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Hotel Gregorio
Finca La Colorada

Hotel Gregorio

 

 

Laura Barberis

¿A las 8 en Carena?

      Este año, a poco de comenzar su programa Íconos por Canal 4, Fernando Marcos -con el que a la vuelta de los años coincidimos mucho más de lo que disentíamos cuando éramos jóvenes- entrevistó a José Nallar y ambos hablaban, recordaban, ponderaban y chusmeaban sobre Carena, su aniversario, los años pasados, decoración, costumbres, horarios. Por supuesto, la parte de los clientes: habitués y sus hábitos, u ocasionales y algunas rarezas, fue la más jugosa. Hablaron de los que van a la mañana, a la tarde y a la noche; de los que van dos y tres veces por día, de quienes lo hacen sólo los viernes a la noche o los sábados a la mañana pero religiosamente; de los que se citan para charlar un rato; de quienes se encuentran por negocios; de los que lo hacen por amor y de los más sabios, los que van simplemente a pasar el rato. Hablaron de los políticos, de los abogados, los contadores, los espectáculos, hasta hablaron del asesinato que hubo una vez en pleno sábado a la mañana.
      Los escuchaba, los veía, y pensaba de los que van, ninguno dice voy a la confitería, dicen voy a Carena o ¿nos encontramos en Carena?; por estas épocas nos mandamos mensajes ¿a las 8 en Carena?
      Los escuchaba y pensaba se olvidan de comentar tal cosa, de analizar tal otra; se olvidan la vez que pasó aquello o lo otro; no dicen tantas cosas. Es que una hora de televisión no da para tanto. Por eso pensé voy a terminar el año escribiendo una nota sobre Carena para La Revista que, al final, a la Ari y a mí, hace cinco años, se nos debe haber ocurrido hacerla, en alguna de sus mesas.

      Como en todos los cafés, bares y confiterías del mundo, los que vamos con asiduidad nos sentamos más o menos por los mismos lugares. ¡Tanta vida! Tantas cosas. Años y años. Me acuerdo, por ejemplo, cómo nos alineábamos contra la pared del fondo, a la hora de la siesta a fines de los ’80 y hasta muy avanzada la década del ’90, unos cuántos de aquí y otros de San Pedro que éramos fijos, y otros tantos que eran semi regulares. De sólo nombrarlos me río; porque como en cualquier bar de este país los apodos son de la barra, de cualquier barra: el Pelusa, el Pollo, la Tere, el Huguito, el Nene, Pedrito y así todos. Gochi era eventual, como el Califa o David. Tanta charla, tanta política, las cosas que me decían para que las repitiera en la radio, las que me insinuaban para que pisara el palito, lo que lograron muchas veces. Por ahí aparecía el Leo con la frescura de sus entusiasmos intelectuales; me acuerdo cuando me mostró una computadora portátil que tenía un programa de dibujo en tres dimensiones; hoy parece la prehistoria de la informática, pero en aquel momento…Muchos y muchas más que aparecían con novedades o a averiguarlas o a pasar el rato o hacer tiempo antes de volver al trabajo…

      Muchas veces sin ninguna explicación lógica, hay tanta gente en Carena que empezamos a preguntar ¿pasa algo? ¿qué pasó que ya no quedan mesas? A veces sí pasa, los días de crisis institucionales ¡si los hubo en Jujuy! iban muchos, a ver de qué se enteraban. Últimamente pasó el día después de las elecciones y también el día más álgido del recuento de votos de Capital (Martiarena vs. Chuli Jorge). Los sábados a la mañana siempre hay un gentío, van los de siempre y los de los sábados a la mañana, algunos de los cuales, por el pedigrée y el currículum que portan ahuyentan a unos cuántos, entre ellos a mí que rara vez voy un sábado a la mañana.

      En una tardecita de esas de tanta gente y mucho barullo, con las mesas muy próximas, hace un par de años, mientras esperaba a unos amigos, escuché de tres hombres jóvenes -aspecto clase media- un discurrir sobre Dios, sus capacidades, su mirada vigilante y su manera de hacer guardia sobre cada uno de nosotros que, al principio pensé que estaban escribiendo un libreto para una farsa o que organizaban una pieza de vodevil, pero después me di cuenta que iban en serio, que uno de ellos, el seguro dueño de la verdad, explicaba a los otros cómo eran las cosas de Dios y que mejor que tengan bien en cuenta lo que digo porque Dios no perdona a nadie y cada mala acción, cada vez que no apartes los ojos de una mujer desnuda; cada vez que llegues tarde a un compromiso; cada vez que seas irrespetuoso con tus superiores, Dios se la cobra. Los otros dos, asentían y opinaban para el mismo lado y por ahí metían algún bocadillo en donde Dios los había castigado inmediatamente después de un mal acto y aún de un mal pensamiento; por ejemplo, uno de los creyentes contó que, reunido en una ocasión con un antiguo condiscípulo del Nacional, se acordaban de los pechos y traseros de las compañeras de la época y que, al rato nomás, me caí de la escalera de Ciudad de Nieva y un esguince me jodió el tobillo durante más de dos meses y cuando hace frío me sigue doliendo. Tuve que dejar de escuchar -porque llegaron mis amigos- cuando el más sabio, el que la jugaba de elegido intérprete teológico, decía todos los que están acá, mirando a las chicas y hablando mal de los demás, no saben que Dios también está en Carena y les va a caer, les va a caer.
      Otra vez, en circunstancias parecidas de mesas cercanas, escuché a un poeta local, un buen poeta jujeño, hablar con unas señoras sobre la organización de un taller literario y lo que podían hacer con, por y desde el lenguaje, con un compartido entusiasmo mientras deambulaban ya por el Parnaso. Por un rato me quedé sin palabras, tanto orales como escritas.

