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Ernesto Altea

Faltan dos largos años

      Desde el punto de vista económico, nuestro país se debate en una crisis propia enmarcada en la recesión mundial, agravada por la epidemia de dengue, las sequías y falta de políticas para el agro, la pandemia de gripe porcina, el desfinanciamiento del Estado nacional que arrastra a las provincias. Las consecuencias son mayor desempleo, menos inversiones, menor consumo consecuente de la disminución del ingreso per cápita y una fuerte sensación de incertidumbre frente el futuro. El deterioro de la economía parece haberse desacelerado, pero las consecuencias sociales se verán a lo largo de mucho tiempo, ya que estas crisis funcionan como un tsunami que aterra con el primer impacto, pero el arrastre posterior es el que realmente destruye bienes y personas. Es difícil adivinar la magnitud del daño y la duración del fenómeno, pero podemos estar seguros que tenemos un largo camino por delante.
      La profundidad de las heridas también dependerá de la coherencia y premura de las medidas que tome el gobierno  para morigerar el impacto y acelerar la remontada. No olvidemos que se trata de       Argentina, que fue capaz de salir en dos años del desastre del 2.001, en base a un aparato productivo cuya capacidad asombró al mundo porque prácticamente sin crédito, se puso en marcha y generó los recursos para el crecimiento de las inversiones y del poder adquisitivo del salario, así como de los ingresos gubernamentales que permitieron hacer las políticas sociales y las inversiones en infraestructura.
      Sin embargo, creo que el mayor daño se está produciendo en el ánimo de la gente. No solo porque hasta ahora las políticas anticrisis adoptadas por el gobierno han resultado insuficientes, sino por la incertidumbre inducida por medidas que atentan contra la propiedad (Sirva de ejemplo los porcentajes de retenciones que pretendía la tristemente famosa Resolución 125, la apropiación de las AFJP, expropiación de Aerolíneas Argentinas, presiones para que Repsol venda parte de YPF, entre otras) así como también la política internacional, que nos excluye del grupo de países serios -Uruguay, Brasil, Chile- y nos incluye en el de las dictaduras pseudos democráticas como Venezuela, que avanzan claramente hacia regímenes tipo Cuba.     
      El discurso ambivalente y los abundantes casos de corrupción no aclarados como Skanka, las valijas de Antonini Wilson, los fondos de Santa Cruz, los gastos de Endesa, etc, generaron pérdida de credibilidad, desconfianza y desesperanza. Hay una sensación que lo aconsejable es “hacer la plancha”, posponer las inversiones, consumir lo imprescindible, pasar los ahorros a dólar. A esto se suma que después de la derrota electoral, el gobierno está “profundizando el modelo” haciendo que el Congreso apruebe leyes aplicando el físico de la mayoría que aun conserva, apretando escandalosamente a los representantes de las provincias pobres como la nuestra para que voten lo que los K quieren, so pena de cortar el oxígeno financiero imprescindible a los gobiernos locales. En cierta forma, se sacaron el antifaz democrático y de respeto a las minorías, y avanzan aceleradamente en la consolidación de un gobierno autoritario basado en la prepotencia, los negocios para los amigos y el intento de silenciar opiniones diferentes.
      Al fracaso del diálogo se suman ahora las actitudes autoritarias e inequitativas como los 9.000 millones prometidos para obras a través de las organizaciones sociales, los 600 millones al fútbol, mientras las provincias se debaten en crisis sociales por carencia de recursos para sueldos. ¿Porqué habría que creer que ahora realmente están dispuestos a cambiar, si hasta acá todo fue monólogo del matrimonio? ¿Alguien ve alguna señal que no soy capaz de percibir? ¿Se puede pensar que dejaran de maltratar a quien piense diferente, y estarán dispuestos a hacer los cambios que la sociedad reclama? No se trata ya de Moreno, que a esta altura es casi una anécdota, sino de cuestiones de fondo como los superpoderes, la distribución de los recursos provinciales, la confiabilidad de los indicadores oficiales, la nueva ley de radiodifusión, la relación con el campo. Se rompió la confianza, base sobre la cual se construye toda sociedad que avanza. Al quebrarse la credibilidad, el gobierno pierde capacidad de maniobra porque la gente no “compra” las políticas, desconfía del rumbo que proponen las autoridades y elige el suyo propio, que en general es el que implica menos riesgo.       Entonces la economía se enfría, los proyectos se postergan y el país se detiene a la espera de mejores vientos, de mensajes creíbles y de políticas confiables. En ese complejo momento nos encontramos, desensillados hasta que aclare.
