Los hechos
El pasado 28 de enero, uno de mis nietos, Fabián Kindgard, quién, estando con su padre, Bertil Guillermo, su hermano, su mujer, su hijita que está recién aprendiendo a caminar, y algunos pocos amigos en el local de una âPEÃA ENGRUPOâ de su propiedad, en Tilcara, y que se abre regularmente en esa localidad durante las temporadas de verano, con las puestas cerradas por la hora avanzada de la madrugada, como es norma, recibió una alevosa agresión por parte de un grupo de policÃas locales de más de 30 efectivos comandadas por el comisario de Tilcara, que invadieron intempestivamente la propiedad armados con palos y los sometieron a un castigo insólito, y los llevaron detenidos, a mi nieto esposado, para soltarlos recién varias horas después, sin explicación alguna, y que habla de una arbitrariedad increÃble y una impunidad totalmente incompatible con cualquier âestado de derechoâ de cualquier comunidad organizada.
Esta manifiesta arbitrariedad no tiene ninguna excusa ni explicación más o menos entendible. Se trata de gente conocida, pacÃfica y con domicilio de conocimiento público, de antigua tradición tilcareña (el bisabuelo de mi hijo Bertil, don Conrado Armanini llegó a Tilcara hacen casi 100 años y era dueño del Hotel más tradicional de la población. Yo mismo y gente de mi familia hemos visitado Tilcara habitualmente los veranos desde hacen más de 70 años.) Pero hoy, lunes 6 de febrero, me doy cuenta de nada de eso importa. Lo que importa es el hecho delictuoso en sÃ, y no contra quién se comete, porque entonces yo estarÃa cometiendo la misma estupidez del náufrago argentino que comento y critico socarronamente en mi artÃculo publicado en âEl Tribunoâ domingo 5 de febrero, cuando al protagonista lo imagino preguntando âno saben quién soy yo?â. El comisario tenÃa todo el derecho del mundo a ignorar âquién era élâ cuando ordenó el procedimiento contra mi nieto. Pero la figura de mi nieto era totalmente imposible de confundir con la de un âreo con peligro de escaparseâ, si es que esto justificaba semejante despliegue, al que habÃa que atacar por sorpresa.   Porque lo que no tiene derecho el Comisario es a ignorar, porque seguramente concurrió a la Escuela Primaria de algún lado, lo resuelto por la Asamblea del año 1813, hacen ya a un solo año de cumplir los 2 siglos, y que dispone la supresión de las torturas.  En este caso hubo un ensañamiento insólito, con arrojo de gases irritantes a los ojos de un detenido ya esposado, torceduras  con âtrinquetesâde las cadenas de las esposas para producir dolor y heridas, arrastre por la calle del cuerpo caÃdo de mi hijo, torceduras hacia atrás de los dedos de una mano tratando de quebrarlos, etc. etc., ferocidad completamente injustificada, y que no puede escudarse en excesos individuales de los policÃas, sino que tenÃan todas las formas de un âprocedimiento ordenado por la superioridadâ. Cuando la joven mujer de mi nieto, alarmada por lo que veÃa, se acercó a la policÃa a preguntar por su esposo también fue detenida durante 4 horas sin darle ninguna explicación.
Este suceso tiene para mà consecuencias muy penosas y que no hacen a la cuestión en sÃ, pero que de todas maneras existen. Lo que no puede componer es mi temor de que este comportamiento policial no contribuya de algún modo a fortalecer la decisión que habÃa tomado mi nieto de abandonar el paÃs. La âpeñaâ , era y es un lugar sano, original y distinto donde, además de pasar un buen rato con la familia o con amigos, podÃa (y aún se puede) tomar contacto con muchas manifestaciones artÃsticas nuevas, especialmente nacionales o locales, de la cultura, la poesÃa y la música. Pero ahora todo eso corre peligro de malograrse por la conducta irresponsable del Sr.Comisario de Tilcara.
Esta conducta delictuosa debe castigarse para evitar la sensación de que estamos retrocediendo peligrosamente en el camino elemental que debe seguirse obligadamente para poder integrarse en la comunidad civilizada de naciones. Yo sé que me expongo a riesgos, yo y mi familia, porque estoy cuestionando y haciendo pública la conducta delictuosa de quienes deberÃan estar para perseguir a los malhechores y proteger a la gente que trabaja honradamente, pero es que, como pocas veces, esto me ha provocado una legÃtima indignación y no puede ni debe quedar impune.
Federico B. Kindgard,   Â
6 de febrero del año 2012
|