      Después del asesinato, por un tiempo no fui, no sé bien por qué. Tuve que esperar que los efluvios de ese climax horrible pasaran. Al tiempo, casi sin darme cuenta, volví a ir y el crimen se perdió en el tiempo como una leyenda más, de las tantas de las que hablamos y cómo de tantas otras cosas, pienso que habría que escribir un cuento. El tema daba hasta para una novela. Pero así somos en Jujuy, nos cronicamos poco.

      Mesas donde se habla de política, de lo que salió en el diario (siempre hay alguien que sabe algo más y tiene la justa); de la quiebra de tal y del que se compró una camioneta de 80 mil dólares y alguno dice ¿de dónde habrá sacado la plata?, se arriesgan opiniones y certezas al respecto y cuando llega el propietario, todos lo felicitan y se pasa a hablar de las bondades y defectos de las distintas marcas.
      En otras, o en las mismas, en todas, bah, se comenta sobre los que se divorciaron y con quién andan ahora; de lo que pasó en el despacho de un ministro ayer mismo. Del partido de fútbol que fue y del que viene. De algunas chicas y los que las regentean. También se habla de los cortes de ruta y de calles y de la policía, los jueces, las indecisiones del Gobierno y de la mar en coche. Lo gracioso es que todos, criticados y criticones, toman un café en un momento u otro en esas mismas mesas.

      El clima, el ámbito que se da en ciertas tardecitas, y más aún por la noche tarde es único para ciertas formas de comunicación, de entendimiento. Muchas de las cosas que no puedo olvidar de mi vida pasaron en esas noches de charlas interminables. Me acuerdo, por ejemplo, de mi querido, queridísimo primo, contándome, pasados los 40, cómo era la cosa en su vida. U ocasionales y hasta reparadoras, “cerradoras”, charlas con Carlitos en esas casi madrugadas en las que solamente en un bar, en un café, se pueden hacer los grandes descubrimientos, encontrar las verdades fundamentales. Aunque no sé, hay quien dice -en general gente a la que le gusta levantarse temprano- que esos descubrimientos y verdades aparecen con las luces del alba.
      Un día dije: no podría vivir en una isla, pero sí me gusta el aislamiento de la montaña y Antonio, mirando a su alrededor en una noche muy, pero muy tardía, de pocas mesas, dijo yo en cualquiera de las dos, pero tiene que haber un café, un bar, una taberna como ésta; los hombres por lo menos, nos juntamos en el fondo, como cuando éramos chicos, a ver quién escupe más lejos.

      En pocos años, los últimos, todo se transformó tanto en nuestra sociedad, se deterioró, se precarizó y se puso peor, pero en Carena, más allá del humor de los parroquianos actuales con sus vicisitudes a cuestas y de algún cambio arquitectónico o decorativo, todo sigue igual. Seguimos yendo por lo mismos motivos o la falta de ellos de toda la vida. Miro a mi alrededor y sigue habiendo gente que se sienta en las mismas mesas cuando puede, y si están ocupadas, las sustitutas también son más o menos fijas. En las tardes, casi noche, se lo ve a Rodolfo C. y Lidia M.; a Susana H. y sus amigos; a Julio F., apodado el Mal Necesario con su portafolios (parece que sigue siendo necesario, él, digo, no el portafolios), a la Mecha C., a Marta A., a Habil, a los periodistas, a tantos políticos, abogados, comerciantes. También a algunos sempiternos y conocidos vagos.
      Este año se habló tanto, pero tanto de algunos temas: primero, que la reforma, que la reelección, que si Fellner se iba o se quedaba; que si Gerardo se iba o se quedaba; al final se fueron los dos, qué me dice. Después, que si Daza venía tan bien, qué pasó. Que todos buscaban a todos, por eso. Que los radicales no le ponían demasiados tantos a Alejandro, o por lo menos que no todos los radicales. Que Medrano qué poco y vaya qué sorpresa Jorge Gronda. Que Pedro le va a mover el piso a Walter a la primera de cambio. Que Carlos Daniel calculó mal los tiempos, sino ganaba. Que Pablo Lozano qué lástima lo del “acompañamiento”. Pero va a andar bien el Chuli si lo dejan tranquilo los correligionarios. Que el año que viene se va a ver. Y así, así y así. Como en cualquier café del mundo, por lo menos como en cualquier café de Iberoamérica

      Ah, los mozos, los mejores, no se les escapa una y son amigos. Y por último, aunque falta tanto por decir, ¿cómo será el tema de José Nallar? ¿acaso el dueño de una confitería, de un café de éste tipo, es una especie de demiurgo, una suerte de director de teatro mágico, un malabarista de los diversos y múltiples mundos de sus clientes, o es uno más que va a Carena, pero con el poder de cobrarnos el café más caro de Jujuy? No importa José, igual vamos y seguiremos yendo.






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