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Enrique Fernández Longo

Ponernos de acuerdo en ponernos de acuerdo

      Esta definición es la mejor que he aprendido a lo largo de mi vida para definir lo que es la negociación, a pesar de su evidente tautología. Cuando estamos enojados no podemos “ponernos de acuerdo en ponernos de acuerdo” y para aliviar el enojo, tenemos que aflojar nuestros juicios sobre aquellos con los que estamos enojados. En estos casos, debemos poner en crisis nuestras certezas. Yo lo practico como algo que me ayuda a vivir un poco mejor, a veces lo logro y a veces no; sin embargo, voy aprendiendo de a poco a no sentirme orgulloso con mis enojos, sobre todo cuando me doy cuenta de que lo que me molesta realmente es no conseguir que el otro haga lo que yo quiero.

      Cuando enjuiciamos, nos encerramos y sostenemos lo que hemos dicho. En ese mismo momento dejamos de aprender y razonar, elevamos nuestra percepción (inevitablemente subjetiva y tendenciosa) a la categoría de verdad universal, ponemos nuestra estima y nuestro prestigio en lo que sostenemos públicamente y, por lo tanto, sentimos que debemos reforzar este mecanismo, no recular nunca, para no ser cobardes.
      Esto no sería tan grave si nuestro juicio no lo invitara al otro a enjuiciar, porque, sin darnos cuenta invitamos a ese juego, y como somos el producto de culturas autoritarias, es muy fácil que ambos quedemos atrapados en ese mecanismo.
      Para evitarlo, no tenemos que reaccionar. Tenemos que poner una pausa que nos permita pensar, tenemos que darnos la posibilidad de poder accionar, para poder invitar a la otra parte a jugar un juego diferente.
      Un juego que facilite el avance con conversaciones que no queden atascadas, que generen nuevas conversaciones productivas para poder “ponernos de acuerdo en ponernos de acuerdo”. Tenemos que transformar la discusión en diálogo.
      Un primer obstáculo es que al ser socios del convivir, necesitamos adaptarnos al juego prevaleciente que se está desarrollando, especialmente cuando empezamos a vivir en sociedad. Si no lo hiciéramos sería muy difícil sobrevivir. Al mismo tiempo, cuando vamos creciendo, parte de nuestra responsabilidad individual y social es mejorar la herencia y los mandatos recibidos. Esa es la evolución que está en nuestra naturaleza como seres humanos, la que nos permitió salir de la edad de piedra y la que nos va generando juegos más difíciles y complejos que todavía estamos aprendiendo a jugar.
      Â¿Y por dónde comienza el cambio que facilite la evolución?
      Por cada uno de nosotros.
      Lo que llamamos lo social, es la masa crítica que generan nuestros comportamientos individuales y si nosotros no cambiamos, no hay cambio. Y aquí aparecen las primeras dificultades por aquello de que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.
      Por esa razón queremos que el otro se limpie la paja de sus ojos, porque la vemos como una viga y a nuestra viga la hemos convertida en paja. Por lo tanto comenzamos por lo que consideramos lo más importante, el comportamiento del otro. ¿Clarísimo verdad? Pero no lo vemos… El otro hace lo mismo y así nos pasamos la vida vociferando para que el otro cambie, el otro también hace lo mismo y nos quedamos en el pantano de nuestra inmovilidad.
      Los políticos que dependen de los votos para ser elegidos en sus respectivos partidos y para tener la posibilidad de gobernar o mantenerse en el gobierno, desarrollan por instinto de conservación de su actividad, una sobreadaptación al estilo cultural prevaleciente.
      Los que intentan crecer para convertirse en estadistas, llegan con los votos, como no puede ser de otra manera, pero no quedan prisioneros de esta etapa, se arriesgan a cambiar y comienzan a promover nuevas conductas en la sociedad a través del ejemplo de su propio cambio.
      Cuando lo logran se convierten en verdaderos estadistas porque saben que la mayor fuente de aprendizaje y de enseñanza es la de ser aprendices de lo nuevo, renunciando en buena medida a mantenerse en lo que necesitamos superar, a pesar de que les convenga temporariamente.

      Un bello ejemplo de esto nos lo dio Gandhi. Un discípulo le dice después de una reunión: “Maestro, lo que acaba de decirles a estas personas es muy diferente, casi opuesto, a lo que dijo la semana pasada” y él le contesta: “Es que en la última semana aprendí mucho”.
      Fernando Savater dice que la democracia es la única forma de gobierno en la que todos somos políticos, porque con nuestros votos, opiniones, aportes y debates, vamos siendo los mandantes de nuestros mandatarios.
      Cuando hemos vivido muchos años de autoritarismo, confundimos los términos y muchas veces los mandatarios se sienten mandantes y los mandantes nos olvidamos de nuestro rol al vivir en democracia.
      A veces también actuamos como pequeños dictadores que nos vamos neutralizando mutuamente y nos acercamos a la anarquía.
      Lo importante es que estamos aprendiendo, algunos desde el jardín de infantes, otros desde la universidad. El cambio nunca es parejo y los que están más adelantados tienen que ayudarnos a los más lentos, para que la sociedad pueda ir avanzando.

(*) Especialista en negociación, procesos de cambio y liderazgo. Columnista invitado. efernandezlongo@fibertel.com.ar




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