Reynaldo Castro
Que la polÃtica ya no convoca a multitudes no es ninguna novedad. Ahora los discursos se pronuncian frente a las cámaras de televisión o no existen. Las arengas en las plazas y en los cortes de ruta son de uso exclusivo de las protestas de los trabajadores y de los que quieren llegar a ser considerado como tales. Y estas medidas de fuerza se levantan recién cuando un camarógrafo registra el hecho.
Marshall McLuhan tenÃa razón: la aldea se hizo global gracias a las pantallas. Podemos conocer el ánimo de Manu Ginobili en el Mundial de Básquet, ver la guerra que en vivo y directo cada tanto inaugura Bush o el último trabajo que enganchó Nazarena Vélez para dar de comer a sus hijos.
Y también podemos ver, como una comedia trágica, nuestra propia aldea: la tacita de lata.
Aparentemente, los polÃticos que supimos conseguir saben de la importancia de llegar a miles de televidentes. Si estos los (re)conocen, más fácil les será conseguir su voto, parece que razonan. No siempre es asÃ. Hay reconocimientos que no son de los mejores y hay famas que cuestan.
Sólo en las campañas electorales los polÃticos patean las calles. Pero hasta en eso ya hay una construcción escenográfica: inevitablemente siempre hay un candidato que besa a un chico de un barrio pobre. Después, pasado el fragor de los comicios, ya se sabe lo que pasa: los polÃticos se meten al living de las casas de sus potenciales votantes por medio de los televisores.
âQue hablen bien o mal, no me importa. Me interesa que hablen de mÃâ, explica un polÃtico que, contradiciéndose, no quiera figurar en esta nota, pero sà quiere dejar en claro cuál es su estrategia mediática. Ãl, como tantos, está convencido de que el emisor determina los sentidos del mensaje. Si me siguen, veremos que no siempre es asÃ.
EL MEDIO ES
EL MASAJE
Antes de continuar, una aclaración: resulta difÃcil seguir al medio televisivo desde una revista que aparece una vez por mes. Digo esto porque la televisión se renueva dÃa a dÃa y una noticia que tiene más de veinticuatro horas no aparece en las pantallas porque, sencillamente, ya huele a podrido.
No obstante la lógica televisiva, podemos congelar algunas imágenes y buscarles algún significado. Cuestión que, como veremos, no necesariamente tiene que coincidir con los objetivos de los protagonistas de las noticias.
Una rápida y arbitraria selección nos puede hacer recordar que en este mes la diputada provincial Mirna Abregú se metió en el dedo en la oreja delante de una cámara indiscreta y que después su imagen fue reiterada para el deleite de sus rivales. Que el diputado Mario Pizarro le hizo un gesto de desprecio a su ex compañero de bloque Fado Zamar. Que el también diputado Pablo Baca expuso con fundamentos la falta de una polÃtica ambiental y que Guillermo López Salgado, secretario de Medio Ambiente, afirmó que habÃa recibido una gran cantidad de mails de todo el paÃs por la obra que realiza en su gestión. Que en la Legislatura se discutió sin pelos en la lengua y que, en la misma sesión, el tiro al pichón estuvo en la orden del dÃa.
También vimos imágenes de archivo en las que el diputado nacional Rubén Daza se referÃa al actual gobierno provincial y los motivos que lo llevaron a posicionarse como franco opositor; enseguida vimos declaraciones del mismo (sÃ, el mismo) enunciador que afirmaba ser un disciplinado de la decisión de su superior antes que de su propia coherencia.
Qué decir del mismÃsimo Eduardo Fellner cuando afirmó que eran totalmente infundadas las noticias de las renuncias del ministro de Gobierno y del jefe de PolicÃa, qué se puede expresar, digo, si al otro dÃa asumÃan los nuevos funcionarios en los puestos que él habÃa mencionado como incuestionables.
Una mención especial se merece el flamante ministro de Gobierno. El popular âPolloâ Cavadini expresó que con varios de los dirigentes del Frente de Gremios Estatales se habÃan conocido en las luchas populares y no en los escritorios, como si su pasado reciente hubiera estado en los cortes de puentes y no en las cámaras legislativas.
LA LUCHA POR
LA RECEPCIÃN
Lo dijimos al comienzo de esta nota: la lucha por los significados tiene que ver con lo que dicen los medios. Ahora bien, esa pelea no siempre la ganan los emisores de los mensajes; los receptores también podemos plantear una guerra de guerrillas para construir lo que significan las imágenes que vemos a diario.
Si bien no existe una lectura única de las perlitas televisivas que mencioné antes, sà podemos pelear por la mejor ubicación frente al televisor y comentar lo que vemos y entendemos.
Podemos aprender que las cámaras son indiscretas y no siempre nos muestran como queremos. Que de la violencia simbólica a la lluvia de huevos hay un paso. Que la credibilidad se construye con argumentos sólidos y no con mensajes virtuales. Que la Legislatura no puede ser una caja de resonancia de las patotas; que esa cámara deberÃa ser un lugar de discusión para producir leyes y acciones que favorezcan el bien común. Que hay polÃticos que practican la obediencia debida y no la obediencia de vida a sus principios. Que el gobernador âquizás el polÃtico que mejor cuida su imagenâ también puede ser devorado por la falta de coherencia de sus propias palabras. Y que ni siquiera la popularidad nos da licencia para hablar cualquier cosa.
Algo huele a podrido en las pantallas jujeñas. Es una lástima que el viejo McLuhan no esté aquà para reÃrse.
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