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Martín Güemes (h)

Arturo Jauretche

Martín Güemes (h)

      Conocí a Don Arturo en el año 1973.En una disertación que realizó en el aula magna de la Facultad de Derecho de Buenos Aires. El decano era Mario Kestelboim, a quien se identificaba con la izquierda (renunciaría poco después de esta conferencia, por carta pública redactada por su suegro César Marcos). Lo sucede Francisco Bosch, nacionalista de derecha, según los socialistas y comunistas. Este era el marco universitario del encuentro con Jauretche. Terminada la conferencia, despaciosamente, con timidez y vergüenza, me presenté (tenía 22 años). La excusa: su amistad con el dr. Adolfo Güemes. Fue algo imborrable. ¡Conocerlo y hablar con Jauretche! Había leído sus libros: “Los Profetas del odio y la yapa” (1957), “El medio pelo en la sociedad Argentina” (1966) y el “Manual de Zonceras Argentinas” (1968).
      En aquellos años era leído ávidamente por la juventud busca vida. Sus escritos superaban las categorías de interpretación europeas, más allá de los nacionalismos con Z, y de las izquierdas internacionalistas. Nos enseñaba, aprendíamos y abrazábamos su metodología interpretativa de la realidad. Sus libros no eran anteojeras negras, amarillas ni rojas. Eran ojos mejores para mirar a la Patria. Sus conceptos araban en la mentalidad juvenil. La de los ‘70, que no toda era montonera o guerriller, conservadora o reaccionaria. Gracias a Jauretche y Scalabrini.
Recuerdo su temperamento llano. Su presencia paisana y seductora. Un vasco mezclado con gaucho en su aspecto físico. Un criollo muy pampeano. De boina, pañuelo al cuello, alpargatas y puñal al cinto (de acuerdo a la circunstancias). Martín Karadagian, el luchador de Titanes en el ring, supo de su personalidad avasalladora. Lo corrió alrededor del ring, puñal en mano, por insolentarse con su persona. Lo desafió a un duelo en un cuarto oscuro, con una mano atada y en la otra el cuchillo. No fue aceptado. Así era Jauretche. Polémico como Sarmiento (su contrafigura conceptual), pasional como el sanjuanino. Los emparentaba el temperamento. La originalidad de su prosa. Jauretche se deleitaba leyendo al autor de Facundo. También a Mansilla, el de la Excursión a los indios Ranqueles. Jauretche no escribía, dictaba. Su escrita-oralidad era una tribuna levantada para el pueblo. Sus ensayos, un relato gaucho de patriadas, advertencias sobre la partida milica, sobre la amistad de Cruz y Fierro, y los consejos del Viejo Vizcacha. Sobre aquellos que escupen el asado para comerlo ello.
      Nos previene que no debemos estudiar los problemas económicos con la libreta del almacenero. Que debemos dar vuelta el mapa, para ver mejor la posición Argentina en la geopolítica mundial. Era poner los pies sobre la tierra, pensar desde nosotros. Los poderes centrales, europeos o americanos nos enseñaban, envidiosos de lo ajeno, a desdeñar lo nuestro. Jauretche, con un método basado en los hechos, nos llamaba a ser argentinos, suramericanos. Nos advertía sobre las fuerzas vivas o sea: los vivos de la fuerza. Sobre los intereses que se movían para que no cambiáramos; para que continuáramos con el collar, como perros leales a su dueño. “Esta crisis que se aproxima o en la que ya estamos ha sido deliberadamente provocada.” “El Plan Prebisch, un retorno al coloniaje” - 1955.
      Defendió la Constitución de 1949, y su artículo 40, que nacionalizaba los recursos básicos del país. Le costó el exilio en Uruguay y, posteriormente, una disidencia frontal con Frondizi en la batalla por el petróleo. Lo desafió al Presidente Frondizi, en Olivos, a tragarse el libro: “Política y Petróleo”, como quien se come una ensalada de radicheta. Acusó a Pinedo, a Prebisch, Alsogaray, Alemann y a todos los tilingos de la economía, de mentalidad cipaya. Podía hacer suya las palabras de Ignacio Anzoátegui, al expresar: Los economistas son los ginecólogos de las finanzas públicas. La mayor parte de ellos se especializan en abortos. Sus libros: “Prosa de hacha y tiza” (1960), “Filo, contrafilo y punta” (1964), “Mano a mano entre nosotros” (1962), todavía están candentes en el rescoldo de la lucha popular.
