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Elena Bossi

Palabras sueltas

Mi mamá está grande y me llama por teléfono en las mañanas para preguntar palabras que olvida en su lengua materna, el italiano. A veces, no se da cuenta y dice el término en italiano creyendo que es castellano. Mezcla lenguas, confunde significados. Pregunta por palabras tan dispares como "pleura", "diácono", "mejillones", "marfil". Vaya a saber una cómo se conectan entre sí, que rumbos persigue. 
El lenguaje, el lenguaje y esa nuestra lengua que nos precede, nos conforma, nos hace lo que somos, nos modela, modela nuestra forma y eso tan extraño que llamamos realidad. 
Cuando era chica, tal vez por mi bilingüismo, pasaba mucho tiempo, como mamá ahora,  reflexionando sobre las palabras: ¿Por qué en italiano se decía "sorella" y "fratello" y en castellano se solucionaba el asunto cambiando una terminación: "hermana/o"? ¿Por qué no había una "Sorella/o" y un "Fratello/a". ¿Por qué en castellano, los plurales se formaban agregando una "s" y en italiano había que cambiar las vocales? Otras veces repetía infinitamente la misma palabra "porta", "porta", "porta" enamorada de la secuencia de los sonidos, buscando secretos en el ritmo, cambiando las alturas y los tonos y entonces intuía en el castellano "puerta", oscuros recorridos, posibles reglas de derivación que no estaban a mi alcance.
Las palabras, así sueltas, eran inquietantes: no como cuando las usaba todos los días para comunicarme, porque en lo cotidiano, esas mismas palabras eran inofensivas; pero si las aislaba de sus contextos y las desmenuzaba y las repetía sin pensar en sus referentes, se volvían peligrosas, fascinantes agujeros negros que atraían hacia el abismo. Por supuesto, no conocía a Paul Valéry; pero la infancia nos vuelve lingüistas y poetas, y esos saberes, que perdemos al crecer, quedan suspendidos en alguna parte de nosotras para salir a flote en momentos inesperados. 
Ahora, en estas preguntas cotidianas de mi mamá acerca de las palabras, intuyo un movimiento semejante al de la niñez. Quizás se trata de otro aprender, una búsqueda de la memoria que se percibe a sí misma frágil y trata de retener esas palabras misteriosas que se borran o se pierden en vaya a saber qué circunvalaciones. 
Imagino esas palabras como las notas de un concierto que se desparraman al final. 
Dicen que los sonidos no desaparecen, sino que se alejan como las ondas en el agua y así me parece que esas palabras que van acercándose cuando sos chica, ordenándose en pequeños sistemas,  ahora, se alejan de mamá y ella las retiene así, una por una, fragmentadas, sumergiéndose en esas aguas espesas para respirar mejor







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