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Martín Güemes (h)

1910, Buenos Aires era una fiesta

      El País pensado por Alberdi, construido por Mitre, proyectado por Sarmiento y concretado por Roca, antes tuvo que matar indios y gauchos. Cuanto menos domesticarlos, aislarlos. La geopolítica británica y la geocultura porteña, así lo exigían. Habían dejado atrás, el sueño suramericano Por el cual lucharon San Martín, Belgrano y Güemes. La construcción de un estado-nación continental (los Estados Unidos de la América del Sur), fue enterrado junto con los libertadores. Las logias conocían el secreto latido de la historia.
      Derrotada la dictadura nacional de Don Juan Manuel de Rosas, y el proyecto de la Confederación Urquizista, con la victoria de Pavón (1862) triunfó Buenos Aires. La dicotomía porteños- provincianos se traduciría a partir de allí en una lucha por el gobierno (la aduana estaba bien guardada). Las procedencias  provincianas solamente recargaban el matiz diferencial, la forma de encarar el proyecto agro-exportador.
      Más allá de sus polémicas históricas (Mitre-Vicente Fidel López, Alberdi-Sarmiento, Mitre- Vélez Sarsfield), que recorrieron la segunda mitad del Siglo XIX (con claros alcances políticos), estos próceres de la historia oficial, cubrieron el abanico ideológico de una época caracterizada por el predominio inglés, al cual suele denominarse: la paz británica (1885-1918). Sus consecuencias culturales, políticas, sociales, económicas, sí eran geográficas.
      El cosmopolitismo porteño absorbió las fuerzas del nacionalismo provinciano. El crecimiento económico del litoral, implicó la caída del interior. Nuestra Salta languideció atrapada en la cerrazón de sus montañas, y en la mentalidad conservadora de privilegios de su dirigencia política y social. Todo era Buenos Aires, y nuestro Norte no existía. Entregando armas y bagajes, la oligarquía salteña cruzó el Juramento (antiguamente llamado Pasaje), transando con el puerto un lugar bajo el sol pampeano. Así lograron no ser intervenidos en todo el período 1880-1916. Los cuadros dirigentes del Poder Ejecutivo, del Orden Conservador, se nutrieron con sus hombres. Todo Salta fue desolación popular y encierro económico. La gesta Güemesiana quedó atrás. Nuestro debe se acrecentó, el haber fue para pocos. Entre ellos -aquellos que usufructuaban la relación con el poder- se reconocía a los descendientes de los enemigos de Güemes. Los godos volvían por sus fueros. Los gauchos perdieron los suyos…
      A partir de la Guerra del Paraguay (aquella de la triple infamia , 1865/1870), de la Conquista del Desierto (1879), de la Capitalización de Buenos Aires (1880) el norte vivió de espaldas a su destino. Sobre todo cuando permitimos la Guerra del Pacífico (1879-1886). El Alto Perú, el puerto de Cobija (nuestra salida natural), se convirtió en nostalgia de futuro.

