Atahualpa Yupanqui y la cultura del trabajo
O. Augusto Berengan
Me galopaban en la sangre trescientos años de América, desde que don Diego Abad MartÃn Chavero llegó para abatir quebrachos y algarrobos y hacer puertas y columnas... De esta manera, poco menos que se presenta Atahualpa Yupanqui, en el primer capÃtulo de su libro El Canto del viento .
Una manera cabal de establecer un primer mojón en suelo americano y que hacia adelante, sus rastros dejarán invariablemente, la impronta del trabajo.
En toda su obra poético musical está presente implÃcita o explÃcitamente reflejada, su condición. Y esto que en apariencias podrÃa considerarse poco menos que de una obviedad, en el artista aparece reflejado como una carta de presentación, no exenta de un Ãntimo orgullo. Asà ocurre con todos y cada uno de sus arquetipos al tornarse, merecedores de su inspiración
Don Luna era resero, albañil, domador, picapedrero y otras yerbas. Era âsiete oficiosâ, como muchos criollos provincianos. Asà comienza la narración de la historia donde homenajea, a su héroe: don Jesús Luna. Todo el capÃtulo XXII de El Canto del Viento está dedicado a este paisano de Cerro Colorado y al presentarlo como un siete oficios, se podrÃa inferir que a tal perfil Atahualpa Yupanqui buscó incorporarle el mérito de ser, poco menos que un humanista del trabajo. Nada más lejos a su vez, de la supra valuada especialización, que proclama la vida tecnificada y moderna. Al respecto, andando los pueblos y ciudades de provincia y en ese delgado hilo que demarca el lÃmite entre lo urbano y lo rural, se afinca por lo general un siete oficios. Basta verlo subido a un andamio y ejerciendo tareas de albañil en un tapial del pueblo. AllÃ, el hombre se protegerá de las inclemencias del sol, con un sombrero de ala ancha, portador de los necesarios apliques de cuero crudo y que denotan a su vez su condición de gaucho. El mismo siete oficios que una vez finalizada su changa en el pueblo, se trasladará a un establecimiento rural, contratado para trabajar en los corrales, en una de las habituales rondas sanitarias, en las que se busca proteger, la buena condición corporal de la hacienda vacuna. Cuando retorne a su casa en los lindes del pueblo, seguramente lo estará esperando un hacha demandante de un óptimo filo, o un cuero de animal recién faenado, para estaquear y azorar con alumbre y sal, según las costumbres de nuestro norte argentino.
De a pie, o en sulky, o en carro,
los criollos de estos lugares                          Â
acompañan a don Luna                           Â
por medio de los chañares.                          Â
son âsiete oficiosâ, como él.                           Â
Gente de los predregales.                          Â
Paisanos de monte y cerro.                           Â
Gauchos de las soledades.                          Â
âSe ha muerto don Jesús Luna,                          Â
buen criollo...âpa' lo que mandeâ           Â
DifÃcil será olvidarlo
Aunque no lo nombre nadie...â
De El Canto del Viento
Es que primeramente y durante largos años, Yupanqui fue un siete oficios. En efecto, repasando su vida y a lo largo de ese perÃodo de cargar la esponja, el artista ejerció diversos trabajos. Andando las provincias del noroeste y del litoral, ellas fueron testigo de sus siete oficios y mil necesidades como reza el viejo dicho criollo- Tal vez el precio que le cobró la vida, por elegir una determinada manera de ganar el sustento diario. A la vez que asegurar y proteger su más preciado tesoro como fuera, su innegociable amor por la libertad:
Trabajé en una cantera                                          Â
de piedritas de afilar.                                          Â
Cuarenta sabÃan pagar                                          Â
por cada piedra pulida                                          Â
y era a seis pesos vendida                                          Â
en eso del negociar                                        Â
Otra vez fui panadero                                        Â
y hachero en un quebrachal;                                       Â
He cargado bloques de sal                                       Â
y también he pelado cañas                                      Â
 y un puñado de otras hazañas,                                      Â
 pa' mi bien o pa' mi mal                                      Â
Buscando de desasnarme                                     Â
 fui pinche de escribanÃa;
la letra chiquita hacÃa                                       Â
pa' no malgastar sellado                                    Â
 y era también apretado                                     Â
el sueldo que recibÃÂ Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â Â
Sin estar fijo en un lao                                      Â
a toda labor le hacÃa                                      Â
y asà sucedió que un dÃa                                     Â
que andaba de venteveo                                     Â
me topé con un arreo                                   Â
que dende Salta venÃa.                                   Â
 Me picó ganas de andar                                 Â
  y apalabré al capataz                                   Â
 y asà de golpe nomás                                    Â
el hombre me preguntó:                                   Â
-¿Tiene mula? Cómo no                                  Â
le dije- Y hambre, de más                                                                           Â
De El Payador perseguido
Más de una vez Atahualpa Yupanqui afirmó, que hubiese querido ser médico y asÃ, le cuenta a Ulises Petit de Murat desde el prólogo de su AntologÃa: âMe inscribà en la Facultad de Medicina -ha dicho- pero no pude seguir porque en eso murió mi padre y habÃa que trabajar en casa duramente. Me recibà de doctor en soledades, en vez de doctor en medicina. Me largué, con la guitarra al hombro, a seguir mi caminoâ.
