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Martín Güemes (h)

Diáspora radical, decadencia peronista

El radicalismo como partido nacional, está partido.
El peronismo, travestido.
Verdad de Perogrullo, dirán algunos. La causa contra el régimen, es cosa del pasado.                   
Los conservadores ya no gobiernan.

Los terratenientes ya no son los de ayer.
La oligarquía integrada por apellidos que pueblan el imaginario social,  ya no se reúne en la Sociedad Rural, en el Club del Progreso o en el Jockey Club.
Y quienes lo hacen, sólo son sombras de lo que fueron.

      El radicalismo y el peronismo, hoy se contagiaron sus falencias no sus virtudes. Es decir: la integración social. Sus dirigentes (salvo excepciones) conforman la nueva oligarquía, constituida por políticos, empresarios, sindicalistas, tránsfugas, amachinados en la transversalidad de los negocios. Las ideologías -conservadoras o progresistas- poco aportan a la comprensión de la ruptura radical o a la decadencia peronista. Por ello, existen radicales K, radicales L, radicales S, y radicales que están solos y esperan… El peronismo es un rejunte feudal. Sin caballeros, lanza, peto ni espaldar, solamente escuderos obsecuentes. ¿A qué obedece la diáspora radical? ¿La decadencia peronista? Este es un intento de comprensión, basado en el ejercicio de la imaginación histórica. 
      Manuel Gálvez, en su biografía de "Hipólito Yrigoyen, el hombre del misterio" intenta una aproximación. Leamos: (…) ¿Cuál será en el porvenir la gloria de Hipólito Yrigoyen? No dudo de que el pueblo -radical y no radical- le dará un gran lugar en su corazón, el lugar que no ha dado a ninguno de los hombres de este siglo, acaso el que no ha dado ni a los próceres-figuras de la Independencia. Para los radicales será un símbolo y un lema. Lo convertirán en un ser casi divino, mítico, como los comunistas rusos a Lenin; pero, como los malos cristianos, que somos la mayoría, respecto de Cristo, vivirán traicionándolo, acercándose a hombres y a ideas que él execraba. Ya han comenzado a traicionarle…”. Este aviso, acerca de los seguidores del caudillo radical, puede extenderse a los epígonos del conductor del justicialismo. ¿No le parece, amigo lector?
      Arturo Frondizi, una de las grandes figuras presidenciales (radical, a más datos) al referirse a  la vocación política, señalaba los conocimientos que debe tener un político. Saber un poco de derecho, otro poco de economía, algo de filosofía y de sociología, mucho de historia. Pensemos en Hipólito Yrigoyen, profesor de historia en escuelas normales (donando sus sueldos). En Juan Domingo Perón, profesor de historia militar en la Escuela de Guerra. Y podemos vislumbrar por qué fueron caudillos, conductores de pueblos, en suma: hombres históricos. La amnesia histórica de la clase política actual, es sintomática.
      Marcelo T. de Alvear, Honorio Pueyrredón, Mario Guido, Ricardo Rojas (rastreador de una filosofía de la argentinidad), Joaquín Castellanos y Adolfo Güemes, conocedores de la Patria Vieja, por ejercer una memoria de servicio, llevaban la historia puesta. La mesa familiar, el recuerdo hecho relato y las relaciones provincianas-porteñas, los acercaba a una lucha común. Fueron figuras esenciales en la conducción radical. En el poder y en el infortunio, en el gobierno o en la lucha. Recordemos el destierro de Alvear, y la prisión en Ushuaia, en 1934, de los nombrados.
      Carlos María de Alvear, Juan Martín de Pueyrredòn, Tomas Guido, Luis Burela y Martín Miguel de Güemes, cual sombras tutelares galopaban junto a su misión cívica. El espíritu de la tierra soplaba en el costado de abajo y en la patria del cielo. Por eso, sus nietos fueron republicanos, federales.
