Lluvia entre magnolias
Semejante al trashumante fuego
que nadie puede mirar sin un asombro antiguo
la lluvia lava recuerdos, adversidades, biografÃas
tiempos clausurados en recintos impenetrables.
Ni el esplendor de la vegetación que me envuelve
como un ataúd que apenas admite tratos con la muerte,
ni el temblor de alguna parte de mà mismo
pueden atrapar lo que he perdido
en una remota estación de trenes
cuando era un adolescente
y acaso veÃa caer, desde el mismo sitio, la misma lluvia.
Aguas purificadoras hunden el canto en el vértigo de los
ciclos
aguas indomables velan sus esfuerzos para encadenar la
poesÃa al soplo de la tierra
cansadas aguas que vislumbran por nosotros un
inquieto amanecer siempre repetido.
Entre esas lluvias no se puede musitar âmi vidaâ,
pronunciar fatÃdicas pertenencias
imaginar el gesto de un rostro,
reafirmar el yo, pulir la curtiembre
de las pieles que me vistieron
en un verano imprecisable.
Ahora sólo encuentro un diálogo con las sombras del ayer
y de un presente rapaz, que devora las huellas del que
fui, del que seré y de aquellos otros que hoy me
habitan.
La lluvia limpia toda rememoración de las visiones
fugaces
el milenario polvo, acacias y magnolias, buganvillas y
jazmines, vides y alegistres
limpia, con especial ferocidad, la mano que esto escribe
las palabras consignadas, raÃces y declinaciones.
El Carmen, 28 de diciembre de 1995
A mi madre y hermanos
Miguel Espejo, Larvario.
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