En medio de la noche oscura como boca de perro, volvÃa a su casa a la máxima velocidad que daban sus piernas para impulsar la bicicleta. Pelo al viento, corazón latiendo a doscientos y respiración agitada que dejaba nubecitas de vapor en el aire helado. ¡Qué noche, qué noche! pensaba mitad feliz, mitad desesperado mientras pedaleaba con toda su energÃa por el camino de ripio que intuÃa debajo de la bici.
Ni siquiera se acordaba bien de qué trataba la pelÃcula. HabÃa ido al cine del pueblo con sus amigos como todos los sábados a ver lo que dieran, ya que era la única función de la semana y no se podÃa elegir. Esta vez se llamaba âLa mancha vorazâ y tenÃa que ver con un extraterrestre que caÃa a la tierra y por supuesto, tenÃa forma de pasta que devoraba a la gente. Era el tipo de espectáculo ideal para divertirse porque cada vez que aparecÃa la mancha, todo el cine gritaba y se estremecÃa de miedo, mientras él y sus amigos aprovechaban para gritar más fuerte y reÃrse a carcajadas del efecto âgallinero en pánicoâ que se producÃa.
El cine era un galpón estrecho de unos cincuenta metros de longitud con ocho asientos por fila y un pasillo estrecho en el medio. El haz de luz de la proyección atravesaba fatigosamente el ambiente enrarecido por diversos olores y el humo de cigarrillos que flotaba como neblina en Londres, llegando con dificultad a una pared que hacÃa de pantalla en la que se movÃan, entre las manchas de humedad, las imágenes en blanco y negro.
Agacharse un poco y encender un Saratoga tratando de evitar que el dueño del cine pudiese identificar la llama del encendedor. Dar la bocanada con fruición y después soplar el humo con energÃa debajo de la fila de adelante para que no se eleve como una columna identificable. ¡Ah, qué placer! Pasarse el cigarrillo entre los amigos, cubierto por la palma de la mano para que no se viera la brasa. Toda una técnica de encubrimiento que a esa edad, entre 13 y 14 años, era una inagotable fuente de emociones.
Esa noche dejaron afuera las bicicletas atadas entre sà con una cadena y un candado, y entraron pavoneándose con paso de loro que entra a la cocina. Riéndose de cualquier cosa y miroteando hacia todas partes para identificar cuatro asientos juntos desocupados, buscaban un territorio prometedor. De pronto divisaron tres lugares vacÃos justo delante de las cuatro chiquilinas más lindas y cotizadas del pueblo.
TenÃan la misma edad que ellos, por lo que estaban más maduras y ya les divertÃan otras cosas que a los chicos. Pero se entretenÃan con las presumidas en bici, las frases medio insinuantes que se decÃan, las miradas lánguidas, y la timidez incurable de los muchachos que hacÃa más de un año todos los sábados por la tarde las encontraban en la plaza. Pasadas a toda velocidad de las bicicletas, miradas, sonrisas, algún adiós preciosa, y después cada uno a casa a cenar y prepararse para el cine. De contacto fÃsico ni hablemos, platonismo puro. Â
Negociaron por dos cigarrillos con el joven que ocupaba la cuarta butaca, y se sentaron a sus anchas en la fila de adelante sin atreverse a entablar diálogo directo con las doncellas. Los acogieron con un dulce saludo y risitas de aprobación y complicidad. Intercambiaron algunos monosÃlabos con ellas y se instalaron retorciéndose de contentos.
Se apagó la luz y comenzó el espectáculo. Realmente habÃan elegido el lugar adecuado ya que a los dos minutos de iniciado, las chicas gritaban a garganta batiente, y cuando pasaba el pánico se reÃan a los alaridos. Por supuesto todo habÃa sido ejecutado con gran profesionalismo, por lo que cada uno se habÃa sentado delante de su preferida para entablar un vÃnculo de proximidad rayano en la telepatÃa, esperaban.
En uno de los momentos de tensión creciente en los que el público hacÃa silencio mientras los actores se movÃan con rostros crispados acompañados por una música tipo chachán, chachán, él escuchó claramente la vocecilla de ella que desde atrás decÃa âTengo miedo, mucho miedoâ. Se le cortó la respiración por un lapso que pareció media hora. Ella repitió lo mismo. Sintió que el piso se abrÃa debajo, y en un acto de arrojo irracional, pasó ambos brazos por detrás del asiento y susurró girando la cabeza lo que le permitÃan sus hombros trabados con el respaldo: âTomá mis manos que te sentirás más seguraâ.
