(Segunda Parte)
Haciéndose llamar Walter, el Mariscal instaló su rancho (construido a machete, adobe, paja y alambre dulce), en un paraje desapercibido entre San Bernardo de las Zorras y Huasaciénaga, a orillas del río Toro. Dicen que ya tomaba mate cebado, costumbre que había adquirido en el Chaco, en las reuniones de táctica y estrategia con “Mate Cosido” y sus compañeros. (Se sabe que le llamaba la atención ese tal Bairoletto.) En Salta, rápidamente se hizo amigo de un carrero, don Panta Mamaní, y de Patrocinio Aquino, un famoso domador de potros y adiestrador de llamas. Al principio se veía una lumbre en su rancho hasta altas horas de la noche. Para Jovanka, su novia croata, seguramente, pero también para sus amigos del Chaco y para los obreros de Berisso escribía largas cartas, algunas directamente con formato de ensayo o tratado político.
Ultima foto de Jovanka hallada en un baúl en los talleres del Tren a las Nubes. Sin fecha.
De regreso de una misión en Chile, en los años ‘30 –donde se habría conocido, coincidido y trabajado arduamente con el Mariscal–, Juan Domingo Perón fue designado profesor de “operaciones combinadas” –que habría diseñado con Tito– en la Escuela Naval. Don Panta, el mensajero de la historia, junto a un áspero vino patero, solía comentar, con el rumor del río Toro detrás, que Josip, con el transcurso de los meses, fue dejando de escribir a sus discípulos chaquenses y a Jovanka –en otro momento contaré qué fue de la sexualidad de aquella hermosa morocha de ojos azules agitanados– y aumentando el caudal epistolario con los anarquistas de Berisso, pero sobre todo con “el Juancho”, como él lo llamaba. Si aguzamos el oído, podremos detectar el estilo del Mariscal en los primeros discursos de Perón. Incluso algunos lingüistas sostienen que el capítulo “Trabajo: dignidad y naturaleza” de la Doctrina Peronista pertenecería íntegramente al estilo de la pluma del Mariscal Tito. De todos modos, entre amigos, las coincidencias ideológica y literaria son simples anécdotas. Aunque el tiempo –“artilugio del azar”, como lo llamaba Borges– se encargaría, luego, de limar asperezas o, en fin, de esquizofrenizarlo todo; como se dice: barajar y dar de nuevo. Resignificar.

Abraham Guillén fue otro amigo de "Walter".
Lo cierto es que desde 1921 el ingeniero norteamericano Richard Fontaine Maury no podía superar el tráfico de queso, charqui e higos hacia Chile a lomo de mula. Su frustración conoció la catarsis cuando “Walter” Broz le presentó la fórmula SHAJUNIANZ:
U q = a x (1 + (T) 1/4) x (1 + 0,012 x V1/2)2/3 x p 2/3, donde adicionalmente a es el coeficiente de 1,2 para vagones y 1,13 para locomotoras, T es el tráfico anual en millones de toneladas, y V es la velocidad en km/h.
El asunto es que “el zíngaro Walter” (como lo llamaba Fontaine) cambió el cálculo de rieles, durmientes y balasto, los esfuerzos verticales y horizontales, el balanceo, la trepidación, el rebote, el galope, el serpenteo y el vaivén. Sólo en una mañana le dio una clase magistral acerca del “alma de los rieles” (con deslices de conceptos anarco-sindicalistas) y lo convenció de traer los durmientes del Chaco (conseguidos baratos por su amigo Segundo David Peralta) y con la prospección [como buen gitano de los Balcanes sabía leer el futuro] de que un joven amigo suyo llamado Juancho un día expropiaría el ferrocarril a los ingleses e instalaría en el país un concepto nuevo: la justicia social. Eso no le creyeron mucho y todos se rascaban la cabeza en la región atacameña.
Envar El Kadri también habría participado en la hechura del tren...
El ingeniero yanqui-franco-kunza Ricardo Fontana Maury se rascó la barba incipiente y pelirroja y le hizo un ademán elocuente con sus manos callosas traducido como “¡metalé, nomás, haga lo que sabe!”. Nació así –luego de dejar para el recuerdo a la querida locomotora a vapor 1.300– la primera máquina del futuro “Tren a las Nubes” que el Mariscal bautizara como “Coche-a-Motor”. Dicen los lingüistas que, luego, el tren “Estrella del Norte” se habría llamado así en alusión a la estrella de cinco puntas de liberación nacional que dejara impresa en los primeros codos del Cochemotor el Mariscal y que luego fuera tomado por allegados al incipiente Ejército Revolucionario del Pueblo, cuando todavía se llamaban “Uturuncos”, en el abra de Santa Laura, en el límite entre Jujuy y Salta. (A este relato lo rescaté una tarde de mucho calor cuando hice parar a un hombre en bicicleta para que me auxiliara, por la insolación, el desconcierto y la superstición crecientes, en Santiago del Estero, por haberme extraviado de la casa del pintor Guadalupe Michi Aparicio, luego de un tremendo guiso de maíz; el viejito de la bicicleta era “Uturungo Serravalle, el guerrillero de los valles” (el Comandante Puma, el que tomó la comisaría de Frías con una ametralladora de madera), que iba al mercado a hacer unas compras; nos quedamos hablando largo rato de los quebrachos que ya no había en Santiago, y elucubrando acerca de hacia dónde habrían emigrado aquellos pájaros.)

