religión: ponemos el mismo entusiasmo para las celebraciones religiosas que para el carnaval.
La presencia destructiva del Sombrerudo se nota claramente en cuestiones como la decadencia de los liderazgos de la sociedad que se manifestó dramáticamente a través de los golpes institucionales de los ´80 y principio de los ´90, la desaparición de fuentes de trabajo y de planes de desarrollo que provocó el incremento de la pobreza estructural y el desempleo, la mansa aceptación de la dependencia creciente del gobierno nacional, las notables fracturas en la sociedad.
La conflictividad social se ha instalado entre los jujeños como un hecho cotidiano, indignante pero inevitable. La mayorÃa lo repudia pero también lo justifica en base al derecho de protesta frente a gobiernos impotentes. Las calles y rutas cortadas, la prepotencia de los discursos, el abuso y la destrucción de la propiedad pública se tolera como un mal menor, sin percibir que es un mal creciente que no construye sino divide a una sociedad con profundas desigualdades, minada por la pobreza, la falta de educación y el clientelismo.
Como ocurre todos los años en estas fechas las organizaciones que representan a quienes dependen económicamente del Estado, llámense empleados, programas sociales o lo que corresponda, emprenden una campaña para conseguir aumentos de sueldo, sumas extraordinarias u otros beneficios para entregar a sus afiliados antes de las fiestas de fin de año. Pero a pesar que este hecho se repite año tras año con la regularidad de un rito, las autoridades, incapaces de actuar para prevenir antes que curar, esperan que ocurra para empezar a negociar. Aguardan hasta que las rutas estén cortadas, la ciudad sitiada y la población rehén de una dirigencia que no sabe o no quiere resolver sus conflictos por otros medios que no sean la violencia ejercida sobre los jujeños comunes, laburantes, estudiantes, amas de casa, etc, vÃctimas indefensas de esta locura institucionalizada.
Es la fiesta del Duende. La Macondo argentina vive su hora más surrealista humillando a miles de personas en nombre de derechos que, de tanto ser cacareados, parecen estar por encima de los de los demás ciudadanos. Estos últimos son las mujeres y hombres que trabajan para que en casa no falte nada, los chicos puedan estudiar y se vistan. Son quienes en vez de ocupar un espacio público por la fuerza alquilan una casa, compran un terreno y construyen al ritmo que les fija su capacidad de ahorro En fin, es la inmensa mayorÃa de jujeños rutinarios del esfuerzo, dignos del mayor respeto. Y son también los que sienten que como Aureliano BuendÃa, vienen padeciendo veinte años de soledad e indefensión ante una dirigencia incapaz de resolver un conflicto que parece ser eterno. Son los que se preguntan si tendrán que esperar hasta que se cumplan los cien años para recién poder emerger de nuestra pobre Macondo hacia un mejor presente.
¡Hay que retar al Duende, carajo!
Es a esa mayorÃa silenciosa, humillada y sumisa que le propongo: ¡Retemos al Duende, carajo! Exorcicemos el rancho y le pidamos a la Pacha y a Jesús que nos den fuerza para cambiar desde adentro, desde nosotros hacia nuestra familia, la escuela de los hijos, el grupo de amigos, el club del barrio, el centro vecinal, el sindicato o la organización a la que pertenezcamos. Que nos ayuden a cumplir con las leyes y entonces exigir a nuestros mandatarios que también cumplan y las hagan cumplir. Que nos den valor para denunciar la corrupción y la ineptitud de los funcionarios. Que nos den fuerzas para sujetar la mano de hierro de quiere seguir castigándonos, para impedir que continúen la impunidad y la prepotencia.Â
Jujuy no fue ni es un pueblo de ovejas que se deja llevar a donde quieran unos pocos prepotentes. Fue y es el resultado de una historia heroica. Seamos dignos de ella.
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