Los sonidos se alejaron, la pelÃcula cambió de ritmo y se desarrolló en cámara lenta durante segundos que parecÃan siglos. Al fin sintió los suaves dedos de ella rozando los suyos, y luego las cálidas manos femeninas envolvieron las suyas con ternura ejerciendo una suave pero firme presión. HabÃa un claro mensaje de demanda en la piel húmeda y tibia que latÃa al ritmo de ese joven corazón lanzado al galope. Sintió que el calor subÃa hasta el rostro mientras la butaca se mecÃa suavemente sobre un piso esponjoso. No atinaba nada más que a mirar hacia delante sin prestar atención a lo que veÃa, mientras se concentrada en acariciar con las yemas de los dedos la piel suave y cálida de las manos amadas.
Sus amigos también perdieron contacto con la pelÃcula, atentos a cada movimiento del audaz. No podÃan creer tal acto de arrojo. Pero a medida que pasaban los minutos y la ceremonia de amor continuaba desarrollándose, comenzaron a cuchichear entre ellos y a reÃrse, al igual que las amigas de ella que desde atrás tenÃan un panorama todavÃa más claro de lo que estaba ocurriendo. Ellos y ellas se intercambiaban entrecortados comentarios nerviosos que comenzaron a generar algunos âssshhh, silencio chicosâ de los incómodos vecinos que no podÃan concentrarse en lo que ocurrÃa en la pantalla.
Por fin, uno de ellos pasó sus brazos sobre el respaldo y, medio en broma, sugirió a su compañera de atrás que las tomara para sentirse más segura. Ella se rió nerviosa y, después de jugar un poco a que no le interesaba la propuesta, dejó que sus dedos se enredaran entre los de él, y asà se fueron armando sigilosamente las cuatro parejas. Todos ellos tenÃan sus brazos adormecidos pasados por detrás de los respaldos, mientras ellas les acariciaban las manos con más o menos entusiasmo, según el caso.
De pronto se encendió la luz porque habÃa llegado el intervalo y en esa fila se produjo una extraña danza de brazos que giraban con evidente dificultad. ParecÃan nadadores cansados braceando pesadamente. La claridad rompió el hechizo y todo volvió a la normalidad entre ellos y ellas. Risitas ahogadas, miradas de reojo, medias palabras. Al fin uno de ellos propuso ir a âfumar un puchoâ, y los cuatro chicos salieron casi aliviados al aire helado de la noche, ansiosos por comentar lo que estaba ocurriendo.
Encendieron con mano temblorosa los amargos Saratoga y en medio del humo se transmitieron confusos sus sensaciones. Todos hablaban a la vez diciendo esto y aquello, hasta que uno dijo âles propongamos sentarnos dos y dosâ â¿Cómo es eso?â Preguntó otro, âDos chicas con dos de nosotros adelante y las otras dos con los otros atrás, boludoâ respondió. Se miraron con ojos de pánico, pero acordaron que asà se harÃa. Apagaron apresuradamente los cigarrillos y entraron a los empujones por el estrecho pasillo que dividÃa en dos la nave. Encontraron al caramelero que salÃa gritando âcaramelo, chocolate, bombone, hoy los come, mañana los ca... ramelo, chocolate, bombone...etc.â Lo retuvieron en medio del cine provocando las airadas protestas de los espectadores que querÃan llegar a sus asientos, mientras juntaban las monedas y negociaban para lograr a precio vil cuatro cajas de manà con chocolate. âPara las chicasâ, dijo uno. Se miraron felices y avanzaron permitiendo que la fila se moviese nuevamente.
Cuando llegaron a sus asientos los encontraron ocupados por tres muchachotes más grandes, uno de ellos hermano de dos de las chicas. Por supuesto que se habÃan sentado allà con ánimo de provocar problemas, haciendo uso ostensible de su portación de mayor tamaño. Los miraron con desprecio y preguntaron desafiantes â¿Algún problema?, âNo, sólo que acá estábamos sentados nosotrosâ. â¡Qué lástima!, ahora estamos nosotros. Busquen asientos en otra parte y dejen de joderâ. Las chicas miraban desconsoladas la desigual batalla gestual que se estaba librando. Los pobres chicos luchaban a brazo partido con su temor adoptando poses que querÃan parecer agresivas pero eran evidentemente conciliadoras. De pronto alguien dijo âLes cambiamos los asientos por manà con chocolateâ, mostrando sugestivamente una cajita de la golosina. Los tres grandotes se miraron dudando, y uno de ellos respondió, âMeta, pero queremos también un paquete de puchosâ. En un abrir y cerrar de ojos cuatro cajitas de manà chocolatado y dos de cigarrillos a medio consumir cambiaron de manos en medio de un confuso operativo de manotazos y empujones. Cuando todo estaba concluyendo y los muchachones terminaban de sacar sus piernas de entre las butacas, se apagó la luz, apareció el confuso haz lechoso del proyector y se empezaron a escuchar los gangosos sonidos que salÃan de los parlantes.
