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Hotel Gregorio
Finca La Colorada

Hotel Gregorio

 

 

Cuento de Mónica Indiano

Gregoria

      Su nombre era Gregoria, y aceptó ir con ella porque la conocía de hacía mucho, no recordaba cuánto, o mejor dicho recordaba pero no quería recordar, no habían sido tiempos que le gustaran, sin embargo habían sido los que ocuparon la mayor parte de su vida, por eso la siguió, porque la conocía de entonces, a veces se había enojado con ella, le parecía; le había resultado una mocosa sin conciencia, sin siquiera los modales, ni los ademanes que a ella le hubieran ayudado a pretender, claro, Gregoria estaba allí para servirla, para servir en la casa donde estaban, y la mocosa simplemente había llegado un día con valijas y su verdadera mirada en un lejos que a ella le había quedado demasiado lejano, sin embargo la había recibido con su sonrisa sin dientes y sus ojos pícaros y su cabello blanco recogido en un prolijo rodetito que todas las mañanas armaba cuidadosamente. Gregoria no era de palabras, prefería las señas y algunos sonidos explosivos que hacía con los labios, por lo demás no le importaba ni escuchar ni comunicarse, por eso es que le llamaba la atención ahora que, después de tantos años, se presentara la mocosa, ya no tan mocosa, y la llevara de la mano, o no, pero ella tenía la sensación de que se la apretaba suavemente y la guiaba por unas calles sin árboles hasta una casa que ella reconocía, pero que no era la que conocía, y aunque todo parecía real y ella sabía dónde estaba y con quién estaba, el lugar no era el lugar y entonces la mocosa que ya no era mocosa la hizo entrar abriendo la puerta como si siempre la abriera, como si hubiera sido antes sin que lo fuera, y allí adentro nada era igual, a pesar de que los cuadros eran los mismos, los adornos, las cortinas, los muebles, el olor, eran los mismos, nada era igual, pero ella avanzaba con lentitud y sabía que estaba en ese sitio de su pasado sin que fuera su pasado sino solamente una mirada, guiada, ahora, por la mocosa a quien ella en realidad ni había querido ni había odiado, sólo había quizás aceptado. Mientras admitía eso, la mocosa le señalaba los cuadros y con un gran ademán le daba a entender que eran esos, que esos habían sido los cuadros de él, del que ella había extrañado durante tantos años, eran esos y estaban colgados allí diciendo las cosas de entonces, pero sin la fatiga de entonces, y la mocosa avanzaba y ella avanzaba y se miraban y sonreían y con un inesperado entusiasmo sintió como si por fin subieran un escalón y se veía subirlo a la vez que se observaba observar hacia el interior de una habitación en donde había una mujer mirando televisión o eso imaginó ya que al vislumbrarla no quiso mirar más porque esa mujer le traía recuerdos extraños, recuerdos escondidos de cabellos blancos recogidos en un prolijo rodetito.






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