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José María Galli

Desmentida de la percepción: caso INDEC

EL CASO INDEC
      Al conformarse las ciencias sociales, a partir del Siglo XIX, fueron adoptando los modelos preexistentes de las ciencias naturales para brindar interpretaciones de la conducta humana. Fue así que, tomando distancia de las concepciones espiritualistas y especulativas derivadas de la teología, intentaron explicar la subjetividad humana en función de relaciones causales con el mundo objetivo. Dichas visiones, muchas veces, cayeron en un mecanicismo extremo que reducía el mundo social a las determinaciones externas, materiales y describía, en consecuencia, a las personas como máquinas o robots. 
      Para tratar de superar esta concepción y remarcar el papel activo del sujeto, se comenzó a señalar que el ser humano “construye la realidad en que vive”. Esto puede ser adecuado en general, siempre que se tenga en cuenta que los individuos nacen en un ámbito concreto que ya está construido y que lo que puede hacer es modificarlo o transformarlo con el objetivo de satisfacer determinadas necesidades. Pero obviamente, dichas transformaciones o construcciones del ingenio humano se realizan a partir del “material existente” o  sea, de las condiciones específicas que los sujetos encuentran en cada momento histórico.
      Con muchos términos del ámbito académico que intentan describir y explicar científicamente la realidad suele suceder que, al masificarse o popularizarse van sufriendo ciertos “deslizamientos de significado” y luego son utilizados no ya para dar cuenta del mundo en que vivimos sino para ocultarlo o deformarlo. Así, ciertos grupos hegemónicos que tratan de preservar sus privilegios, han difundido la concepción que la realidad se construye y que cada individuo vive en la realidad que él mismo se ha construido. Se  soslaya así la existencia de un mundo que trasciende a nuestra subjetividad y que el homo sapiens tiene la capacidad  hacer interpretaciones para guiar una práctica que es la única prueba  para demostrar la validez o falsedad de las mismas. Pero es falso que existan tantos mundos como sujetos constructores. En realidad lo que está atrás de esta concepción es la inexistencia de una realidad única y, por lo tanto la posibilidad de conocerla y  transformarla. Pero sobre todo es el fundamento filosófico con que se trata de formar a los profesionales de la comunicación en la concepción de que la opinión pública se puede construir y por lo tanto manipular indefinidamente.
      Hay consenso que una de las expresiones arquetípicas de esa visión de que la realidad se “construye” (podríamos agregar  “a piacere”) es la cobertura periodística del  ataque de EEUU contra Irak. En ese momento los medios  periodísticos norteamericanos -en particular la TV- pretendieron mostrar una guerra “limpia”, donde no aparecían ni los desastres materiales provocados por los bombarderos ni muchos menos los cadáveres o heridos del bando “occidental”. Fue muy comentada en ese momento la imagen del pelícano empetrolado como “víctima inocente” de los atentados irakíes sobre los oleoductos. 
      Al poco tiempo se descubrió que dicha imagen no correspondía a la realidad del conflicto sino que era un montaje de los servicios de inteligencia yankis y la anécdota fue un aporte más al deterioro del “prestigio” de la potencia más poderosa del planeta. Con esto quedó demostrado que lo que se puede construir efectivamente es una interpretación distorsionada de la realidad  pero con ella sólo se puede engañar a una determinada porción del público durante un determinado período de tiempo. De manera que frente a los postmodernos “constructores de realidades” emergió con fuerza la vigencia de aquel viejo aforismo: “Se puede engañar a poca gente durante mucho tiempo. Se puede engañar a mucha gente durante poco tiempo. Pero no se puede engañar a toda la gente durante todo el tiempo”
      Estas disgresiones, (con cierta deformación profesional academicista que es forzoso reconocer)  han surgido de la consideración de la situación creada con el Instituto de Estadísticas y Censos (INdEC). Este es uno de los ejemplos paradigmáticos que se presentan actualmente en nuestro país sobre esa pretensión de que la realidad puede ser “construída”, al margen de datos objetivos que  reiteradamente son verificados en la vida cotidiana.
