“¡Mueran los tres reinos de la naturaleza! ¡Viva el perder!”
Matías Laserna (tipógrafo anarquista, últimas palabras ante el pelotón de fusilamiento)
“Nadie puede jubilarse de los sueños sin enloquecer”
Juan Sasturain, “Manual de perdedores”
…Porque nunca se gana una batalla, dijo. Ni siquiera se libran.
El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y
desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles.
William Faulkner, “El ruido y la furia”
Hemos vivido equivocados. Creímos que hacer creer al otro que uno es un ganador es ganar. Puede ser, aunque sólo en algún sentido. Pero, en el inevitable trayecto humano de
una estética / una ética / una política, (el gusto / la valoración / la decisión de actuar)
un verdadero héroe nunca es un ganador, al menos como señalan las reglas de juego establecidas en el sistema de la oferta y la demanda. ¿Quién dijo que el triunfo es una sumatoria de resultados favorables, lo que comúnmente llamamos “éxito”?, ¿el canibalismo? El héroe compite más que nada consigo mismo, el héroe es –por decisión propia– protagonista de una aventura, de una empresa ética y por la paga de la gloria. El héroe (o, más bien el anti-héroe) es el que suele asumir el compromiso hasta las últimas consecuencias. Creo que, así como la ideología se instala en la espontaneidad –el primer arranque, el acto casi inconsciente–, la conciencia humana es necesariamente épica (heroica); y no existe otra forma de insuflar dinamismo a esas células que la narración, el canto, el arte de conmemorar, simbolizar y cargar de valor (la poesía).
Pero el héroe es, ante todo, un “alterista”, un empático social, un incitante promotor de la resiliencia colectiva; tildado –no sin fundadas razones– de neurótico o esquizofrénico.
Creo que el hombre no perdurará simplemente sino que prevalecerá. Creo que es inmortal no por ser la única criatura que tiene voz inextinguible sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y de perseverancia. El deber del poeta y del escritor es escribir sobre estos atributos. Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado.
La voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y prevalecer. (William Faulkner)
El héroe suele erigirse, luego de varias derrotas, antes que con el mundo, con su propio mundo interior, porque ha obrado de acuerdo con sus convicciones, ha estado a la altura de sus sueños, ha ganado la única batalla que vale: la de su pasión.
Acaso por todo esto, lo que define al héroe –ganador o perdedor en la historia y/o la ficción– es que su ademán heroico tiene algo más detrás de sí (un colectivo, un sueño, un ideal, una nación, un gesto en el que otros se reconocen), encarna algo que lo supera como individuo.
Claramente, es la búsqueda lo que motiva el empeño. Tu tarea es la búsqueda. De vez en cuando, te tropiezas con la verdad en la oscuridad, chocando con ella o capturando una imagen fugaz o una forma que parece tener relación con la verdad, muy frecuentemente sin que te hayas dado cuenta de ello. (Harold Pinter)
El héroe encarna lo mejor de la condición humana, es el portador de una creencia (no de un saber ni de una aptitud, incluso). Es pura actitud frente al mal, que puede ser un enemigo ocasional, la propia cobardía, la culpa personal o la perversa indiferencia.
“Primero hay que saber sufrir,/
después amar, después partir/
y al fin andar sin pensamiento…
(“Naranjo en flor”, Homero Expósito)
Evoco a Manuel Belgrano como paradigma de “Gran Perdedor” (o a Mío Cid, o a Ernesto Che Guevara, o a Mahatma Gandhi), pero más evoco a Juan García, el empleado de correos que fuera abandonado por su madre en un orfanato (símil Michel Onfray). Evoco a Antonin Artaud dirimiendo entre su “teatro de la crueldad” y el electro-shock, entre la poesía y el mundo, la yuxtaposición del sueño y la realidad.
Creo que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de hacedores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador, de lejos prefiero al que pierde. (Pier Paolo Pasolini)
Estamos hechos de derrotas más que de triunfos, propios y ajenos. Somos como una divergencia convergente (y no es un juego de palabras). Sin lugar a dudas, la vida es un oxímoron, una ambivalencia perenne, pura contradicción. Entonces, en esta sociedad de la “meritocracia”, violentamente triste, el éxito es una entelequia. La única realidad es el fracaso, el yerro, la inicua frustración como vehículo de aprehensión del mundo de manera empírica.
Por lo general, el ganador suele convertirse en un aborrecible individualista, engreído, soberbio e insoportable ególatra; se convierte en dueño de espurias verdades y absurdas certezas. En tanto los perdedores (cuando no se suicidan) suelen asociarse, cultivan la humildad, se reconocen vulnerables, dudan de todo y, en la mayoría de los casos, el dolor del fracaso los conduce a construir proyectos de salvación posibles, más reales y verosímiles que los antojos repugnantes del ganador.
En fin, la derrota purifica. Y nosotros, los antihéroes nos volvemos más caballeros: “Pase usted, pruebe, sufra y aprenda. Yo ya soy un Gran Perdedor”.
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