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Miguel Espejo

El desarraigo original

Miguel Espejo

      Además de los numerosos trabajos de su especialidad, F. Maíllo Salgado ha publicado tres novelas que permanecen casi secretas para la crítica. En este artículo se abordan algunos aspectos de su cruda y rabiosa Trilogía del desarraigo.

      Acaba de aparecer en España, en la Alianza Editorial (2007, Madrid), una de las obras clave de la literatura arábiga, A través del Oriente,traducida, prologada y anotada por quien varias veces estuviera en distintos lugares de nuestro país dictando conferencias y seminarios, el filólogo e historiador Felipe Maíllo Salgado, catedrático de la Universidad de Salamanca y uno de los mayores especialistas de la lengua y la cultura árabes. Este libro, escrito en el siglo XII por el valenciano Ibn Yubayr, dio comienzo a las relaciones de viajes, llamadas genéricamente rihla, que se convirtieron en testimonios centrales del peregrinaje a la Meca, de los principales circuitos del Medio Oriente y de los viajes que se emprendían para “adquirir la ciencia”, es decir, viajes de iniciación y de formación, de comprensión del mundo como de sus vicisitudes.
      En un sentido general, se puede decir que los viajes y la literatura guardan una correspondencia indisoluble, al punto que la sobrevivencia de Noé, en su arca, ocurre bajo la forma de un viaje incierto; que La epopeya de Gilgamesh y Las mil y una noches están entretejidas por los viajes, en un caso, en búsqueda de la inmortalidad y, en el otro, por un desplazamiento circular que hubiese podido no tener fin.
      Es difícil resistir la tentación de comparar estos relatos árabes con las relaciones que escribieron aquellos que debían dar cuentas a la Corona española de los resultados de sus incursiones americanas. Desde las cartas de Colón a las crónicas de la Conquista se reflejan, sin embargo, criterios distintos de los que articulan obras de esta naturaleza. A título comparativo, uno está más bien tentado a pensar en la raíz indo-europea per, que diera origen a muchas decenas de vocablos, empezando por experiencia y siguiendo por puerto o puerta hasta llegar a peligro (en francés se conserva mejor su antiguo vínculo, con el término péril). Entre sus muchas acepciones, per aludía al desfiladero, al peligroso paso que hay que atravesar en cada uno de los viajes que se emprende, ¿Y no es la condición del hombre estar siempre en movimiento, asentado en ciudades aunque listo para el despegue, para tocar de nuevo su esencia nómade, su desarraigo original?

