Alberto AlabÃ
Los lirios azules
(Inédito)
Alberto AlabÃ
El profesor Isón está loco. Está loco y es peligroso. Esto es lo primero que se aprende en el curso de ingreso. En realidad, es lo que quieren hacer creer sus detractores que operan con silenciosa y sostenida estrategia. Mucho contribuye a su mala reputación la personalidad y el aspecto un tanto tornasolado del profesor Isón. No es excesivamente estrafalario pero casi todo lo que hace lleva una pátina charolada de impaciencia: escribe, borra, se soba el pelo, espera el colectivo o dormita con una excitación similar a la de un purasangre en la gatera. En cierto modo, uno termina exasperado luego de hablar con él. Sufre de un permanente temblor, respira con jadeo de ganso y si se pone nervioso tartamudea. Es ese aire de vulnerable fragilidad lo que impide relajarse cuando se está junto a Isón, pareciera que en cualquier momento al viejo le ocurrirá alguna catástrofe. No es que yo sea demasiado tolerante pero como mi madre también era tucumana, se me ocurrÃa que Isón tenÃa algo de ella y por eso siempre me resultó simpático. Lo acompañaba todas las veces que podÃa porque me divertÃa mucho la forma loca que tenÃa de hablar y la pasión con la que el cientÃfico excéntrico ahondaba sobre cualquier insignificancia. En esas charlas a la carrera fue que me atrevà a preguntarle por qué no lograba el sabor que mi finada madre le daba al tabbule (una
ensalada de triguillo, cebolla, perejil y yerbabuena). Yo sólo querÃa hacerlo hablar pero Isón se tomó la cosa muy en serio. Me preguntó si yo era judÃo, si habÃa respetado todos los ingredientes;
preguntó por el nombre de mi padre y si mi madre se llamaba Adela; cuando contesté que sà a todo,
salvo el nombre de mi padre, me sonrió, me acarició el pelo y se fue sin decir palabra del tabbule.      Estos arranques de Isaac Isón son de las cosas por las que la gente no lo toma demasiado en serio. Otra cosa que impacienta es el excesivo volumen con el que habla, siempre dos decibeles arriba de cualquier voz aunque el interlocutor esté a medio metro. Al anterior convoy de calamidades se agrega un resentimiento muy acomplejado y provinciano. Remarca lo que dice con giros y modulaciones recargadas, como si permanentemente estuviera declarando lo orgulloso que está de ser tucumano, judÃo y sefardÃ. Eso explica que exagere tanto los modismos de esa inexistente variedad lingüÃstica que él denomina gólgoto-ñuñorquense (se supone que hace referencia a los montes Gólgota de Jerusalén y Ãuñorco de Tucumán). Lo cierto es que todas sus expresiones salen fileteadas por imperceptibles, frÃas gotitas de saliva. No deja hablar a nadie pero si por fortuna en el fragor de la charla llega a perder la palabra, no se calla en absoluto sino que se pone a silbar el tango Percal (es lo único que silba); por supuesto, el ignorado interlocutor agota todo afán de diálogo porque Isón empieza a ejecutarlo con sus ojos de cuervo, mientras silba Percal con
volumen ya de orquesta tÃpica. No es fácil querer al viejo profesor, cientÃfico y doctor (Ph.D) tucumano Isaac Elà Isón. Es como si concentrara todo su vigor en tratar de volverse insoportable
para el mundo. Con su estirada silueta ocurre lo mismo, semeja una especie de espantador de pájaros lanzado al ataque. Camina a las zancadas con los brazos curvados, estilo arriero de gallinas pero tan rápido que pareciera querer deshacerse del flamÃgero guardapolvo y de la rala cabellera. Es severo de gesto, de tono y de ánimo y no pierde oportunidad de manifestar su antipatÃa por los adulones, los desapasionados, los judÃos (¿?) y los demás profesores de la carrera. Si nota en un alumno el menor signo de cortesÃa, lejos de pavonearse, lo convence para que olvide esas vulgaridades, pues cualquiera sabe -le dice- que sólo se trata de una estrategia para aprobar. Detesta las muestras de consideración a las que neutraliza conjurándolas con su ya reputado gesto de repugnancia; mitiga las declaraciones de respeto o admiración con otro clásico: âResérvenlo para Da Vinciâ. Sin embargo, es el más gentil y respetuoso de los docentes. Trata a sus alumnos con tanta compostura que lo hace sentir a uno incómodo; excepto a los zalameros, claro. No resulta sencillo querer al viejo Isón, es cierto; pero no es difÃcil estimarlo cuando uno ha transpuesto la inocente fortaleza con la que protege su inmenso corazón. Los accionistas lo respetan, lo toleran y lo detestan pero no se deshacen de él porque es una formidable usina generadora de ingresos (aunque él lo ignore), además es el único cientÃfico que el Instituto Tecnológico de Massachusetts invita para que dicte alguna de sus perturbadas conferencias. Los otros docentes sólo lo detestan, en especial el rector Subercaseaux y Magri. Esto se hace evidente en cuarto año, cuando se produce el cisma de la Facultad Artes Culinarias en dos cauces irreconciliables: los Frescos y los Secos. La división arranca en insignificancias tales como la forma de tomar el cuchillo o la elección de manzanas verdes o rojas para la salsa Appleton. Están los Frescos, aspirantes a cocineros internacionales cuyo lÃder es Subercaseaux y que siguen reproduciendo la infamia acerca de la locura de Isón y los Secos, idólatras del viejo profesor y seguidores de su forma de interpretar la cocina que él mismo Isón denomina Cosmofagia. Ninguna de ambas cofradÃas rivales intenta armonizar con la otra, asà que es una difÃcil tensa y mal controlada convivencia. Nuestro primer contacto con Isaac Elà Isón fue en el Seminario Conducta Acomodaticia del Consorcio Vegetal. Era uno de esos tÃpicos tÃtulos de Isón que inventó asignaturas como la Odocromoperceptiva, la GastroexcitologÃa y una técnica llamada Ficta Saturatio. El dÃa del seminario el anfiteatro estaba repleto cuando entró Isón dando sus largas y desgarbadas zancadas y empezó a hablar como si estuviera solo.