      Diversos expertos del más amplio espectro ideológico han demostrado suficientemente las consecuencias negativas de una más que evidente manipulación de datos sobre el índice del costo de vida. Las negociaciones paritarias sobre salarios, la planificación de inversiones, los estudios científicos sobre la realidad social, las relaciones internacionales, la delimitación de niveles de pobreza e indigencia, la confianza en las instituciones y, en fin,  una cantidad innumerable de aspectos que hacen a condiciones democráticas elementales del funcionamiento de la sociedad civil resultan alterados.
Pero no es  el objetivo de este artículo encarar un análisis de tipo económico, político o de técnicas estadísticas. En cambio resulta interesante abordar los retoques al índice de precios desde un análisis psicosocial, que permita visualizar tanto los mecanismos subyacentes a ese “montaje” de una realidad ficticia, como las consecuencias de los mismos sobre la subjetividad del ciudadano común.
En la historia reciente de nuestro país se han presentado reiteradamente diversos ejemplos del mismo mecanismo que está atrás de  las falsificaciones del INDEC. Tal vez el más trágico es cuando Videla decía “¿porque hablar de desaparecidos? pueden estar en el exterior o escondidos dentro del país”. Pero también hubo que escuchar durante largo tiempo a Cavallo decir “no es que aumenta la desocupación sino que hay más gente buscando trabajo”; a Menem proclamar “estamos mal pero vamos bien” y a connotados intelectuales repetir que “los argentinos descendemos de los barcos” en alusión a una supuesta inexistencia -o escaso peso- de los pueblos originarios  y su cultura en la población argentina actual.
      El mecanismo a que aludimos se ha dado en llamar desmentida de la percepción. La psicóloga social Ana Quiroga señala que dicho mecanismo consiste básicamente en un tipo de relación, donde la percepción de cualquier fenómeno es denegada por aquellos que detentan poder. La  supuesta autoridad (y superioridad) intelectual que les da su posición, les transmitiría la capacidad de indicar que lo que está a la vista de millones, en realidad no existe. Con la misma frescura que se le indica a un niño de 4 años que los zapatos que ha entrevisto en el Papá Noel que llegó a su hogar no son los de su tío sino  el calzado “verdadero” del mítico personaje, se reafirma ante ciudadanos adultos que en el pasado mes de abril el costo de vida aumento “sólo” cierto porcentaje.
Todo esto casi podría ser tomado a broma y de hecho ha sido material de las más diversas ironías. Sin embargo, las consecuencias en la subjetividad de semejante artificio no son precisamente un chiste.  A veces, en consonancia con otros múltiples ejemplos de corrupción desde el Estado, de olvido de promesas electorales, de ostentación de lujos y privilegios desde la función pública, etc., la derivación más inmediata de ese mecanismo es el aumento del escepticismo sobre las instituciones y un descrédito generalizado de la actividad política, tal como sucede especialmente en amplios sectores de la juventud.
      Otras veces, cuando al caso del INDEC se suman múltiples ejemplos de una sistemática refutación del conocimiento espontáneo del pueblo, se promueve incertidumbre y dificultad para elaborar un proyecto, expandiendo masivamente la desesperanza sobre el futuro.
      También es necesario no perder de vista que cuando el engranaje publicitario de todo el aparato estatal promueve la desmentida de la percepción de millones de personas, se está impulsando un masivo daño psicológico, con los riesgos consiguientes sobre el deterioro de la salud mental de una porción importante de la población. Si tenemos en cuenta que varias  generaciones han estado sometidas a los efectos psicológicos nocivos de diversas crisis económicas, no resulta insignificante considerar que la sensación de desamparo e inseguridad que genera la convicción de ser sistemáticamente engañado, sumado a la vaga intuición de un horizonte amenazante de nuevas crisis desestabilizadoras, conlleva serios riesgos de sufrimiento y desorganización psíquica.






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