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Ernesto Altea

Estamos en el horno

      "Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias mas que por el trabajo, y que las leyes no protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad esta condenada." Ayn Rand  (1950)

      No sólo el calor y la sequía de este sofocante noviembre nos hace pensar que estamos en el horno. Hay un clima político y social enrarecido, crispado, amenazante. El tono y las actitudes autoritarias del gobierno nacional, el descarado apoyo a algunas organizaciones piqueteras, la ausencia de organismos que deberían preservar el orden público, la debilidad y venalidad de la justicia, las fracturas cada vez más notables de la sociedad, la pobreza y el desempleo que crecen, y todo esto en el marco de una sociedad tolerante con los hechos de corrupción, hacen que me sienta agredido como ser humano, desesperanzado como ciudadano y humillado como argentino por la deplorable actuación frente al mundo de compatriotas que nos representan, como la Presidenta o Maradona.
En Jujuy el panorama no es distinto. La agresión que sufrió el senador Morales y las personas que lo acompañaban forma parte de un plan de intimidación. No es la primera vez que en nuestra provincia ocurren hechos violentos protagonizados por los mismos sicarios.
      La diferencia es que ahora, por tratarse de una personalidad notable, el hecho tuvo difusión nacional, resultando un paso en falso para organizaciones como la Tupac Amaru. Fue la gota que rebalsó el vaso e hizo que no sólo la sociedad jujeña en su conjunto sino todo el país, tome conciencia de que esta metodología forma parte de la estrategia del matrimonio gobernante para sumar poder, sembrando el temor.
      Las denuncias de los agredidos abrieron el camino para que otras personas se animen a hacer pública información que  incrimina a funcionarios de máximo nivel del gobierno nacional, por las millonarias cifras con que mensualmente subsidian a organizaciones piqueteras, sin mediar ninguna norma que los autorice ni control sobre el destino de los fondos. También salió a luz la autorización para que cientos de miembros de estas mismas organizaciones porten armas de fuego, claro indicio de las intenciones violentas de estos grupos.
      En una provincia como Jujuy, una de las más empobrecidas del país, con más del 50% de empleo en negro y 70.000 planes sociales, frontera con Bolivia y Chile y zona caliente del tráfico de drogas, esta política del gobierno nacional equivale a encender la mecha de un polvorín cuyo combustible es la pobreza estructural, la falta de servicios de salud para la mayoría de la sociedad, la deficiente calidad de la educación y la falta de políticas sostenibles de desarrollo que propongan un futuro mejor para sus 650.000 habitantes.
      Los K encontraron que fortaleciendo económicamente estos grupos activistas y usándolos como ariete contra quienes piensen diferente, podrían contar con aliados para controlar el clima político de las provincias. De esa manera no sólo ejercen el poder de la billetera haciendo que los gobernadores deban arrodillarse para conseguir fondos para sus jurisdicciones sino, lo que es más grave aún, comenzaron a utilizar la violencia física para amedrentar y llenar de miedo a la población. El caso de Jujuy resulta paradigmático ya que todo este manejo discrecional de fondos y la violencia desatada para mostrar poder, sigue ocurriendo a pesar de que el líder local del partido que gobierna la provincia desde el retorno de la democracia, es Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación y tercero en la sucesión presidencial.
      Confirmando todas las afirmaciones de connivencia entre el gobierno nacional y las organizaciones piqueteras, la Presidenta invitó a un acto en la Casa Rosada a todos los dirigentes “amigos”, entre los cuales estaba quien comanda Tupac Amaru, la abrazó frente a las cámaras y así ratificó públicamente que los apoyos no son casuales, sino parte de una política que pretende sumar poder a toda costa, inclusive pasando por encima de las personas que se atreven a pensar diferente. Cabe a los ciudadanos preguntarnos en dónde se replicará después el modelo ensayado en Jujuy.
      Â¿Y los ciudadanos comunes, qué estamos haciendo para que esto cambie? Poco y nada.
      La marcha por la paz en la plaza Belgrano fue un acierto, porque sólo con la convocatoria del Consejo de Ciencias Económicas, sin mediar ninguna organización, se reunió mucha gente y se demostró el repudio que provoca la violencia. La justicia federal está actuando a partir de las denuncias de Morales.
      Por lo demás, el mundo sigue andando como si nada hubiese pasado y la violencia gana las calles de Buenos Aires en un aquelarre incomprensible de reclamos salariales, sociales y políticos.
      No sé ustedes, pero yo siento que estamos en el horno, y que el horno no está para bollos.






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