ââ Los árboles no tienen la urgencia de los animales aunque hagan exactamente lo mismo. Claro, nacen, crecen, se reproducen y desde luego mueren; pero también, se desplazan, se mueven, se perfuman, se acicalan y enamoran. Sin mucha poesÃa es posible registrar la prepotencia de un ceibo alzándose a codazos de rama y tronco por sobre la timidez del tala y sólo para sacarle una mÃnima ventaja de sol. Ninguna verbena, ningún floripondio sobrevivirá bajo la satrapÃa umbrosa del lecherón. El temperamento de un árbol se muestra en las hojas, en los acodos del tronco, en la ansiedad por llegar antes a la luz. Los acuosos y frenéticos, esos de follaje impulsivo y flores
estridentes llevan el estigma de la rapidez. Su crecimiento es tan escandaloso como su desaparición: voluptuosos de forma y de carácter. Otros tienen un ciclo reposado en el modo y el aspecto, no se apuran ni salen a buscar; dejan que los siglos procuren su limosna de lluvia y fulgor, son los de madera colorada y corteza abrupta: cebil, quina, algarrobo. Se nota la sensatez del lento quebracho en la frugalidad minúscula del follaje, en la parsimoniosa serenidad con la que administra su evolución y su fin hasta mucho después incluso de haber muerto. Y se parecen a sus pájaros los árboles. El griterÃo de loros en el bailongo del paraÃso, la paloma del crepúsculo que hace más fúnebre y lánguida la altura azul del ciprés. Han aprendido a mentir y saben usar a los otros. Es falsa la depresión del sauce y no es tan desinteresada la generosa higuera con el celestino. Exhibicionista la palmerita cica con sus genitales al aire. Ingrata la orquÃdea que traiciona la pasión de quien le ha dado casa, comida y resguardo âsin saberlo desagravia al sotobosque- Con estrategia de sombra, con argumentos de fresca; con perfumado canto de fruta tientan los árboles a sus vÃctimas. En moneda de flor, perfume y sombra paga el churqui al zorzal sus favores de mensajerÃaâ.
Aquello sonaba demasiado preparado, sin embargo me encantó porque habÃa nombrado absolutamente todos los árboles y pájaros que tenÃa la quinta en la que vivÃamos con mi madre. Debo de haber puesto alguna cara especial porque Isaac Isón me miró con sus ojos de cuervo y siguió con su clase pero como si sólo se dirigiera a mÃ.
-âPor eso hay que respetar la sociedad vegetal como si se tratara de vecinos. Como cuando uno
pide una taza de azúcar y nos la dan sin retaceos y con ella nos obsequian un pan recién horneado. Si yo necesitara tomar yerbabuena para hacer una ensalada árabe, irÃa hasta la acequia que cruza
por el fondo de la casa y antes de tomar el manojo que está junto a los lirios azules, le pedirÃa permiso al arbusto para quitarle algunas hojas. Luego llegarÃa hasta la cocina y descubrirÃa que la
planta de menta me ha obsequiado unas briznas de orégano que crecÃa oculto debajo de su generosa sombra. Yo, agradecido, recibirÃa aquello como sugerencia para mi receta y la ensalada de trigo llevarÃa un mensaje secreto de alguien que me acaricia desde el silencioâ-, fue lo último que le escuché decir a Isaac Elà Isón.
No terminé la carrera, no volvà a ver a Isón y puse una casa de comida chatarra. Sólo a veces regreso a la quinta y preparo para mis amigos la ensalada de trigo que ahora sà tiene el sabor de mi madre, entonces comemos en silencio junto al borde de la acequia de los lirios azules.
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