La bella época
      El país de los argentinos, entre 1910 y 1916 no es el paraíso que rememoraban los conservadores ayer, ni los liberales hoy, era una Argentina que comenzaba a sentir, sobre todo en sus estratos populares, la decadencia del antiguo régimen y los vientos de fronda mundiales. Es cierto, que la pampa húmeda era fuente apreciable de exportaciones ganaderas y de granos. Su plusvalía era la renta diferencial nacida del humus producto de las eras geológicas; gracias a esta donación de la naturaleza, nos situamos entre los mayores exportadores del mundo. De allí el poema: Oda al país del ganado y las mieses de Lugones, en 1910. Hasta el poeta se encontraba embargado por el olor a bosta, por los girasoles, por el trigo, por el maíz. Esta sublimación estética, cuando el estiércol de la corrupción invadiera como un miasma la década infame (1930-1943), a partir del Pacto Roca-Runciman, lo llevaría al suicidio en defensa propia.
      Nuestro crecimiento estaba atado al mercado inglés. La red ferroviaria era nuestro candado. Las estancias pampeanas dependían de ese taller capitalista. Que fundamentalmente era una city financiera.
      Todo confluía entonces, al puerto de Buenos Aires, a Londres. Ferrocarriles, flotas, productos agrarios y ganados. La  estructura financiera montada por el Imperio Británico, controlaba los resortes básicos de nuestra economía. Los bancos, los seguros, y las ganancias invisibles…
      El gran hospital del mundo, que fue nuestro país para muchos inmigrantes desahuciados en su tierra, se transformaba día a día, en una máquina de impedir el crecimiento político de esos mismos inmigrantes. Sin embargo, en ese país del Centenario, Buenos Aires como ciudad se mostraba con orgullo, y su dirigencia se expandía en manifestaciones de fastuosidad, y de vanos juegos fatuos. Su actitud pajuerana, europeísta, liviana, presuntuosa, ignoraba el magma social que se movía en las entrañas de nuestra patria. No podían tampoco imaginar la revolución rusa (1917), la crisis del 29, las dos guerras mundiales, la decadencia del sistema imperial francés o ingles. El auge de EUU y Rusia, que había anticipado Tocqueville en el Siglo XIX. Para el Centenario, nuestra dirigencia no tenía proyecto nacional. Lo construiríamos a ponchazos, como nuestras montoneras.
      No todo era progreso en la Argentina de comienzos del Siglo XX, como pretenden y afirman los progresistas de siempre. Como ejemplo, citamos: que en el centenario se festejó con estado de sitio, y en 1910 estalló una bomba en el Teatro Colón (símbolo de la civilización porteña). Alarma que abroqueló a la exquisita clase social que nació de la mentalidad mercantilista de la Generación del 80. Sus propuestas legislativas de persecución ideológica y social, a inmigrantes y obreros, se asemejan a las montadas en cada crisis recurrente de nuestro país. A la barbarie, ni justicia…

Preguntas para nuestro tiempo
      La generación del Centenario se presenta a través de pensadores como Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, con perspectiva argentina. ¿Nuestra generación del Bicentenario sigue esta huella, forjada por el espíritu de la tierra? ¿El infortunio nacional promovido por factores externos, y alentado por factores internos, nos inmoviliza? ¿Cuál es nuestro aporte al debate bicentenario? ¿El proyecto nacional de integración continental, está vacante?
      Debemos pensar en los resultados de ese espíritu crítico -elaborado por Rojas y Gálvez- a lo largo de esos años del Centenario. Fue a partir de 1916, con la asunción del pueblo a su destino, que se forjaron los mejores logros de nuestra argentina. La creación de YPF (gracias a la obra patriótica del Gral. Enrique Mosconi), el Ferrocarril Huaytiquina (para rectificar geografías, con el Ing. Ricardo Maury de por medio), la creación de la aeronáutica (a través de la acción del Ministro de Guerra Gregorio Vélez), la reforma política (Roque Sáenz Peña e Indalecio Gómez), leyes obreras, fueron logros de este periodo histórico. La neutralidad en la primera guerra mundial, el respeto a las naciones vencidas, defendidas por el Ministro de Relaciones Exteriores Dr. Honorio Pueyrredòn (por expresas directivas del Presidente Yrigoyen), son ejemplos de un camino olvidado.          
      Este vuelco inaugural de espiritualización de la conciencia nacional que se gesta en el país para el Centenario, a partir del espíritu crítico de algunos pensadores, nos increpa a los argentinos en este tiempo Bicentenario. Abracemos algunos de sus desafíos y respuestas. Sin pecar de anacronismos intelectuales, fuera de contexto o exagerados.
      El tiempo de Roque Sáenz Peña, de Indalecio Gómez, de Hipólito Yrigoyen, de Marcelo T. de Alvear, de Joaquín Castellanos, de Adolfo Güemes, y de militares patriotas como el Gral. Gregorio Vélez,  el Gral. Enrique Mosconi, el general. Alonso Baldrich, o el Gral. José María Sarobe representa el avance de un autentico pensamiento liberal, democrático y republicano.






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