En medio de la confusión, él se acercó al oÃdo de ella y le propuso sencillamente en voz baja âQue pasen dos para adelante asà nos sentamos en parejaâ. Ella lo miró sorprendida y sin responder se dio vuelta hacia sus amigas y comenzó a cuchichear la propuesta. Sin muchas deliberaciones dos de ellas se levantaron alisándose los vestidos e iniciaron el operativo de salir al pasillo y pasar hacia delante. De las filas de atrás se levantó un clamor de gritos y chiflidos que pedÃan que se sienten, mientras los de más atrás, sin comprender lo que ocurrÃa, gritaban a su vez pidiendo silencio. En medio de todo ese batifondo dos de los chicos se cambiaron de fila levantando las piernas por encima de los respaldos, y por fin todos se sentaron, con lo que el griterÃo cesó de repente.
La mancha voraz, que por lo que se podÃa ver habÃa recuperado sus energÃas en el intervalo, tenÃa arrinconado a un policÃa en el interior de su âpatrullaâ y se aprestaba a devorarlo. El pobre tipo gritaba sobreactuando como si fuese actor argentino.
Los dedos de él se entrelazaron con los de ella y las manos se apoyaron suavemente sobre los firmes muslos femeninos. Al pobre cana se lo engullÃa el monstruo mientras los dos chicos estaban llegando a las puertas del paraÃso. Quietos, sin atreverse a hacer apenas los movimientos imprescindibles para respirar, ambos cuidaban el momento como si fuese una burbuja de cristal que podÃa romperse al menor error.
Avanzó cuidadosamente su brazo izquierdo sobre los hombros de ella, que se dejó abrazar apoyando con ternura su cabeza en el pecho del joven. Los corazones estaban disparados. Ella vibraba como una cuerda mientras sentÃa subir y bajar el pecho de su amado. El cerró los ojos para vivir ese instante perfecto rogando que nunca terminase. Ninguno prestaba la menor atención a la mancha que ahora habÃa logrado entrar en una escuela y estaba por almorzarse algunas docenas de niños que chillaban desesperados. Alrededor de ellos se habÃa creado una cápsula del tiempo. No habÃa pasado ni futuro, solo presente. Dos respiraciones agitadas, piel electrizada haciendo contacto, y una maraña de sentimientos y pensamientos confusos.
Sintió el impulso de decirle algo asà como âte quieroâ y acercó suavemente su boca al oÃdo. Ella giró el rostro para mirarlo y, sin planearlo, se rozaron las comisuras de los labios. Ella sintió tanta vergüenza que agachó la cabeza y se cubrió el rostro con ambas manos. El pensó que estaba llorando y se sintió culpable de haber roto el hechizo, de echarlo todo a perder. La abrazó con ternura mientras le murmuraba al oÃdo âPerdón mi vida, te juro que no fue intencional, por favor perdonameâ, y como no obtenÃa respuesta ni lograba sacarla de la pose defensiva, le siguió diciendo con desesperación âTe juro que te amo con todo mi corazón. Jamás harÃa algo que te lastime. Solo quise hablarte al oÃdo. Te juro que fue sin quererâ, y otras palabras por el estilo, con un tono cada vez más quebrado.
Estaba a punto de llorar cuando ella levantó por fin la cabeza y descubrió su rostro. En la penumbra del cine no se notaba su rubor, pero los ojos brillantes y la sonrisa transparente decÃan a las claras que no era disgusto lo que tenÃa, precisamente. âEstá bien, dijo, nunca antes me habÃan besado, eso es todo. No me siento mal.â â¿Seguro estás bien, no estás enojada conmigo?â. âEstoy muy bien. Me dio vergüenza pero estoy muy bien.â â¿Te gustó? Yo también es la primera vez que beso, pero me pareció fantásticoâ. âSÃ, me gustó. Me gustó muchoâ. Estaban cuchicheando rostro contra rostro tratando de mirarse a los ojos. Tan cerca que unir los labios nuevamente fue inevitable e imprescindible. Se besaron con ternura una y otra vez. Y se quedaron en silencio tomados de las manos intuyéndose en la semioscuridad.