ENTRE LA INCERTIDUMBRE
Y LA MADUREZ
      Sin embargo, no es acerca de la calidad de los muchos trabajos realizados por el Dr. Felipe Maíllo Salgado, en tanto uno de los principales arabistas de España y de Hispanoamérica, a lo que quiero referirme, sino a su condición de escritor de ficciones, casi completamente desapercibida, en gran medida por elección del propio autor. Maíllo ha publicado tres novelas, que las ha reunido bajo el título común de Trilogía del desarraigo. Estas novelas fueron editadas todas en Buenos Aires, entre 2000 y 2006, en la editorial Cálamo. Ellas han sido bautizadas de la siguiente manera: Inciertas derrotas(2000); El impasible mutismo de los dioses (2004) y Fabuloso olvido (2006). En este caso, el pie de imprenta no es una cuestión menor. El autor, lejos de Salamanca, de Madrid y Barcelona, de las redes literarias que deberían serle propias, decidididamente ha optado por tomar distancia de sus textos de creación o, mejor aún, al mismo tiempo ha tratado de que sus novelas tomaran distancia del ámbito que se podría considerar connatural o consustancial a ellas.
      Con frecuencia los autores apelan a experiencias personales para concebir, plasmar o configurar sus obras de ficción; con frecuencia la crítica ha cedido a la tentación de estas huellas para explicarlas, a usar algunas de estas atractivas categorías para entenderlas. Prescindiré de este método; aunque no pueda dejar de señalar que cualquiera sea el contenido autobiográfico que las sustenta, las tres novelas tienen un rasgo que las une y es, a mi juicio, su carácter de tránsito, como si ellas mismas estuvieran de viaje, realizando y corroborando la experiencia que también les dio origen. Sus personajes siempre están en otro mundo, desplazados del orden que confieren los trabajos vulgares y, en cierto sentido, al igual que el entrañable Maqroll el Gaviero, personaje casi excluyente de la obra de Álvaro Mutis, se sitúan en una marginalidad manifiesta, desde donde quizás el centro del mundo puede por fin comprenderse.
      Inciertas derrotas comienza con el desplazamiento de un joven español, Félix Durán, que va rumbo a París. En estas páginas no hay lugar para la fascinación que antaño Oriente ejercía sobre los viajeros, ni el despertar maravilloso por la Ciudad Luz, que, en la novela, es apenas el primer eslabón de una cadena de puertos, viajes e incertidumbres, que finaliza en una comunidad hippie en Borneo y, cuando ésta se desintegra, en un deambular harapiento en Singapur, hasta encontrar una tabla de salvación bajo la forma de un barco noruego, rumbo a Oslo para el desguace.
El muchacho de diecisiete años nos hace recordar, con su rechazo medular al mundo que lo rodea, desde otros ámbitos, desde otras voces, al Silvio Astier de El juguete rabioso de Roberto Arlt (ya en Brasil el personaje nos cuenta: “un gallego grasiento, mayorista de plásticos, me contrató para mover y colocar, por un largo almacén, sacas llenas de objetos increíbles de variados tamaños”); aunque también, y mucho más cerca de la nacionalidad de su autor, al Pascual Duarte de Cela. Este aprendiz de hombre había tenido en sus comienzos una fugaz novia, Chantal, que “terminó por darme sus ahorros, creando con ello un precedente perverso; en lo sucesivo encontré natural que mis amantes me metieran dinero en el bolsillo”.
      Los seres humanos, en la selva de nuestros días, están para ser usados; caso contrario, seremos usados por ellos, aun cuando la sexualidad se presente, a menudo, bajo la gratuidad más absoluta, como muestra prístina de la “revolución cultural” de la década de los ‘60. En suma, se trata de ejercitar los mecanismos de sobrevivencia, aunque más no sea por la furia que hay en el alma. Y La muerte en el alma se llama justamente una de las novelas que componen la trilogía de Sartre, Los caminos de la libertad. En este remoto parentesco existencialista lo que se palpa en Maíllo, guardando las debidas proporciones, es la visión del callejón sin salida en que se ha convertido el mundo.
      Inmediatamente después de París, en Ruán, el joven comprobaría que “la mayor parte de la gentuza alojada en la pensión eran extranjeros de nacionalidad francesa”, procedentes de las antiguas colonias y tan marginales como él. Pero en esta novela de formación y de aprendizaje, la rabia, en las últimas páginas, termina por atemperarse y transmutarse en reflexión: “No siento rencor contra la sociedad, ni me adhiero a ella; en cualquier latitud o medio el hombre es el mismo depredador peligroso, es mejor mantenerse lejos.” Tanto personaje como autor han llegado a la conclusión que la mejor herramienta para entenderse con la especie humana es la distancia.

