Su nombre era Gregoria, y aceptó ir con ella porque la conocÃa de hacÃa mucho, no recordaba cuánto, o mejor dicho recordaba pero no querÃa recordar, no habÃan sido tiempos que le gustaran, sin embargo habÃan sido los que ocuparon la mayor parte de su vida, por eso la siguió, porque la conocÃa de entonces, a veces se habÃa enojado con ella, le parecÃa; le habÃa resultado una mocosa sin conciencia, sin siquiera los modales, ni los ademanes que a ella le hubieran ayudado a pretender, claro, Gregoria estaba allà para servirla, para servir en la casa donde estaban, y la mocosa simplemente habÃa llegado un dÃa con valijas y su verdadera mirada en un lejos que a ella le habÃa quedado demasiado lejano, sin embargo la habÃa recibido con su sonrisa sin dientes y sus ojos pÃcaros y su cabello blanco recogido en un prolijo rodetito que todas las mañanas armaba cuidadosamente. Gregoria no era de palabras, preferÃa las señas y algunos sonidos explosivos que hacÃa con los labios, por lo demás no le importaba ni escuchar ni comunicarse, por eso es que le llamaba la atención ahora que, después de tantos años, se presentara la mocosa, ya no tan mocosa, y la llevara de la mano, o no, pero ella tenÃa la sensación de que se la apretaba suavemente y la guiaba por unas calles sin árboles hasta una casa que ella reconocÃa, pero que no era la que conocÃa, y aunque todo parecÃa real y ella sabÃa dónde estaba y con quién estaba, el lugar no era el lugar y entonces la mocosa que ya no era mocosa la hizo entrar abriendo la puerta como si siempre la abriera, como si hubiera sido antes sin que lo fuera, y allà adentro nada era igual, a pesar de que los cuadros eran los mismos, los adornos, las cortinas, los muebles, el olor, eran los mismos, nada era igual, pero ella avanzaba con lentitud y sabÃa que estaba en ese sitio de su pasado sin que fuera su pasado sino solamente una mirada, guiada, ahora, por la mocosa a quien ella en realidad ni habÃa querido ni habÃa odiado, sólo habÃa quizás aceptado. Mientras admitÃa eso, la mocosa le señalaba los cuadros y con un gran ademán le daba a entender que eran esos, que esos habÃan sido los cuadros de él, del que ella habÃa extrañado durante tantos años, eran esos y estaban colgados allà diciendo las cosas de entonces, pero sin la fatiga de entonces, y la mocosa avanzaba y ella avanzaba y se miraban y sonreÃan y con un inesperado entusiasmo sintió como si por fin subieran un escalón y se veÃa subirlo a la vez que se observaba observar hacia el interior de una habitación en donde habÃa una mujer mirando televisión o eso imaginó ya que al vislumbrarla no quiso mirar más porque esa mujer le traÃa recuerdos extraños, recuerdos escondidos de cabellos blancos recogidos en un prolijo rodetito.
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