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Octubre de 1983

Mario Pizarro
      Recuperar la memoria histórica no consiste en conocer fechas o datos, no es agarrar una pala para desenterrar una hebilla o un botón. La memoria histórica es otra cosa. La historia de un pueblo no es lo que ese pueblo ha vivido, sino lo que ese pueblo recuerda y cómo lo recuerda. Por ello, la memoria histórica es un recuerdo colectivo, es no olvidar lo aprendido, muchas veces con sangre, en el pasado, para no cometer los mismos errores en el camino hacia el futuro.

      El 6 de septiembre de 1930 caía derrocado por un golpe militar el presidente constitucional Hipólito Yrigoyen, desde ese momento en la historia de este país del sur de América no hubo un período democrático que durara un par de años a excepción de los 10 años de Juan Domingo Perón (1945-1955).
      El próximo 30 de octubre se cumplen 25 años de las elecciones generales de 1983, que dieron por terminado el período más oscuro y cruel de la historia argentina, dando inicio el retorno al Estado de Derecho y los valores que nos constituyeron como Nación: libertad, democracia y república.
      El 30 de octubre de 1983 es una gesta histórica de la ciudadanía que fue protagonizada por la Unión Cívica Radical, pero que comprende a todos los argentinos por igual. En ese día el pueblo recuperó las instituciones de la Constitución y la democracia, para consolidarla a través de los tiempos a pesar de las grandes dificultades que atravesó y atraviesa el país; la Argentina tuvo en 1983 un antes y un después, desde el período autoritario y antipopular a la vigencia de los derechos plenos de los ciudadanos. Es una de las fechas más felices de nuestra historia contemporánea, el radicalismo puede exhibir con orgullo su representación de las grandes mayorías y el protagonismo del Partido y sus militantes, como un aporte muy importante a la democracia consolidada de nuestro presente. Y es justicia destacar, que un nombre representó en ese instante decisivo la voluntad argentina de volver a la democracia y a la libertad: el de Raúl Alfonsín.
      La primera gran tarea fue trazada en la génesis del proyecto político que encarnaba Raúl Alfonsín, consolidar la democracia, fue un compromiso que reclamaba dosis equivalentes de audacia y cautela, exigió desde el gobierno la voluntad de crear y de inventar, exigía no repetir viejos esquemas y anacrónicos enfrentamientos, exigió la construcción de un pacto de garantías entre los protagonistas con puntos centrales como, el respeto de las reglas de juego de la democracia: la libre discusión y oposición, la tolerancia de las diversas ideas, el rechazo de todo procedimiento violento como forma de acción política, el respeto de los derechos humanos básicos y la vigencia de una ética cívica compartida.
      En ese sentido sin dudar, sin romper el contrato electoral, la construcción de los cimientos de la naciente democracia en nuestro país no se realizo desde la claudicación ética, esto significó llevar a los responsables de la violencia ante los tribunales, es por eso que a solo dos días de haber asumido en el gobierno, se promovió la derogación ante el congreso de la Ley de Autoamnistía, que posibilitó el procesamiento de los responsables de la violencia que ensangrentó al país, dicha derogación lamentablemente no fue acompañada por todo el espectro político. Fue una tarea llena de valentía y patriotismo, la histórica sentencia estableció la existencia de un plan criminal organizado, sabemos como siguió la historia, hubo sentencia, hubo cárcel para los responsables del terrorismo de estado, pero también debemos recordar que también hubo un presidente democrático que borró con los indulto, todo lo que se escribió para la historia de la humanidad en el juicio y castigo a las juntas militares.
Tal vez en la columna del debe del gobierno de Alfonsín, surja el tema de las leyes de obediencia debida y punto final, por eso es importante en la construcción de la historia y la memoria, recordar lo que el propio Alfonsín pensaba sobre estas leyes, cuando afirmaba que esas leyes no le gustaban, pero entendía en ese momento histórico que tenía la obligación de preservar la libertad y preservar la autoridad democrática y que el último fin era limitar la responsabilidad a la máxima autoridad militar y que la urgencia y la insistencia estuvieron condicionadas por una realidad amenazante para la estabilidad democrática.
      Por eso es justo reconocer que, aun en medio de la más grave crisis, prevaleció el instinto de preservación de la democracia recuperada desde sus valores y desde la noción del estado de derecho, el camino marcado desde 1983 fue alejarnos definitivamente del “país al margen de la ley”, acercándonos a la Argentina de libertad que busca simultáneamente la igualdad.
      El gobierno de Alfonsín tuvo fracasos, pero también iniciativas desafiantes y éxitos a señalar, hoy la historia parece detenerse en los primeros, citando a Borges podemos decir que, “la verdad histórica no es lo que sucedió, es lo que juzgamos que sucedió”, por eso es bueno recordar que el gobierno de Alfonsín fue de transición, entre la dictadura y la democracia, aquél  no fue un simple cambio de gobierno; se trató de un momento fundacional, de la gestación de una Argentina diferente que construyó una democracia como sistema de vida. Fue un gobierno que dijo no a la impunidad, que llevó a juicio a los responsables del terrorismo de estado, la misión fue cumplida cabalmente, hoy la sociedad sabe, la sociedad Argentina y el mundo han juzgado, y el juicio a las juntas forman parte de la memoria colectiva. Fue el gobierno por los derechos humanos que ratificó convenios internacionales como: la Convención Americana de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, entre otros. Fue el gobierno de la paz y de marcada política exterior, de la democratización sindical, de las autonomías universitarias, de la vivienda como un bien social, que propuso el seguro nacional de salud, de alfabetización para todos, que instó a la conformación del MERCOSUR, pero por sobre todas las cosas fue un gobierno que tal vez realizo menos cosas de lo necesario, pero seguramente en varios aspectos hizo más de lo que parecía posible.
