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Liliana Molina

Los dos demonios

      Las bases de nuestra identidad como paìs se gestaron en el siglo XIX de la mano de algunos hoy próceres como  Domingo Faustino Sarmiento y Esteban Echeverría, y durante los años posteriores a la Independencia (las décadas de 1820 a 1840) mientras sostenían encarnizada lucha ideológica con los caudillos provincianos, entre ellos Facundo Quiroga y el controvertido Juan Manuel de Rosas.           

      Unitarios identificados por su liberalismo y eurocentrismo, y  federales manejados por el poder unívoco de Rosas instalaron desde el comienzo de nuestra historia como nación una división irreconciliable en la que unos buscaron la entrega irracional  del patrimonio al extranjero y otros atados a un nacionalismo pertinaz, que hoy encuentra un modelo intermedio en las nuevas corrientes políticas latinoamericanas de recuperación de recursos y revalorización de sus identidades.
      El “Facundo”de Sarmiento y “El Matadero” de Echeverría, capitalizaron el poder de la palabra escrita  y el método folletinesco para introducir las ideas que sobrevaluaban la “civilización” y advertían sobre los terroríficos métodos de la “barbarie”. Amparados por el exilio y la ilustración de la época, la historia preservó para las bibliotecas y los pasillos escolares los textos de uno y la adusta imagen marmórea del otro. Entre ambos, construyeron el mito de que el mal de la Argentina es su extensión, que el problema siempre fue el interior “bárbaro” y que educar era la única forma de luchar contra esa barbarie al tiempo que se difundía el modelo capitalista europeo.  En suma, los padres nunca dejaron faltar a clases a sus hijos porque se decía que Sarmiento no faltó ni un día. Mientras que las sangrientas imágenes de El Matadero quitaban el sueño a las frágiles cabecitas de los pibes de antes, porque los de ahora....

UNITARIOS Y FEDERALES      â€œViva la Santa Federación. Mueran los salvajes unitarios.” La frase inolvidable alentó a generaciones de argentinos a decidir entre la civilización o la barbarie, de la mano de un texto inseparable de la escolaridad obligatoria “El Matadero”. En breve síntesis, Echeverría describe con exceso de realismo y estudiada intención, escenas del matadero en los tiempos de Rosas: la inundación de Buenos Aires, la abstinencia de carne en épocas de cuaresma  prolongan la ausencia de ganado para consumo por más de quince días, lo cual genera problemas de abastecimiento y alimentación en la población. A pesar de las fechas, se autoriza la faena que constituye el motivo por el cual se introduce en ese espacio de matanza de animales la presencia de  federales y unitarios, lo sagrado y lo profano, blancos y negros esclavos, pobres y asalariados en un mismo recinto.
El relato resuelve la historia  con la presencia del unitario , caracterizado por el rigor por su vestimenta y presencia atildada, en contraste con la vulgaridad del modelo federal, encarnado por matarifes y faenadores siempre cuchillo en mano. El unitario es apresado por el matarife , y desnudo atado a la mesa de carnicero  muere espontáneamente, antes de ser humillado o ejecutado.

