EL CASO INDEC
Al conformarse las ciencias sociales, a partir del Siglo XIX, fueron adoptando los modelos preexistentes de las ciencias naturales para brindar interpretaciones de la conducta humana. Fue asà que, tomando distancia de las concepciones espiritualistas y especulativas derivadas de la teologÃa, intentaron explicar la subjetividad humana en función de relaciones causales con el mundo objetivo. Dichas visiones, muchas veces, cayeron en un mecanicismo extremo que reducÃa el mundo social a las determinaciones externas, materiales y describÃa, en consecuencia, a las personas como máquinas o robots.Â
Para tratar de superar esta concepción y remarcar el papel activo del sujeto, se comenzó a señalar que el ser humano âconstruye la realidad en que viveâ. Esto puede ser adecuado en general, siempre que se tenga en cuenta que los individuos nacen en un ámbito concreto que ya está construido y que lo que puede hacer es modificarlo o transformarlo con el objetivo de satisfacer determinadas necesidades. Pero obviamente, dichas transformaciones o construcciones del ingenio humano se realizan a partir del âmaterial existenteâ o sea, de las condiciones especÃficas que los sujetos encuentran en cada momento histórico.
Con muchos términos del ámbito académico que intentan describir y explicar cientÃficamente la realidad suele suceder que, al masificarse o popularizarse van sufriendo ciertos âdeslizamientos de significadoâ y luego son utilizados no ya para dar cuenta del mundo en que vivimos sino para ocultarlo o deformarlo. AsÃ, ciertos grupos hegemónicos que tratan de preservar sus privilegios, han difundido la concepción que la realidad se construye y que cada individuo vive en la realidad que él mismo se ha construido. Se soslaya asà la existencia de un mundo que trasciende a nuestra subjetividad y que el homo sapiens tiene la capacidad hacer interpretaciones para guiar una práctica que es la única prueba para demostrar la validez o falsedad de las mismas. Pero es falso que existan tantos mundos como sujetos constructores. En realidad lo que está atrás de esta concepción es la inexistencia de una realidad única y, por lo tanto la posibilidad de conocerla y transformarla. Pero sobre todo es el fundamento filosófico con que se trata de formar a los profesionales de la comunicación en la concepción de que la opinión pública se puede construir y por lo tanto manipular indefinidamente.
Hay consenso que una de las expresiones arquetÃpicas de esa visión de que la realidad se âconstruyeâ (podrÃamos agregar âa piacereâ) es la cobertura periodÃstica del ataque de EEUU contra Irak. En ese momento los medios periodÃsticos norteamericanos -en particular la TV- pretendieron mostrar una guerra âlimpiaâ, donde no aparecÃan ni los desastres materiales provocados por los bombarderos ni muchos menos los cadáveres o heridos del bando âoccidentalâ. Fue muy comentada en ese momento la imagen del pelÃcano empetrolado como âvÃctima inocenteâ de los atentados irakÃes sobre los oleoductos.Â
Al poco tiempo se descubrió que dicha imagen no correspondÃa a la realidad del conflicto sino que era un montaje de los servicios de inteligencia yankis y la anécdota fue un aporte más al deterioro del âprestigioâ de la potencia más poderosa del planeta. Con esto quedó demostrado que lo que se puede construir efectivamente es una interpretación distorsionada de la realidad pero con ella sólo se puede engañar a una determinada porción del público durante un determinado perÃodo de tiempo. De manera que frente a los postmodernos âconstructores de realidadesâ emergió con fuerza la vigencia de aquel viejo aforismo: âSe puede engañar a poca gente durante mucho tiempo. Se puede engañar a mucha gente durante poco tiempo. Pero no se puede engañar a toda la gente durante todo el tiempoâ
Estas disgresiones, (con cierta deformación profesional academicista que es forzoso reconocer) han surgido de la consideración de la situación creada con el Instituto de EstadÃsticas y Censos (INdEC). Este es uno de los ejemplos paradigmáticos que se presentan actualmente en nuestro paÃs sobre esa pretensión de que la realidad puede ser âconstruÃdaâ, al margen de datos objetivos que reiteradamente son verificados en la vida cotidiana.