      Hablar de Raúl Alfonsín es hablar de un político de “raza”, aunque esto parezca una verdad de Perogrullo, en un escenario contemporáneo donde sobran los dedos de la mano para contar los caudillos. De esta manera se constituye como un hombre de consulta, aún por encima de lo parcial que lo hace la ideología, siempre parece trascender la coyuntura. Es que pasó por el poder, no ambiciona volver a él, pero retiene el liderazgo de una rutilancia que le dio su afán por la consolidación de las libertades públicas.
      Sin embargo, la hiperinflación lo acorraló, porque en sus días de gloria pensó tal vez más en las libertades que en la economía. Pero se reconcilió con la sociedad, a pesar de irse antes de tiempo del gobierno porque dejó una impronta republicana. La solidaridad es otro valor que debíamos entender, y lo convierte en parte, en un predicador en el desierto frente al modelo neoliberal, pero el respeto que se le tiene deviene de la firmeza de las convicciones y de la mística de hacer política, para poner al hombre en el centro de la economía. Alfonsín a pesar del tiempo dedicado a la militancia por la defensa de la vida desde nuestro partido político, milita con el discurso, cuando la profesionalización de la política muchas veces le quita a ésta el sentido de servicio.
      Si hoy pudiéramos entender el nuevo progresismo donde se plantea, que al hombre hay que privilegiarlo por encima del mercado y que sigue siendo lo primero antes que la economía y un Estado que no deserta y un capital más humano, estaríamos en presencia de la concreción de una vieja utopía radical que es lograr en forma conjunta la igualdad y la libertad.
      Es bueno resaltar que con el paso del tiempo viejos nubarrones que opacaron al hombre, al político, empiezan a desaparecer para que con la madurez que nos da el tiempo empecemos a reconocer y valorar su legado basado en la honestidad y las ideas. Por eso, su último discurso, en el Salón de los Bustos, va a quedar como su testamento político, como lo hiciera momentos antes de su muerte, Leandro N. Alem, quien escribió un testamento político y lo dejó bajo sobre, con un rótulo que indicaba: “Para publicar”, donde decía “He luchado de una manera indecible en los últimos tiempos; pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña... ¡y la montaña me aplastó!”, tal vez la montaña para don Raúl se llame enfermedad, y su legado es para las nuevas generaciones como lo hizo Don Leandro “Adelante los que quedan”. Un tributo para los jóvenes que todavía creen que la política es la mejor forma de construir una sociedad más justa. En ese testamento, Alfonsín dijo que la política no es sólo conflicto, que también es construcción. Delicado en las formas, fue un claro mensaje al matrimonio Kirchner. Como decir que las palabras “enemigo” y “traidor” deben extirparse del diccionario republicano. Hay adversarios. Hay dirigentes que piensan distinto. Hay debates calientes y apasionados. Pero no debe haber enemigos entre los argentinos, para que no nos devoren los de afuera. Alfonsín también dijo que, desde que él asumió, no hubo ni habrá más presidentes de facto. Tiene autoridad para decir “Nunca más”.
      Alfonsín fue el partero del período democrático más prolongado de la historia, el que estamos navegando con miserias y grandezas, y que nos permite seguir construyendo esa bandera peronista llamada justicia social que todos queremos en el marco de esa bandera radical llamada libertad que todos necesitamos. Sin pelos en la lengua, planteó que no hubiera aceptado ni permitido que se tomara como un halago a su persona. Que lo valoraba como un mensaje hacia la democracia. Ese es otro de los tesoros que le deja a su descendencia: el rechazo visceral hacia cualquier culto al personalismo. “Sigan a las ideas y no a los hombres”, dijo, como siempre dice. Las ideas nunca defraudan. Las ideas nunca traicionan. Las ideas no se matan ni se mueren. Las ideas sí pueden gritar presente por cien años más.
     Hoy, a 25 años de haber recuperado la democracia podemos afirmar, Raúl Alfonsín en los primeros años estaba solo en el mando. Fue el único líder que pudo guiar a la Argentina a través de esas aguas peligrosas. Podríamos decir que Alfonsín es una rareza argentina, combina el carisma con el impulso democrático, respeta la ley, más importante aún, fortalece la democracia con el pragmatismo. La democracia debe triunfar, no porque es un ideal admirable en el plano de la abstracción, sino porque es la solución, tal vez la única solución, de los problemas crónicos que han plagado a la Argentina. Tal vez deba ocurrir un cambio profundo en el carácter nacional para que pueda establecerse con firmeza la democracia en la argentina, en el horizonte hay vislumbres favorables, se está reanimando el debate político, y se debe recuperar los partidos políticos, es por eso que el cambio no debe ser interrumpido porque la tarea quedaría inconclusa.




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