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Jorge Nalvanti

Mirar el pasado para comprender el futuro

      Cuando hacemos una retrospectiva sobre la historia política y económica, comprendemos muchas de las cosas que nos afectan o que permitimos como sociedad, no sólo de los gobernantes sino de los distintos sectores dirigenciales en general. Nos damos cuenta de que en realidad estamos actuando de la misma manera que nuestro pueblo actuó en los casi doscientos años de historia que estamos por cumplir.
      Un hilo conductor une nuestros desatinos: la corrupción, nuestra mentalidad colonialista, el sálvese quien pueda, y la eterización en el poder. No obstante esta afirmación, tenemos que decir que hubo claras excepciones a la regla, los gobiernos de Yrigoyen, Frondizi, Illia y Alfonsín, son los que confirman la regla. De todos modos, gobiernos como el de Perón y Menem, que revolucionaron la forma de vida de nuestro país, tuvieron el pecado de la eterización en el poder con escandalosos casos de corrupción.
      Quizás estas elucubraciones nos lleven a considerar qué es el Estado. El Estado Liberal nació con la Revolución Francesa, donde los diputados que representaban al pueblo controlaban los excesivos gastos del Rey, que en aquel entonces hacía las veces de Estado en forma omnímoda. Esta práctica se fue consolidando hasta constituirse en el árbitro en los conflictos sociales, y, cosa muy importante, que la ley sea aplicable a todos por igual. Esta actuación del Estado se mantiene hasta la fecha en algunos países, especialmente los angloparlantes. En efecto, la representación de los diputados es una obligación y se respeta a rajatabla,  estos rinden cuenta normalmente en sus comarcas, estados o provincias. En los países latinos esta costumbre está menos arraigada, pero en cuestiones locales aceptan la decisión de su gente aunque sea en contra del partido que ellos representan. Pero en todos los casos esas actitudes son las que marcan la continuidad de su trabajo como representantes del pueblo. Hubo claros ejemplos en todos los países del mundo de que cuando esto no fue así o la actuación fue poco clara económicamente, inmediatamente fueron reemplazados por otro en las próximas elecciones.
      Sin embargo, desde nuestro nacimiento como país, nuestros representantes -salvo honradas excepciones como Belgrano, San Martín, Sarmiento, Roque Sáenz Peña, Yrigoyen, Illia, Alfonsín y muchos mas que mi memoria no recuerda- en su actuación gubernamental exhiben un aumento de sus riquezas imposible de justificar, comenzando por el General Roca, continuando con Juárez Celman, y, para ir a nuestros días, las excepcionales condiciones comerciales de algunos encumbrados funcionarios.
      La historia también nos muestra una dirigencia estúpida y banal, que en lo económico siguieron políticas que favorecieron a sectores específicos de nuestra economía e intereses extranjeros; tuvimos militares, aquellos que según sus palabras fueron la salvaguarda de la Nación, que ordenaron cortar pelos, quemar libros, prohibir todo tipo de cultura, prohibiendo partidos políticos o las asociaciones gremiales, etc., etc., pensando que de esta forma ellos eran los dueños de la verdad y la honradez.
      Estas realidades nos lleva a reflexionar que el Estado, aquel que la sociedad creó para que nos cuide a todos por igual y que las leyes las cumplan todos, fue cooptado; en nuestro caso desde el inicio de nuestra institucionalidad, por hombres que a partir del engaño al pueblo lograron que por medio del voto, no tan libre, les delegásemos facultades para que ellos manejen nuestros intereses y adueñarse de los negocios públicos. Esta práctica está tan enraizada en nuestra conciencia que es difícil que nos demos cuenta. Un ejemplo claro de ello es que cuando tenemos problemas de cualquier tipo, miramos y asediamos al Estado para que nos los solucione. Hoy las minorías, por medio de la coerción, cortes de ruta, quema de gomas, violencia en contra de las autoridades, consiguen lo que quieren. Bueno, en realidad lo que quieren sus dirigentes, que difícilmente sean las soluciones requeridas, sino las convenientes para estos pseudo dirigentes que se apropian de un lugar en el Estado, que éste no ocupa porque está muy entretenido en sus negocios particulares.
      Otro hilo conductor en nuestra historia es la falta de un proyecto económico productivo de país, que esté por encima de los vaivenes políticos y que sea la dirección consensuada que nuestra República debe llevar adelante.
      La famosa generación del 80 determinó para nuestro país una economía agroexportadora dependiente de Inglaterra, y en este sentido se conformó geográficamente y políticamente. Desde ya siendo su dirigencia de extracción agropecuaria no se tuvo en cuenta el comienzo de la Revolución Industrial y este hecho fue desconocido por la oligarquía conservadora que tenía la base de su poder justamente en la tierra. Es por ello que desde la Pampa Húmeda y por conveniencia extranjera, la incipiente industria asentada en el interior profundo del país fue prácticamente desaparecida. Luego por factores externos (Primera Guerra Mundial) la industria empezó a desarrollarse y sustituir las importaciones inglesas, y una vez terminada la guerra también se extinguieron las industrias.
De ahí en más, se sucedieron -con el golpe de Uriburu a Yrigoyen- los constantes golpes de estado, que se produjeron por esta falta de proyecto, ya que cuando la política estaba en el poder, cobraba retenciones al campo para financiar la industria, una industria que nunca logró despegar sola, siempre fue prebendaria de los favores del Estado, especialmente por la famosa política de sustitución de importación. Las inversiones propias y desarrollo tecnológicos para competir con el mundo ocurrieron en muy pocos casos. Los sectores del campo, que nunca entendieron por qué les sacaban parte de sus ingresos para este sector que todo lo esperaban del Estado, reaccionaban y golpeaban los cuarteles, produciendo golpes de estado que volvieran “las cosas a su lugar”.
El presente nos encuentra con una dirigencia agropecuaria que parece entender que las bases de un nuevo país están en que la alianza campo-industria sea una realidad, que la distribución de ingresos sea producida por una coparticipación justa y que no sólo desde el interior subsidiemos a la Capital y los cordones del suburbano bonaerense a costa de nuestra probreza. Sin embargo, del lado de la industria, y los servicios (aquella que está siendo subsidiada y que básicamente tiene su influencia en la Pampa Húmeda) no escuchamos con el mismo énfasis estos reclamos.  
      Esta apretada síntesis, intenta demostrar que el futuro seria otro si pudiéramos romper con los hilos conductores de una historia que no consensuó una política económica de estado y no sectorial y que se respete la ley, especialmente desde el primer golpe de estado hasta nuestros días, el Estado no estaría lleno de Avivados, aquel argentino piola que describiera tan bien el humorista Lino Palacio.






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