Años más tarde y aunque más no fuera, desde el argumento de Zafra, pudo allà dar rienda suelta a su frustrada vocación. En dicha pelÃcula, con libro de Sixto Pondal RÃos, representara a un médico rural, sensibilizado ante los excesos cometidos por los patrones de los Ingenios Azucareros, en contra de los trabajadores de la puna jujeña y boliviana. Desarraigados poco menos que a la fuerza para realizar en dichos cultivos, tareas de peladores de caña. Al respecto, me arriesgo a afirmar que Pondal RÃos, recibió de Yupanqui, más de una orientación a la hora de realizar dicho argumento. Efectivamente, el artista que residiera en la provincia de Jujuy desde fines de la década del treinta hasta principios del cuarenta, conoció palmo a palmo nuestro variado territorio. Asà fue que residiendo un largo tiempo en Tilcara, precisamente en casa del recordado Dr. René Castañeda y como una forma de honrar su estadÃa, realizó allà tareas de jardinero.
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Volviendo a Zafra, es notable apreciar en la actuación de Yupanqui, su grado de convicción demostrado al momento de exponer ante los patrones, la pésima situación sanitario laboral, de los pobladores puneños. Evidencia ésta, fruto del grado de impotencia que, como médico rural experimenta. Al respecto no sólo lo abruman los magros recursos hospitalarios con los que debe llevar adelante su tarea, sino también las enfermedades que contraen los campesinos. A su vez las pocas defensas y aclimatación con que estos, bajan desde las altipampas del ande, hasta los tórridos  valles del oriente jujeño, son las primeras causas de las mismas.
Hoy dÃa podrÃa afirmarse, que dicha pelÃcula filmada en la década del sesenta, a más de una notable realización cinematográfica, se constituye en un valioso documento antropológico. Al grado de fidelidad a una situación socio económica determinada, se une la veracidad lingüÃstica de los diálogos. De igual modo que el vestuario y demás elementos, se muestran afÃnes con las costumbres y usos regionales de esa época.
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Pero muchos años antes, fue que Atahualpa Yupanqui realizó sus primeras experiencias como cineasta. Nuevamente dice AntologÃa: Córdoba desde un viejo camión, Atahualpa va dando pelÃculas mudas. Telón: una sábana cruzada de árbol a árbol. De este modo, también financia una recorrida por Santiago del Estero. Y agrega el autor de esta nota que, según palabras del mismo Atahualpa; tratándose de una pelÃcula extranjera, cobraba unas monedas más, del lado de la sábana que podÃan leerse los diálogos. Â
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Atahualpa Yupanqui afirmaba que como creador poético, su imaginación era limitada y que su tarea se justificaba, trabajando nada menos que con la realidad de los hombres. A su vez, si la dignidad del hombre rural fue causa de sus desvelos, lo fue más a partir de su condición de trabajador y de las ásperas circunstancias, con las que llevó adelante su tarea. Al respecto podrÃa agregarse que a través del relato de sus diversos oficios, ya podrÃamos tener una aproximación de los lugares, por donde el artista anduviera.
Finalmente queda claro que a este hombre y a su ámbito, el artista no lo miró desde la ruta; ni supo de sus avatares a través de los libros o bien, de lo que le contaran. Por el contrario, él fue uno más de esos anónimos trabajadores de nuestra Argentina, profunda y postergada.
Por todo ello y a través del relato y de la experiencia de sus variados oficios se aprecia, lo inmenso de su talento y creatividad.
Ahora bien, fue a partir de su último y definitivo oficio, que hoy dÃa conocemos y valoramos todo aquello que finalmente, se constituyera en su arte, profundo e inmensamente universal.
BibliografÃa:
-El Canto del Viento . Atahualpa Yupanqui. Ediciones Honegger S.A. Buenos Aires. 1965.
-AntologÃa de Atahualpa Yupanqui . Compilación y Prólogo: Ulises Petit de Murat.. Organización Editorial Novaro S.A.
-Atahualpa Yupanqui El Andar y el Camino Poético . O. Augusto Berengan
Ediciones El Copista. Córdoba. 2003/2004/2006.