      Se integraron a las nuevas camadas de argentinos venidos allende el mar, por vocación democrática. Abarcaban la pluralidad de lo nacional. Adolfo Alsina y Leandro Alem fueron el puente entre el país pampeano y el arrabal, formado por el gaucho y el malevo. El parecido físico de José Hernández con Adolfo Alsina, y el parentesco de Leandro Alem con Hipólito Yrigoyen, no eran casualidad, sino causalidad criolla-gaucha. Permitía esta amalgama social entre criollos e inmigrantes la circulación de las dirigencias, la autentica representatividad social.
      Los conservadores-liberales de viejo cuño, fueran católicos o laicos, como Urquiza, Nicolás Avellaneda y Roque Sáenz Peña, con visión de futuro colaboraron a la unión nacional, con la Constitución Histórica (1853-60), la Capitalización de Buenos Aires (1880) y la Ley de voto secreto, universal y obligatorio (1912). Las instituciones forjadas por estos fundadores de la civilidad, permitieron surgir a Illia, Balbín, Frondizi, Alfonsín, De la Rúa, Luder, Menem, Duhalde, Kichner, herederos de la clase media argentina. No juzgo su actuación, sino la posibilidad de la movilidad social, el poder llegar a la más alta magistratura nacional. Es decir, compartir el poder nacional, más allá de las procedencias sociales.
      Los conservadores reaccionarios, amparándose en el partido cívico-militar, en las camarillas, frustraron la evolución institucional del país de los argentinos. Fueron ellos quienes repitieron hasta el cansancio la admonición del gringo Pellegrini: “(…) El radicalismo es un temperamento. Hay que dejarlo gobernar para que el mismo se corrija, aprenda o se destruya".
      En realidad, estos conservadores ayudaron bastante a su destrucción y caída y a la aparición de nuevas formas de la política. Que después condenarían.
      La situación europea (entre la primera y la segunda guerra mundial), con la aparición del bolchevismo ruso, el fascismo, el nazismo y el franquismo, enlazada con el exabrupto de Leopoldo Lugones: ¡La Hora de la Espada! (discurso pronunciado en Perú con motivo de la batalla de Ayacucho, en diciembre de 1924), permitió la copulación ilegal. De tales padres, tales hijos. La llamada década infame, ni tan década ni tan infame en comparación con nuestros días, abrió la caja de Pandora. Los nacionalistas engendraron la revolución del ‘43. El GOU (Grupo de Oficiales Unidos) y el Coronel Juan Domingo Perón (desde la secretaria de Trabajo y Previsión), proyectaron a las arenas de la política argentina, el Movimiento Nacional Justicialista.
      En ese ideario movimientista se plegaron radicales, forjistas, socialcristianos, socialistas, anarquistas y comunistas, que acompañaron una revolución nacional y social. Autoritaria, popular, social, original, alejada del espíritu republicano, que acarreó reacciones no precisamente democráticas.
      Nos atrevemos a afirmar, que esta integración natural del radicalismo, en menor medida en el peronismo, de aristocracia, democracia y república, se oponía a la oligarquía, a la demagogia y al autoritarismo, elementos degenerados del sistema político equilibrado, temperado, constitucional. El estado de derecho, el imperio de la ley, fue destituido por el Cesarismo que acarreó la anarquía institucional, mal inveterado de nuestra historia.
      Al imponerse sus integrantes, pertenecientes a círculos, y poderes exógenos, a los fines de conservar privilegios, frustraron a generaciones, provocando gobiernos facciosos, sectarios, que motorizaron el resentimiento. El peronismo, ausente la llama republicana, con cuadros políticos surgidos de un puchero pampeano o un locro norteño,  no logró integrar, desarrollar, un verdadero sentido institucional. La ausencia de mecanismos de selección de su conducción, esta versatilidad para afirmar o negar en procura del poder y los negocios, es parte indudable de lo afirmado. Por sus frutos, podemos apreciarlo… Esto sin desmerecer su doctrina humanista, cristiana y nacional. Incluso, respetando el proyecto nacional del Perón de la Vuelta.






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