Enrique Fernández Longo*
Asà le decÃa su abuela Elida a un querido amigo. A mi me ha servido a lo largo de los años como guÃa y recordatorio para percibir mis estados de ánimo y darme cuenta si la emoción me está dominando. Algunas veces lo percibo cuando es tarde, cuando ya he levantado el tono en exceso, porque en el fondo, dudaba de mis argumentos. En esos casos recordar me ayuda a disculparme y a no sentirme orgulloso de mi arrebato. Pensemos cómo suena la frase al revés: suba el tono y empeore los argumentosâ¦
Probablemente, la abuela de mi amigo, que era una mujer de campo criada en contacto con la naturaleza, tenÃa la sabidurÃa de entender nuestra efÃmera y pequeña condición humana, como parte del universo y sentÃa que dramatizarnos no nos ayuda a entendernos y, por lo tanto, no nos ayuda a vivir bien en sociedad, no nos ayuda a convivir. Â
Con muchos amigos de la Fundación Para el Desarrollo Democrático hablamos de estos temas, de las dificultades que tenemos las personas que hemos crecido en culturas autoritarias para superar este condicionamiento, que nos lleva en muchos casos a hacer lo que no nos conviene. La pregunta de fondo es cómo lidiar con nuestro enano fascista que nos produce tantos inconvenientes para convivir en nuestras comunidades.
Después de muchos años de dedicarme a estos temas, me atrevo a sugerir (sin pretender tener razón) algunos puntos que nos pueden ayudar:
- Aprender a convivir en la realidad de que somos distintos y diferentes. Una prueba evidente de la sabidurÃa de la creación es que nuestras caras, cuerpos, huellas digitales, formas de caminar, de comer, de pensar y hablar, entre otras múltiples cosas, son siempre diferentes y por lo tanto siempre veremos las cosas de distinta manera. Cualquiera que tenga más de un hijo, lo experimenta cotidianamente en su propio hogar.
- Precisamente porque somos diferentes, tenemos que acercarnos, hablar, negociar, para ir construyendo sÃntesis que deseemos sostener, para que podamos avanzar con nuestras diferencias a cuestas, sin negarlas, pero también sin resaltarlas para no terminar aislados en distintos bandos, que en algunos casos se parecen a las barras bravas del fútbol.
- En lo polÃtico pensar que la democracia es una aspiración, un aprendizaje en el que estamos en nuestros primeros pasos, que como los de un niño que aprende a caminar, necesita apoyos y alientos para animarse. Por ejemplo podemos ver que los lÃderes polÃticos, más allá de nuestros gustos y preferencias, han sido elegidos por los ciudadanos que los han votado, y que cuando insultamos a uno de ellos, también estamos insultando a nuestros conciudadanos. Es paradójico que primero los insultemos y luego les pidamos que nos voten.
- Para los miembros de la comunidad mundial, nuestro comportamiento interno les da información sobre quiénes somos como paÃs, nuestras opiniones sectorizadas, las formas de plantearlas y de calificar a los demás, genera más o menos confianza. No es lo mismo un energúmeno que una persona poderada La evidencia de esto es nuestra propia opinión sobre cuáles son los paÃses que consideramos serios y qué pensamos de los que no lo son.
- Los paÃses como las personas somos lo que hacemos, no lo que decimos. Si lo que decimos concuerda con lo que hacemos, tenemos un prestigio positivo porque somos veraces, si lo que decimos es muy diferente de lo que hacemos, nadie nos cree, no somos confiables, no tenemos conductas predecibles para poder concertar acciones. En un mundo de creciente globalización, la penalidad es mucho mayor que cuando vivÃamos más aislados.
- Además, quién nos ha hecho creer que somos jueces de los demás, quién nos ha asignado esa tarea, a quién le hemos pedido permiso para ejercerla.
Parafraseando a la abuela Elida podrÃamos decir: baje la exigencia y aumente el agradecimiento, baje el juicio y mejore la propuesta.
*efernandezlongo@fibertel.com.ar
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