Diversos expertos del más amplio espectro ideológico han demostrado suficientemente las consecuencias negativas de una más que evidente manipulación de datos sobre el Ãndice del costo de vida. Las negociaciones paritarias sobre salarios, la planificación de inversiones, los estudios cientÃficos sobre la realidad social, las relaciones internacionales, la delimitación de niveles de pobreza e indigencia, la confianza en las instituciones y, en fin, una cantidad innumerable de aspectos que hacen a condiciones democráticas elementales del funcionamiento de la sociedad civil resultan alterados.
Pero no es el objetivo de este artÃculo encarar un análisis de tipo económico, polÃtico o de técnicas estadÃsticas. En cambio resulta interesante abordar los retoques al Ãndice de precios desde un análisis psicosocial, que permita visualizar tanto los mecanismos subyacentes a ese âmontajeâ de una realidad ficticia, como las consecuencias de los mismos sobre la subjetividad del ciudadano común.
En la historia reciente de nuestro paÃs se han presentado reiteradamente diversos ejemplos del mismo mecanismo que está atrás de las falsificaciones del INDEC. Tal vez el más trágico es cuando Videla decÃa â¿porque hablar de desaparecidos? pueden estar en el exterior o escondidos dentro del paÃsâ. Pero también hubo que escuchar durante largo tiempo a Cavallo decir âno es que aumenta la desocupación sino que hay más gente buscando trabajoâ; a Menem proclamar âestamos mal pero vamos bienâ y a connotados intelectuales repetir que âlos argentinos descendemos de los barcosâ en alusión a una supuesta inexistencia -o escaso peso- de los pueblos originarios y su cultura en la población argentina actual.
El mecanismo a que aludimos se ha dado en llamar desmentida de la percepción. La psicóloga social Ana Quiroga señala que dicho mecanismo consiste básicamente en un tipo de relación, donde la percepción de cualquier fenómeno es denegada por aquellos que detentan poder. La supuesta autoridad (y superioridad) intelectual que les da su posición, les transmitirÃa la capacidad de indicar que lo que está a la vista de millones, en realidad no existe. Con la misma frescura que se le indica a un niño de 4 años que los zapatos que ha entrevisto en el Papá Noel que llegó a su hogar no son los de su tÃo sino el calzado âverdaderoâ del mÃtico personaje, se reafirma ante ciudadanos adultos que en el pasado mes de abril el costo de vida aumento âsóloâ cierto porcentaje.
Todo esto casi podrÃa ser tomado a broma y de hecho ha sido material de las más diversas ironÃas. Sin embargo, las consecuencias en la subjetividad de semejante artificio no son precisamente un chiste. A veces, en consonancia con otros múltiples ejemplos de corrupción desde el Estado, de olvido de promesas electorales, de ostentación de lujos y privilegios desde la función pública, etc., la derivación más inmediata de ese mecanismo es el aumento del escepticismo sobre las instituciones y un descrédito generalizado de la actividad polÃtica, tal como sucede especialmente en amplios sectores de la juventud.
Otras veces, cuando al caso del INDEC se suman múltiples ejemplos de una sistemática refutación del conocimiento espontáneo del pueblo, se promueve incertidumbre y dificultad para elaborar un proyecto, expandiendo masivamente la desesperanza sobre el futuro.
También es necesario no perder de vista que cuando el engranaje publicitario de todo el aparato estatal promueve la desmentida de la percepción de millones de personas, se está impulsando un masivo daño psicológico, con los riesgos consiguientes sobre el deterioro de la salud mental de una porción importante de la población. Si tenemos en cuenta que varias generaciones han estado sometidas a los efectos psicológicos nocivos de diversas crisis económicas, no resulta insignificante considerar que la sensación de desamparo e inseguridad que genera la convicción de ser sistemáticamente engañado, sumado a la vaga intuición de un horizonte amenazante de nuevas crisis desestabilizadoras, conlleva serios riesgos de sufrimiento y desorganización psÃquica.
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