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Jorge Nalvanti

Una sociedad sin rumbo

      Si analizamos los veintiséis años que llevamos de vida democrática, veremos que la calidad de esta forma de gobierno se ha degradado en forma sustancial.
      Nos preocupa profundamente la falta de compromiso de los representantes del pueblo, que dejan sus atribuciones al poderes Ejecutivos tanto nacional como provinciales. A esto se suma la cada vez mayor concentración de la recaudación en manos del Gobierno Nacional, que se apropia de los dineros que les corresponden a las provincias con anuencia de los senadores y diputados. El desmembramiento de los partidos políticos, que pasaron a ser meros instrumentos electorales y no el semillero de funcionarios y legisladores comprometidos con un proyecto nacional o provincial. Es así que vemos a ministros y legisladores sin compromiso con la gente que los vota siendo meros empleados del gobierno nacional o provincial.
      La culpa de lo que pasa generalmente se la endilgamos a los políticos, como una forma de sacarnos la responsabilidad de nuestra falta de compromiso en la sociedad a la que pertenecemos y ayudamos a construir.
      Es hora de que la sociedad toda asuma su culpa ya que nuestros malos dirigentes no son marcianos, sino hombres nacidos y educados en nuestro país; el resultado es lamentable.
      Si comparamos nuestro nacimiento como país con el de los Estados Unidos, vemos que hay similitudes importantes, pero los orígenes del desembarco en estas tierras tienen razones distintas, lo que nos condiciona en nuestros desarrollos. Por su parte, los ingleses que llegaron en el Mayflower no podían volver a su país de origen ya que escapaban del absolutismo real y religioso. Vinieron con sus familias para comenzar una nueva vida de acuerdo a sus creencias. En tanto que la colonización de América por España se caracterizó por ser encabezada por hombres que financiaban sus expediciones en nombre del Rey para enriquecerse y volver a España a vivir en las comodidades de la Corte. Lo que traía consigo una falta de interés en la nueva tierra, pues ellos querían volver a España y encima con honores y riqueza.
      Es así que mientras unos hacían de esta tierra su futuro, otros se lanzaban a la caza de riquezas. Los que no tuvieron más remedio que afincarse en estas tierras siempre añoraron, y así se los trasmitieron a sus generaciones, la grandilocuencia de las Cortes no sólo de España sino de toda Europa.
      Este complejo de inferioridad con Europa seguramente condicionó fuertemente la dependencia, primero con España y luego con Inglaterra. Hay actitudes incomprensibles de argentinos, no solamente a la hora de defender nuestros intereses como nación, sino también las de hombres de fortuna que dilapidaron gran parte de ella viviendo lujosamente en las capitales de los países europeos.
      Esta falta de pertenencia al nuevo suelo, forma una generación de americanos a los que lo único que les interesa es poder volver rápido a su terruño, y de allí que cualquier actitud, aunque no sea ética o legal, sirve; es ahí donde nace algo que caracteriza a muchos de nuestros conciudadanos: el fin justifica los medios.
      Esta actitud lamentable fue descripta por Charles Darwin en su diario. Los comentarios sobre el incipiente país que visitó en 1833, fueron de asombro ante la corrupción y la falta de compromiso social, cosa que ya era corriente en la primera mitad del siglo XIX.
      Por otra parte, el proyecto de país que forjaron los hombres de la generación del ‘80 fue fuertemente elitista, no solamente porque fue para su beneficio sino porque fue generado sin la participación de los nativos, o lo que ellos llamaban las clases bajas: gauchos, mestizos, negros, etc.; a las clases altas lo que les interesaba era vincularse con el mercado internacional en lo económico y con Europa en lo cultural. 