MUTISMO
Y OLVIDO
      En un episodio de la segunda novela, narrada ya no exclusivamente en primera persona, a causa de una pelea con otro preso el personaje reflexiona: “Le venía a propósito que lo creyeran carcelario viejo, así lo respetarían”. La cárcel,como se sabe, puede ser una de las más poderosas escuelas. Quien no aprueba este tránsito, tal cual se nos ha enseñado en Los miserables,sale muerto de allí. Aún así, Ricardo no había imaginado, después de matar a dos presos, “haber sido capaz de convertirse en un criminal”. Los aspectos aleatorios de la vida no pueden dejar de sorprenderlo y, en un sentido, al mejor estilo balzaciano, todos los personajes de Felipe Maíllo constatan que la vida no ofrece tregua y que la lucha, despiadada, siempre es hasta el fin, sea en una cárcel, en un barco o en una búsqueda sin resolución. Por lo demás, poseen una impronta semejante a la de quien vive en una contradicción permanente, porque “después de todo amar a una mujer y enamorarse de otra es la regla”
      El impasible mutismo de los dioses es una novela que por tramos se ha fraguado a borbotones, con la crudeza muy actual de una naturalismo extremo, donde las escenas no sufren la desfiguración calcinante de las pinturas de Bacon, sino la pincelada sórdida e hiperrealista de los excrementos. La prosa de Maíllo se abre paso indemne entre los desagües y letrinas de Centroamérica, con términos provenientes de variados países, como si por momentos le hubiera sido necesario encontrar en los diferentes lunfardos, por así decirlo, en los argots arrabaleros, en el caló o en las jergas delictivas, el impulso necesario para aproximarse a la incomprensible condición humana o al mutismo con que los dioses responden a las frenéticas preguntas sobre el sentido de la vida.
      Borges solía argumentar que era absurdo pretender que un escritor debía munirse de experiencia personal para poder escribir, ya que eso equivalía a decir que para escribir una novela policial era necesario haber sido comisario. Pero los argumentos ingeniosos también enmudecen cuando se trata de las descripciones que abordan las situaciones límites del ser humano. ¿Acaso no puso William Blake en boca de Ezequiel su insólita respuesta ante la pregunta de por qué comía excrementos humanos: “el deseo de elevar a los demás a la percepción del infinito”?
      Dicho esto, vale la pena aclarar que las novelas de Maíllo Salgado no son escatológicas, sino que bucean, con sus imperfecciones estilísticas y sus límites narrativos, pero con una fuerza inusual, en el desarraigo primigenio de algunos de sus personajes, desarraigo comparable a la extrañeza que deben haber sentido Adán y Eva cuando fueron expulsados del Paraíso y obligados a ganarse el pan con el sudor de su frente. Un mito malayo asegura que los orangutanes no hablan para que no se los obligue a trabajar. Estos seres que transitan por cárceles y paraísos artificiales, por situaciones miserables, aunque también por la deslumbrante dicha de la lascivia, parecen estar siempre preguntándose por el lugar (o el no lugar) que ocupan en el mundo, como por la idiotez embrutecedora que subyace en la mayoría de los trabajos del hombre. Linacero, el primer personaje de Onetti, dixit: “el trabajo me ha parecido siempre una estupidez odiosa de la que resulta muy difícil escapar”.
      La novela con la cual Felipe Maíllo cierra su trilogía, Fabuloso olvido, es la más ambiciosa en cuanto a la versatilidad de su estructura, al ritmo prosódico, a la polifonía y a la riqueza de su vocabulario, circunscripto en este caso a la germanía de la península. Entrevistas, diarios, confesiones y testimonios van configurando la vida de Restituto Santos, un delincuente que cuidó hasta el fin de su propia madre y de la madre del aparente personaje principal, hacedor del texto, un catedrático ausente por décadas que no se ocupó de su madre enferma y que está interesado en agradecer a quien lo liberara de esa obligación, a quien lo salvara de este olvido.
      Es interesante el armado del rompecabezas que en algunas secuencias adquiere el ritmo y la seducción de las buenas novelas policiales. Muy poco se sabe de este visitante, autoexiliado, si la palabra es justa, desarraigado de familia y patria, enviado al exterior de niño, por su madre, para que gozara de la oportunidad de un futuro mejor. La recriminación de Restituto al visitante, en las últimas páginas, es acerca del odio a su madre por el abandono del que ha sido objeto y por su esterilidad literaria. Novela que se realiza, en consecuencia, por obra del que investiga y paga por investigar. Una casa heredada de la familia paterna y una pesada lápida son los resortes iniciales para aprehender y captar la situación en la que él mismo se encuentra, para intentar comprender la circularidad de la literatura y del mundo. Pero también desde el trasfondo de la obra surge con nitidez la indeseable pregunta acerca de qué hacer con nuestros viejos. Nueva interrogación ética, entonces, sobre nuestras responsabilidades morales, nunca tan diluidas en la imprecisión de la vida de nuestro tiempo.
      A manera de erudito epílogo, Maíllo recurre a la Saga escandinava de Göngu-Hrolf, compuesta en el siglo XIV, en donde el autor de la saga manifiesta su gratitud por los que han sabido escuchar esta historia, pero para aquellos que no se han sentido alcanzados por ella, les arroja una severa admonición: “jamás estaréis satisfechos, así que seguid deleitándoos con vuestra propia miseria”. La saga narra el desembarco de Göngu-Hrolf con sus hombres, a comienzos del siglo X, en tierras de Normandía, quien se convierte en vasallo del rey de Francia y en el antepasado legendario de los normandos. Mucho antes de las palabras citadas se encuentran otras que deberían ser atendidas tanto por los creadores como por sus críticos: “Dado que este cuento ni ninguna otra cosa han sido hechos para contentar a todo el mundo, nadie tiene por qué creer de él nada más que lo que desee.”
      Entre lo real y lo imaginario, entre la historia y la conciencia, entre el olvido y el mutismo, Maíllo Salgado ha logrado construir e inventar un espacio literario donde pueden cruzarse y alternarse las situaciones más duras con la exquisita fineza que deparan algunas obras que fueron capaces de vencer la usura del tiempo; así, el epígrafe de su primer libro pertenece a Walter Benjamin, que al mejor estilo aforístico nos advierte que “lo importante no es saber encontrar el camino, sino saber perderse”. Sus colegas y especialistas conocen el rigor con que el autor ha elaborado su Diccionario de Derecho Islámico (2005) o Los arabismos del castellano en la baja Edad Media (1983) y sus muchas otras obras. Lamentablemente, son escasos los lectores que han podido acercarse a estas novelas escritas desde las entrañas, para no hablar ya de los críticos; novelas que se sitúan en el terreno de las pérdidas, en la experiencia de saber perderse y que merecen toda la atención debida a los ríos de montaña cuyas crecientes siempre son turbulentas.






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