      Sin embargo, me parece que los ciudadanos argentinos algo hemos aprendido durante estos últimos veinte años. Aprendimos por ejemplo que no es conveniente endeudarse por muy tentador que resulte, porque después las deudas hay que pagarlas. Por ello Argentina es actualmente el país con menor relación de endeudamiento privado sobre PBI de la región, gracias a lo cual la crisis financiera no afectó tanto a las empresas. También entendimos que el peronismo tiene la capacidad de transformarse en neoliberal o en neomontonero, según convenga a sus dirigentes, por lo que la sociedad sabe que debe reaccionar cada vez que siente que vulneran sus intereses. Y no estoy hablando solo de los sindicatos y movimientos sociales, sino ahora también de la clase media que se moviliza con las cacerolas cuando percibe que el gobierno vulnera la propiedad privada. Otro aprendizaje es el reconocimiento del rol del campo como generador de riqueza y creador de empleo, hecho que costó al gobierno la derrota en el Senado cuando la votación por las retenciones al agro. Esa señal de cambio se puso de manifiesto ahora con el resultado de las últimas elecciones. Y un dato no menor: los votos ya no se consiguen con solo nombrar a Perón y Evita. La mayoría de los jóvenes que eligen, no tiene idea quienes fueron y les interesa más mirar hacia delante que hacia atrás.
      Como no podía ser de otra manera, el estilo confrontativo y descalificante del matrimonio gobernante encuentra eco en otras personas que se sienten respaldadas para agredir, ningunear o despreciar a quienes se atrevan a criticar. Ya no se trata solo de DÉlía y Aníbal Fernández, sino que el síndrome llega a otros referentes que guste o no, representan al país ante el mundo, como Maradona, que con sus exabruptos ante la prensa mundial y con la anuencia de Grondona, exhibe la soberbia y mala educación que tanto daño nos hace a los argentinos. También en  Jujuy, que ya tiene su propia historia de intolerancia, aparecen signos de contagio en la agresión que recibió el Senador Gerardo Morales y el Consejo de Ciencias Económicas, a manos de un grupo de patoteros pertenecientes a una de las organizaciones sociales. Son prácticas violentas aplicadas por quienes pretenden gobernar o ejercer el poder mediante el miedo. Traen a la memoria otras épocas, cuando las fracturas de la sociedad llevaron a la Argentina a una guerra interna cuyas consecuencias aun sufrimos.
      Mientras tanto el otro Jujuy, el que vive de su trabajo y no se sienta a esperar soluciones milagrosas, da muestras de buena salud y siembra esperanzas mediante acciones concretas, como es el caso de la Familia de Annuar Jorge. No es la primera vez que asume a riesgo propio, la decisión de invertir sus ahorros en Jujuy en una obra pionera. Ahora nos sorprendieron gratamente con la inauguración del shoping, una obra extraordinaria que provocará un cambio cualitativo en la sociedad, creará oportunidades de negocios, movilizará dinero en la plaza local y sobre todo, creará oportunidades de trabajo genuino para un gran número de jujeños. Al margen de la obra y los negocios, rescato especialmente el mensaje positivo que este tipo de emprendimiento envía a la sociedad, en el sentido que el progreso es consecuencia de aportes constructivos, no de la destrucción y el odio. Felizmente la respuesta de los jujeños ha sido magnífica, demostrando con la presencia masiva de gente recorriendo las instalaciones y comprando en los locales cuidadosamente preparados, que sabemos apreciar las oportunidades de progreso y mejora de nuestra calidad de vida.
      Por datos de CEPAL, después de Nicaragua el nuestro es el país de Latinoamérica con mayor variabilidad económica durante los últimos 50 años. Por lo tanto hay que saber que esta crisis  pasará como pasaron otras y vendrán tiempos mejores. Lo que necesitaremos entonces serán dirigentes que estén a la altura de las circunstancias, dejen de librar interminables batallas por el poder personal y empiecen a ocuparse de los problemas que verdaderamente afligen a la sociedad. Que tengan la grandeza de comprender la gravedad del momento y la oportunidad histórica que tiene Argentina como proveedora de alimentos, con enormes recursos intactos, con una población que tiene la base de educación para avanzar en la comprensión y uso de las nuevas tecnologías, con infraestructura productiva que puede ser potenciada con inversiones moderadas, y una sociedad que tiene ahorros en divisas por valor de un PBI. Porque si así no lo hicieran, la madurez que vamos alcanzando los ciudadanos, se los demandará.






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