Tito con el Che. Lugar desconocido. Sin fecha.
(Aquí quiero hacer un paréntesis especial respecto de la importancia de las palabras, según Foucault –o Sausurre, o Lacan, o Paolo Virno también podría ser–: en Santiago del Estero al algarrobo no se lo llama “algarrobo”, se le dice “árbol”. Según el esteta santiagueño Joshela Scrimini –para lamento de Borges y Foucault–, es uno de los pocos, poquísimos casos en que el genérico es más particular que el particular; artilugios y exquisiteces de las rutas cuánticas que alcanza la oralidad en estado pleno. [Este dato podrá corroborarse en los archivos del “Nuevo Diario” de Santiago del Estero, Argentina –distintas épocas–, en la columna “El Zoco de la Buri-buri”, del criptógrafo Jorge Rosenberg, o mejor de su propia voz –como correspondería a un buen oralista hedonista–, en algún bar céntrico; y, mejor aún, si haciendo una seña de “ñ” con el ojo izquierdo cerrado y la comisura respectiva de la boca en elevación, se diera con algún integrante de la ancestral logia críptica “Odio y Rencor” que fundara el legendario poeta santiagueño Felipe Rojas.])

Ultima foto de los primeros Uturuncos. Sin fecha.
Aquellas “tácticas desconocidas” que –según los historiadores– le habrían permitido al Mariscal tomar el poder y unificar Yugoslavia, enfrentar a los nazis, a los marxistas y a los yanquis al mismo tiempo, es producto –sin lugar a dudas– de la mezcla teórico-práctica de aquellas “operaciones combinadas” creadas con el joven Perón, las tácticas montaraces esgrimidas con Mate Cosido y la “guerra sutil de guerrillas” aprendida por Josip (también por fluido oralista) de un tal Martín Miguel de Güemes, en el Valle del Sianca (noroeste argentino, Sudamérica). Aunque don Panta y la señora que le curó el asma afirmaban que habrían presenciado los espasmos y transmutaciones que sufría el Mariscal mientras leía poemas manuscritos de un tal Paul Celan, que se los enviara en correspondencia clandestina minutos antes de arrojarse al Sena. [Los metamensajistas podrán –es debido– decodificar el códice que, a propósito, habría conservado hasta su ¿muerte? Jesús Ramón Vera.]
Dicen que, mucho tiempo después, luego de una actuación en Belgrado, Roger Waters se le arrodilló, le tomó la mano y le dedicó “Wish you were here” (canción que le habría sido escrita ad hoc [verificar la letra]). Los testigos que estuvieron más cerca de ese histórico encuentro afirman que Waters le susurró al oído y le agradeció (¡por anticipado, por supuesto!) por la caída de la Cortina de Hierro. Años después le habría dedicado “The Wall”. En tanto, el Mariscal le habría presentado las quejas porque la luna no tiene lado oscuro, pero le habría perdonado porque en la soledad de su despacho, en el piano de cola fabricado por él mismo y traído desde Salta, practicaba todos los días un poco de “Brilla tú diamante loco” y “Sapo cancionero” (respecto de este tema, hay varios musicólogos, como Radek Sánchez, que, después de muchos años de investigación, llegaron a la conclusión de que la autoría de esa zamba pertenece íntegramente al Mariscal Josip Broz –o Brozovich– Tito, compuesta en las nostálgicas caminatas del carnívoro guerrillero por la Quebrada del Toro en primavera, pero que se la regalara a un jinete que pasaba rumbo a Chile porque en Yugoslavia no hay SADAIC. Incluso, si atendemos bien la letra: ¿no sabes acaso que la luna es fría / porque dio su sangre para las estrellas, podemos concluir que en estos versos –más allá de su contenido subversivo– se vislumbra el singular estilo sutil, ingenioso, elevado, de nuestro Mariscal, que además, como sabemos, tocaba a la perfección el piano (se habría construido uno él mismo con madera de cardón) y hablaba varios idiomas –incluido el kunza, el quechua y el cacano, que aprendió, según se sabe, en los primeros seis meses cuando descansaba los domingos en Santa Rosa de Tastil–. Algunos oralistas coinciden con ciertos psico-urbanistas en encontrar coincidencias entre el trazado de la ancestral ciudad tastileña y la nueva Yugoslavia de los años 70: ecléctica y tan proyectada a futuro que no fue entendida, ya que guardaba, entre sus diseños y trazos el concepto de socialismo democrático o capitalismo humanizado (que aún hoy no ha sido comprendido por la humanidad toda) del Gran Mariscal Tito, que seguramente debe haber sido efecto de advección estético-filosófica producto de su paso por la región de la inconmensurable nación Atacameña o Kunza, en la región del volcán Llullaillaco.

Nuestros oralistas –que cada vez son más– sostienen que allí acuñó la frase: “aspiro a una sociedad donde se garanticen la liberación y la dignidad del trabajo, el pleno desarrollo de la personalidad humana”, ascesis que lo condujo y lo sostendrá –por siempre jamás– en la más absoluta gloria
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