La mancha voraz ya estaba arrinconada por el ejército de los Estados Unidos que, como sabemos, todo lo puede. La estaban quemando con tanques lanzallamas mientras emitÃa un quejido crujiente y se retorcÃa agonizando. Otra vez vencÃa el bien y la humanidad tendrÃa un nuevo motivo para agradecer a los salvadores. A la distancia, una pareja de jóvenes que habÃan tenido los roles principales del filme, se abrazaba visiblemente aliviada e iniciaba un beso apasionado mientras la cámara se aproximaba. Al final solo quedaban en pantalla los rostros de ambos en un beso interminable mientras se acercaban flotando desde el infinito las palabras The end.
âCarajo, pensó, se besan con la boca abiertaâ.
Se encendieron las luces y todo el mundo comenzó a pararse. Ella le soltó de golpe las manos y se incorporó del asiento, iniciando inmediatamente una charla medio incoherente con su amiga de la fila de adelante que ya estaba de pie alisándose el vestido. âVamos, vamos que es tardeâ dijo de pronto el hermano mayor apareciendo entre la gente y mirándolo de reojo con evidente ira. No supo bien qué hacer. Ella lo miró y le dijo apresuradamente âchauâ, a lo que él respondió con otro seco âchauâ, y se quedó mirándola alejarse entre la gente que se apretujaba por salir. âVamos chango, hasta qué hora te vas a quedar parado allÃâ, escuchó que le decÃa uno de sus amigos, y empezó a caminar hacia la puerta, a los empujones por el pasillo. Ya afuera la buscó entre los grupos que se dispersaban y al final pudo verla antes que girase en la esquina caminando entre las otras chicas, flanqueadas por el hermano y los amigos. Ella giró la cabeza y lo miró por un instante. Luego desapareció. El corrió hasta la esquina pero la calle estaba casi a oscuras y habÃa varios grupos de caminantes. Solo pudo distinguir una silueta que imaginó era de ella.      Â
â¿Alguien quiere fumarse un pucho?â. Los cuatro amigos se sentaron en el cordón de la vereda a fumar y a contar sus experiencias. Casi todos eran novatos y tenÃan tal excitación que hablaban atropelladamente gritándose unos a otros, tosiendo por el humo y riéndose a las carcajadas, más por la tensión del momento que por los incomprensibles relatos. âYo le toqué por acáâ, decÃa uno, âElla me hizo asÃâ, agregaba otro, mintiéndose o exagerando descaradamente, convencidos que los demás les creerÃan mientras ellos mismos tenÃan la certeza que los otros metÃan. Pero asà eran las reglas del juego: mentir y dejar que mientan, exagerar sabiendo que los demás exageraban.
Cuando terminaron de fumar alguien preguntó âY a vos, ¿te comieron la lengua los ratones? Contá cómo te fue que te vi bien acarameladito con la minita. Me parece que se dieron con todoâ. Se sonrió y dijo âTodo fue fantástico. Sólo nos dimos un beso, pero con la boca cerradaâ. âVamos, vamos, que yo vi manitos por aquà y manitos por alláâ, âDale, contá, no seas carneroâ, y otros comentarios que trataban de alentarlo para que contara su experiencia. Al fin y al cabo habÃa sido el pionero, el valiente que habÃa dado el primer paso. Se puso de pie riéndose y empezó a caminar en cÃrculos, âNo pasó nada, sólo lo que les dije. Todo fue muy lindo. Pero tengo sueño changos, es hora de ir a dormirâ. âAh, mariconazo. Está enamorado el tipo, qué les pareceâ,âEstá enamorado el mariconazoâ, corearon riéndose los otros.âDejen de joder y vamos a dormirâ, âCada carancho a su ranchoâ, corearon. Desataron las bicis, se dieron algunos empujones afectuosos y partieron cada uno para su casa.
Cuando llegó, esquivando los perros que salÃan a ladrarlo, se metió a la cama helada y se quedó mirando la oscuridad, tratando de comprender y asimilar todo lo que le habÃa pasado.
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