      Su prédica nació en los años ‘30. Fue un taller de forja, en un mundo que se derrumbaba.Se reunían en un sótano de la calle Corrientes, junto con Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, entre otros. A pensar la tierra sin nada, tierra de profetas, con responsabilidad de amautas. Fueron develando la red de intereses económicos que inmovilizaban nuestras posibilidades como en una tela de araña. ¡Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre! gritaron por las calles de la Patria. Los cuadernos de FORJA son el testimonio escrito, de este afán de pensar las formas de la liberación, espiritual y material. Anunciaron una revolución humanista y cristiana. Desde nuestro pueblo, desde nuestra tierra.
Jauretche fue el creador de una metodología de lo nacional. El adentrismo, opuesto a lo pa'juerano, al decir de Osvaldo Guglielmino. Son sus publicaciones: “Ejército y política” (1958), “Política Nacional y Revisionismo Histórico” (1959), “Forja y la década infame” (1962), referentes obligados para comprender su forma de pensar.
      Don Arturo nació en Lincoln, provincia de Buenos Aires, el 13 de Noviembre de 1901. Su única función pública la desempeñó en 1946, como Presidente del Banco de la Provincia de Buenos. Aires. Fue candidato a senador por la Capital Federal. El pueblo no lo favoreció con su voto. Era una advertencia. Su militancia cultural se consideraba más importante que su militancia política. Los libros de Jauretche fueron leídos en las cocinas peronistas, en los bares, y en los centros culturales de sindicatos y barrios. Sus ediciones se agotaban como pan caliente, y jamás los grandes diarios lo incluyeron en sus comentarios o listas de venta. No hacía falta el reconocimiento del establishment, o de las ferias de vanidades, Don Arturo se ganó el corazón popular. De aquellos que lo llevan puesto, como la piel en el cuerpo, para aguantar la intemperie de la globalización.
      Tiene razón a contrapelo -Mariano Grondona- cuando dice: “(...) Mientras el aporte de las generaciones liberales ha sido ampliamente estudiado, lo que trajeron consigo los Jauretche y los Scalabrini Ortiz a la mente de los argentinos merecía una bibliografía equivalente. Aún no la tiene. Algunos diremos que ellos fueron quienes, con la mejor de las intenciones, intoxicaron el alma de los argentinos hasta apartarnos de la vía de la modernidad.”. A confesión de parte, relevo de prueba, para los periodistas de la tribuna de toxina… defensores del liberalismo doméstico, global.
      Arturo Jauretche se autodefinió, así: “(...) No soy literato... tampoco un filósofo de la historia. Pero, años y trotes me han graduado en la universidad de la vida, que es el mejor libro cuando los otros inducen a error… Digo con esto que mi conciencia sobre la clave de los problemas de nuestro país, como la de todos los de mi generación que la han tenido, tuvo que hacerse por propia experiencia, en correcciones constantes y en modestos aprendizajes de todos los días; y es cierto, además, que hemos aprendido de los simples y humildes mucho más que de los infatuados y poderosos...”.
      Un amanecer muere Don Arturo. Antes, fue la noche oscura y sin estrellas. A pesar de ello, encontró el rumbo una vez más. Tenía que ser un ¡25 de Mayo!. El mismo año, de la muerte de Perón (1974). Junto a él, se encuentra su esposa Clara Iturraspe. El suceso ocurrió en su departamento de Esmeralda 886, esquina Córdoba, en Buenos Aires. Don Arturo ejercía la Presidencia de Eudeba. En la editorial, como funcionario, daba cumplimiento una vez más a su vocación docente de lo nacional. Apenas han pasado 33 años. Su ausencia, embarga nuestra nostalgia. Por eso lo recuerdo hoy.






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