No puedo recordar el momento exacto en que aquello sucedió. Me esfuerzo en vano por reconstruir el instante fatídico que cambió mi destino y repito, paso a paso, las acciones previas.Yo, frente al espejo, desnuda como tantas otras veces.
Yo, de espaldas al espejo, desnuda como todas las mañanas.
Yo, en el punto preciso donde confluyen las miradas de los dos espejos que se enfrentan en mi cuarto y que devuelven innumerables gestos desde cóncavas galerías.
El brazo se eleva y la mano queda suspendida, y mi brazo es otros tantos brazos que se elevan, y mi mano es otras tantas manos suspendidas.
Mis ojos multiplican su mirada en pupilas que me miran vacías...
Este ritual que se repite todas las mañanas es propicio al nacimiento del amor. Entonces me enajeno en la contemplación y me amo... y el amor se convierte en una ecuación fantástica que me devuelve el espejo.
Hasta aquí mi recuerdo es claro, pero una mañana imprecisa las imágenes del espejo no obedecieron mi mandato. Mi mano se hizo caricia y en el delirio fantasmal sentí el calor de todas mis otras manos acariciándome, aprisionándome, arrastrándome...
Ahora deambulo por cóncavas galerías y repito gestos que me llegan desde algún lugar. El pasado se diluye en un espacio sin tiempo. Sólo sé que soy yo por la persistencia del amor.