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Hernán Colombo

Sobre la lealtad

Hernán Colombo*

                                  “Un espíritu valiente en un pecho leal es una joya en
                                                   un cofre con diez candados”. Shakespeare.

      La lealtad es una virtud, pero sólo cuando se basa en principios.
      La fidelidad incuestionable a una causa, una fe o un individuo es perniciosa porque, por su naturaleza se la convierte con facilidad en un instrumento del mal; y de hecho amplifica el mal, porque cuando se siguen órdenes ciegamente, éstas se potencian. Incluso como instrumentos del bien, su valor es cuestionable; un sirviente leal es meramente el vehículo de las intenciones ajenas, por tanto, poco elogio merece, más allá del simple hecho de que se somete al amo.
      Los conceptos más asociados con la lealtad son la constancia, la fidelidad y la confianza. Éstas pueden ser ciertamente virtudes, y el hecho que jueguen un rol central en la lealtad, explica por qué pensamos bien en ella.
      Generalmente al elogiar  la lealtad, lo que en verdad queremos elogiar son una o más de esas virtudes, y cuando la lamentamos (tortura, desapariciones, etc.) la describimos como equivocada o ciega. Pero si puede ser estas cosas, sólo merece ser vista bajo una luz positiva cuando representa una adhesión de principios a algo que es independientemente defendible como bueno.
      La lealtad a un bien comprobable no es un requisito en la práctica política, en donde, por el contrario, el dictum de Elbert Hubbard “Una onza de lealtad vale lo que una libra de ingenio” tiene total aplicación. Un político es visto por su partido como una mano para los lobbies, y como una boca para la propaganda bélica. Ser leal en términos partidarios significa ser sumiso, obediente y obsequioso.       La lealtad a los principios, a los votantes, o a una causa que no forma parte de la plataforma del partido es considerada como deslealtad a los mandos superiores. Esto es lo que ofende a las mentes independientes tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político. Es un hecho histórico que la independencia intelectual ha sido hallada más en los últimos que en los primeros.
      En la vida personal, la lealtad es una virtud menos equívoca. En la amistad significa brindar apoyo a alguien a pesar que existan ocasiones de disenso o desacuerdos, porque la amistad se basa primero en la fidelidad y sólo después en lo que la pone a prueba. Sus virtudes componentes -la constancia y la confianza- son especialmente valoradas en la amistad cuando llegan los problemas, porque son un consuelo infinitamente mayor para cualquier insomne durante la noche oscura de su alma, que las impersonales ayudas de la farmacopea, los consejeros o las plegarias.
      â€Las mentes de los hombres suelen cambiar en el odio y la amistad’’, decía Sófocles, lo que explica algunos de los roces y reconciliaciones que se ven en la vida pública. En la vida pública, sin embargo, cada golpe desleal contra quien se presenta desnudo frente a la opinión pública, resuena, por esa misma razón, en el daño que causa, tornando la deslealtad política en una suerte de asesinato a veces necesario, a veces cruel.     

 LIDERAZGO
      Tanto Aristóteles como Cicerón creían que nadie podría ser un buen líder si primero no había aprendido a obedecer. Esta concepción todavía impera en los partidos políticos, en donde para trepar por el palo enjabonado de la ambición uno debe seguir con lealtad los lineamientos partidarios. Ahora los lideres escrutan, miden las opiniones de los grupos de opinión; más que dirigir satisfacen la demanda.
      A veces este es el camino más prudente; como advierte Sófocles en Edipo en Colono, ‘lo que no puedas obligar, no lo ordenes’. La opinión pública es notablemente resistente a algunas de las más brillantes ideas sugeridas por los líderes nacionales, quienes como resultado han tropezado ignominiosamente.
      Al mismo tiempo es verdad que, en general, la gente está más que satisfecha con ser dirigida. Por debilidad, ignorancia o pereza -pereza sobre todo- la mayoría preferiría dejarles a otros la tarea de decidir. Séneca observó “lo que hace infeliz a la gente no es el que se le de órdenes, sino que se la obligue a hacer cosas contra su voluntad”. Porque pocos disfrutan de resolver cuestiones complicadas o tomar decisiones importantes; no es ni el deber ni la obediencia que rechazan, sino el ser obligados a asumir una responsabilidad.
      Hay quienes dicen que si un líder es bueno, considerado y dispuesto a conducir con el ejemplo, será seguido con alegría y lealtad. Pero igualmente cierto, como dice Homero en la traducción de Alexander Pope, que ‘que el líder que se mezcla con el hombre común/ en la masa común termina perdido’’. Esto sugiere que un delicado equilibrio es necesario entre el grado de distancia y condescendencia (en el sentido literal del termino) que debe observar un líder.
      De acuerdo a algunas opiniones, la principal razón porque existen demagogos es la pereza y debilidad de las masas. La gente, en masa, parece disfrutar de un líder firme, un guía, un Fürer. Piensan que con la voluntad de hierro los protegerá del colapso total -que cada generación cree inminente- del orden social, moral y económico, cuya época de oro existió en el pasado (o tal vez coincidió con la infancia).
      Las raíces de este impulso yacen en lo profundo de la historia evolutiva de la humanidad. Los etólogos distinguen dos tipos de estructuras sociales entre los monos y los primates: la “agónica”, en la cual el orden se mantiene en el grupo mediante la violencia, y la “hedónica”, en la que la posición social está determinada por la mayor habilidad de pavonearse de lo animales. Cuando un babuino macho alfa despliega sus atributos de dominación, los otros babuinos se escapan. Cuando un chimpancé macho alfa hace lo mismo, los otros se sientan a observar. La sociedad humana mezcla las dos estructuras: los policías y las estrellas pop ilustran los componentes babuino y chimpancé, respectivamente.
      Un líder demagógico combina la amenaza y el teatro, como hemos visto en los mítines de Nüremberg, y es en ese sentido un paradigma para todos los aspirantes a líderes; lo que nos lleva a preguntarnos: ¿quién, por tanto, necesita de ellos; o al menos, de la parte del babuino?. 
    
VIDA LÍQUIDA
      ..los primeros no están dispuestos a dejar que se vayan, mientras que los segundos no quieren dejarlos entrar. No existen salidas sin vigilancias ni puertas de entrada acogedoramente abiertas sin vigilancias.
      Entre la salida y la meta, media un desierto, un vacío, un páramo, un enorme abismo al que sólo unos pocos se arrojan por voluntad propia, sin que nadie los empuje, después de reunir el valor necesario.
      Toda una serie de fuerzas centrífugas y centrípetas, gravitacionales y repulsivas, se combinan para mantener a los inquietos en su sitio y para impedir que los descontentos lleguen a inquietarse. Lo suficientemente exaltados o desesperados como para tratar de desafiar las probabilidades que tienen en su contra, se arriesgan a correr la suerte de los forajidos y los proscriptos, y a pagar por su audacia con la dura moneda del sufrimiento corporal y el trauma psicológico; un precio que sólo unos pocos estarían dispuestos a pagar por voluntad propia, sin que nadie los fuerce a ello.

*Vicegobernador de Catamarca.






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