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Ernesto Altea

Se cierne la tormenta

      Utilicé el título de un libro en el que Churchill describe la hora más difícil de Inglaterra durante la segunda guerra mundial, porque creo que se acercan tiempos oscuros para los argentinos. El síntoma es la inflación creciente y las consecuencias serán desánimo, falta de horizonte claro y mayor inequidad social.
“La peor dificultad con que tienen que lidiar los jujeños, es que cada diez años los porteños hacen Harakiri con el modelo económico”, decía Alberto Trejos, economista costarricense en el salón de la Legislatura local, el 13 de diciembre de 2.001. “Crean un modelo económico a medida que, como Argentina es tan increíblemente rica, resulta exitoso durante un tiempo; se enamoran de ese éxito imaginando que es resultado de su creatividad y lo sostienen a rajatabla hasta que la situación se hace insostenible; entonces cometen harakiri –el suicidio japonés- destruyendo lo bueno y malo conseguido, para empezar de nuevo con otro experimento económico que tendrá éxito un tiempo, pero terminará sucumbiendo por las leyes, no tanto de la economía como del sentido común”.
      Â¿Por qué supongo un horizonte ominoso para nuestro país? ¿Qué me lleva a pensar que con las reservas que tiene el Banco Central, la deuda refinanciada casi en su totalidad y el país produciendo como una locomotora, estemos en trayectoria de un nuevo harakiri?. En pocas palabras, la dificultad creciente del gobierno para sostener el andamiaje de subsidios cruzados y controles de precios sobre los que se sustenta el “modelo”.
      La espectacular expansión productiva de Argentina arranca con la devaluación del 2.002, gobierno de Duhalde, Ministro Remmes Lenikov y se consolida en el ministerio de Lavagna y posterior presidencia de Kirchner. Inmediatamente las producciones locales se volvieron competitivas en términos internacionales tanto para exportar como para sustituir importaciones. Los empresarios sacaron plata del colchón o ingresaron fondos que tenían afuera y los pusieron a producir. El gobierno reimplantó las retenciones a las exportaciones, viejo mecanismo recaudatorio que Menem había derogado, y comenzó a reconstruir las finanzas del Estado e incrementar reservas.
      Recordemos que en aquellos aciagos días del 2.002 y 3, cacerolazos mediante, cortes de rutas y demás manifestaciones sociales, la mitad de la población estaba debajo de la línea de pobreza, la indigencia rondaba el 23% y el desempleo más del 25%. El metro cuadrado de tierra en Los Perales valía 40 o 50 pesos y de construcción unos 650 o 750. La nafta 80 centavos y el gasoil 35. El kilo de pan 80 centavos y la carne para un buen asado unos 5 pesos.
      Para recomponer la difícil situación social el gobierno ayudó a los indigentes y desempleados, impulsó incrementos en los sueldos y subsidió los precios de la energía y el transporte de pasajeros. Al principio el mecanismo funcionó permitiendo una recuperación de la economía dentro de una relativa estabilidad de precios. Pero a medida que pasó el tiempo y  la actividad económica fue creciendo, mejoró el poder adquisitivo de los salarios y se incrementó la demanda de bienes, provocándose un paulatino incremento en los precios.
      El gobierno salió entonces a tratar de contener el fenómeno aplicando precios máximos a algunos productos, incrementando las retenciones a las exportaciones y subsidiando específicamente determinadas actividades. Como el fenómeno siguió agudizándose, profundizó las mismas medidas logrando, naturalmente, idénticos resultados.
      Una economía con tantas intervenciones incentiva inversiones en algunas áreas, por ejemplo transporte de carga y pasajeros por ruta o producción de soja, mientras desalienta en aquellos rubros más castigados, por ejemplo producción y transporte de energía, combustibles, transporte ferroviario. Mientras tanto se van generando burbujas de precio que si no son liberadas paulatinamente terminan explotando, provocando descompensaciones que desestabilizan sectores completos, afectandio el conjunto de la economía. Así por ejemplo hoy el metro cuadrado de tierra en el mismo lugar cuesta 200 pesos, la construcción 1.500, la nafta casi 3 pesos y la carne casi 20.
Cuando el gobierno notó que no podía controlar el incremento de los precios, comenzó a manejar los índices culpando a los técnicos del INDEC por los altos indicadores de inflación. Así pretendió convencer a la sociedad de una ficción, ejemplo 1,1 % de inflación en Marzo, que contrasta absurdamente con la realidad del bolsillo de los ciudadanos que deben pagar valores superiores al 10% para comprar los mismos productos en idéntico período.
      Las medidas que fueron efectivas al principio de la aplicación del “modelo”, se transformaron en una sucesión de globos estallados resintiendo la credibilidad del gobierno. Hoy toda la ciudadanía cuestiona estas medidas y descree de los índices oficiales, lo que genera incertidumbre, retrasa inversiones y acelera el proceso inflacionario. Porque si uno va al mercado y las mercaderías subieron un 15% desde enero, es lógico que pretenda un incremento salarial mayor para este año, o por lo menos un mecanismo de ajuste semestral que asegure que su salario no pierda poder adquisitivo. Por otro lado, si uno es empresario y sus costos de energía, materias primas, insumos y mano de obra suben a ese ritmo, seguramente tomará medidas preventivas incrementando los precios para evitar que los costos le devoren el capital.      Y entonces ahí tenemos conformado el círculo vicioso que se traduce en una espiral inflacionaria que se retroalimenta generando más expectativas inflacionarias, y así sucesivamente. Los argentinos conocemos cómo termina todo esto. Nos costó años de atraso, miseria y desesperanza.                       
      En ese punto estamos ahora. El paro del campo logró tanto apoyo popular porque desnudó las debilidades del “modelo”  y los desaciertos en el estilo del matrimonio gobernante. Por entre las fisuras que surgieron en el entorno K durante esos difíciles días, se filtran ahora voces que reclaman cada vez con mayor énfasis por la coparticipación federal, la transparencia en el manejo de los fondos, el autoritarismo con que se toman las decisiones nacionales y la falta de capacidad operativa de los gobernadores de las provincias.
      Â¿Es inevitable un desenlace tipo harakiri? Si el gobierno renueva algunas figuras ya completamente desgastadas y hace los cambios necesarios para desactivar expectativas inflacionarias moderando el gasto, bajando los subsidios, sacando el arsenal de controles inútiles, sincerando los números y aplicando una distribución más equitativa de los recursos, Argentina seguirá creciendo a buen ritmo sobre cimientos más firmes y habremos capeado el temporal dejando atrás la tormenta. En cambio, si el matrimonio gobernante no depone la soberbia y continúa haciendo lo mismo que hasta ahora, seguramente en uno o dos años estaremos lamentando haber perdido nuevamente otra oportunidad histórica.






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