      Podemos vislumbrar la perversidad del proyecto si consideramos que la idea de la inmigración fue para traer gente que estaba acostumbrada al trabajo duro y subordinado a sus patrones, cosa que era difícil de conseguir en los nativos e inclusive en los gauchos demasiado ariscos como para ser sujetados. Eran libres ya que vivían en las extensiones de tierras que tenían a su disposición y no rendían cuentas a nadie. No nos olvidemos que también eran las lanzas que tenían los caudillos para oponerse al Proyecto Portuario que empobrecía cada vez más al interior, ocasionando revueltas constantes dirigidas por los distintos caudillos, que se levantaban hartos de la soberbia porteña.
      Este proyecto aumentó la desigualdad en las regiones alejadas de Buenos Aires, ya que al abolir las aduanas internas aumentó el comercio de los productos manufactureros provenientes de Europa, y al ser éstos más baratos, se produjo la destrucción de la importante industria textil del norte y la incipiente industria en Tucumán. La aduana porteña cobraba arancel por lo que importaba como por lo que exportaba, enriqueciendo a Buenos Aires en desmedro de las cada vez más pobres provincias.   
      La falta de pertenencia a un proyecto de país que no contempla a las clases bajas, las obliga a idear distintas formas de subsistencia, desde maneras de evitar las leyes (ninguna las beneficia), hasta vivir fuera del sistema laboral, que los rechaza. Así comienza un proceso de agudizar el ingenio para sobrevivir en una sociedad que las expulsa.
      Esta forma de vida, que se enraíza y se torna parte de nuestra cultura que busca la comodidad y evita el trabajo, es parte importante de la crisis argentina. La viveza criolla predomina en nuestra forma de ser, junto a los intereses individuales, sectoriales y corporativos.La falta de respeto y la indiferencia por el bien común es práctica normal en nuestra sociedad.
      Vivir con estos valores significa obtener el máximo beneficio con el menor esfuerzo, ignorar las normas establecidas, pisoteando el derecho de los demás sin importar a cuántos perjudicamos. Esto trae aparejado consigo, la corrupción, la desconfianza hacia los demás, el debilitamiento moral de la sociedad y la falta de responsabilidad de nuestros actos.
      Si bien estas costumbres nacen en Buenos Aires en menor medida se encuentran extendidas a lo largo y ancho de nuestro país. Sobre estos temas se ocuparon hombres de la talla de Borges, cuando declaró "El argentino suele carecer de conducta moral, pero no intelectual; pasar por un inmoral le importa menos que pasar por un zonzo.  La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla". Marcos Aginis en su libro El atroz encanto de ser Argentinos, Carlos Escudé en Yo Argentino, Julio Mafud en Psicología de la Viveza Criolla, Ezequiel Adamovsky en Historia de la Clase Media Argentina y muchos más. Es evidente que si tantos son los se ocuparon del tema es porque el problema es grave.
      La representación popular de esta forma de vida está inmortalizada por Dante Quinterno en Isidoro Cañones, en Avivato de Lino Palacios y en el más actual Marcelo Tinelli, como máximo cultor de la picardía criolla que destila la televisión argentina.
Es importante que nuestra sociedad revierta esta historia de fracasos por nuestra forma de ser, es necesario que volvamos a la cultura del trabajo y el esfuerzo, sin que los vivos de siempre se apoderen del logro y el esfuerzo de los demás. Si no cambiamos, el futuro no será bueno.


      Disputas triviales 
      â€œDurante los últimos seis meses, he tenido lo oportunidad de apreciar en algo la manera de ser de los habitantes de estas provincias [del Plata]. Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho es invariablemente muy servicial, cortés y hospitalario. No me he encontrado con un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es modesto, se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con energía y audacia. Por otro lado, hay mucho derramamiento de sangre y se cometen innumerables robos. La presencia constante del cuchillo es la principal causa de lo primero. Es lamentable oír cuántas vidas se pierden en disputas triviales; en las peleas, cada uno trata de marcar la cara del adversario mediante una cuchillada en la nariz o un ojo; hondas y horribles cicatrices demuestran que, a menudo, alguno tuvo éxito Las robos son la consecuencia natural del hábito universal del juego, de mucho tomar y de la extrema indolencia. En Mercedes pregunté a dos hombres por qué no trabajaban; uno dijo que los días eran demasiado largos, el otro que era demasiado pobre. El número de caballos y la abundancia de comida son la destrucción de toda industriosidad. Además hay tantos feriados y nada puede empezarse si la Luna no está en creciente; por ambas causas, se pierde la mitad del mes. La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar nada pasará. Es curioso constatar que las personas más respetables invariablemente ayudan a escapar a un asesino. Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad. Un viajero no tiene otra protección que sus armas, y es el hábito constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya más robos.
      Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen muchos otros crímenes pero carecen de las virtudes del carácter del gaucho. Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las corrupciones más groseras; su falta de principios es completa. Teniendo la oportunidad, no defraudar a un amigo es considerado un acto de debilidad; decir la verdad en circunstancias en que convendría haber mentido sería una infantil simpleza. El concepto de honor no se comprende; ni este, ni sentimientos generosos, resabios de caballerosidad, lograron sobrevivir el largo pasaje del Atlántico. Si hubiese leído estas opiniones hace un año, me hubiese acusado de intolerancia: ahora no lo hago. Todo el que tiene una buena oportunidad de juzgar piensa lo mismo. En. La Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable; el jefe de correos vende moneda falsificada: el gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio. Conozco un hombre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: "Le doy doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado me aconsejó dar este paso". El juez sonrió en asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure. En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador. Como deseo el bien del país, espero que ese período no tarde en llegar”.(29 de noviembre a 4 de diciembre de 1833.).

Publicada en Ciencia Hoy, Volumen 6, Nº 31. Revista de Divulgación Científica y Tecnológica de la Asociación Ciencia Hoy. Charles Darwin.






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