LO SAGRADO Y
LO SACRIFICIAL
      Un interesante estudio de Jorge Ramírez Caro de la Universidad Nacional de Costa Rica, analiza la “Ritualización de la muerte en “El Matadero” de Esteban Echeverría” y su “Estructura Sacrificial”. Desarrolla la tesis en la que por la vía del carnaval, la ironía, la crítica social, el humor, la política, el anticlericalismo, el detallismo descriptivo y la tendencia didáctica, se da forma al Matadero como un espacio sacrificial donde juegan a su vez dos espacios de poder: el institucional, conformado por la Iglesia y el público, que es el propio Matadero.
En este contexto, Caro advierte que Dios y el Restaurador juegan como delegadores del poder que mata el cuerpo. La iglesia y el juez del matadero son los intrumentos del poder. El mencionado como “demonio unitario” encarna a los enemigos de Dios y de los hombres en tanto que el joven unitario en particular representa a Jesús que debe ser sacrificado en nombre del Poder Político y para la salvación de todos (como el Cordero de Dios) .
      Al mismo tiempo, Ramírez Caro advierte que El Matadero es un texto sobre el poder. Sobre el poder de un tirano. Que el discurso del poder y en particular el del dictador está revestido de una atmósfera sagrada, otorgada tanto por el texto de la tradición Judeo-Cristiana como por la visión socio-religiosa derivada de la Biblia. Indica que para la configuración del tirano-dictador como un ser divino, todopoderoso, el texto da significación a un espacio sagrado donde las dimensiones del poder se hacen absolutas y ubícuas.
En este ámbito sacrificial, se intercambia el cuerpo social y el cuerpo individual.
      Para encauzar una guerra contra ambos enemigos, el poder político-religioso se apropia de una filosofía política donde el subversivo-rebelde es considerado el promotor del caos y el que genera el desequilibrio del orden promovido por Dios. Asocia con el lenguaje al cuerpo con el demonio, a la carne que se mete en el cuerpo con la carne que alimenta. El demonio aparece como manifestación del caos, de la insubordinación, del rebelde y del desobediente por lo tanto para que el cuerpo no ahogue el alma hay que despojarlo de la carne. Y lo mismo ocurre con el desobediente, al que hay que despojarlo de la fuerza que lo hace diferente a los demás.

UN DEMONIO Y
OTRO DEMONIO

      â€œPara justificar la eliminación de este cuerpo extraño, rebelde, desobediente, el poder lo asocia con el demonio” expresa Ramírez Caro, agregando que el poder se ampara en esta razòn para llevar a cabo un proceso de satanización de su enemigo. En El Matadero el enemigo del sistema político-religioso es denominado “el demonio unitario”. Satanizando al enemigo, el sistema prepara poco a poco su muerte ritual, afirma. Y es aquí donde el análisis de Caro nos lleva a la “Teoría de los dos demonios” Muy recientemente, se efectuó una revisión del prólogo redactado por el escritor argentino Ernesto Sábato, quien participó  junto con otras personalidades de la investigación de la CONADEP  la cual dio lugar a la publicación del libro Nunca más  y donde se develaron los mas terribles acontecimientos de uno de los períodos mas oscuros de nuestra historia y que se inició el 24 de marzo de 1976.
      Con desgarrada valentía, quienes conformaron la comisión y efectuaron la recopilación de los espantosos testimonios, dejaron algo mas que un libro: dejaron el documento del horror.
No obstante la enorme magnitud de la empresa, Sábato  escribió que “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda...”, pero aclaró en el mismo párrafo que en situaciones similares en otros países, como Italia por ejemplo, con las Brigadas Rojas, nunca abandonó los principios del derecho.
Sin embargo,  dejó en palabras lo que Caro advirtió en El Matadero: al señalar que el país había sido afectado por dos fuerzas terroristas, la del estado y la de la guerrilla, dejó ver claramente la existencia de lo que hoy llamamos la “Teoría de los dos demonios”
      Porque el  Estado, guiado por la Constitución y las Leyes y el Parlamento, tiene el deber de resguardar los tres poderes para seguridad y protección de sus ciudadanos. Con la ley y la constitución en la mano debe afrontar los acontecimientos aún cuando éstos sean violentos.
      La dictadura que se inició el 24 de marzo del 76 , con poder dictatorial y absoluto creó un enemigo a su imagen y semejanza. El enemigo demonizado del que habla Ramírez Caro. Con fanatismo militar y religioso, la demonización del rebelde, del que piensa diferente, justificó todo accionar perverso
En “El Matadero“ de Echeverría, se observan espacios sagrados donde se desenvuelve el poder. El juego de poderes emanados de la Iglesia y del Restaurador por la vía de sus instrumentos en el ámbito de la carnicería, se desarrolla en ese espacio sagrado, en un espacio ritual y litúrgico para exorcizar al cuerpo social del demonio enemigo. Para despojar de su fuerza al desobediente es necesario transformarlo y demonizarlo permite justificar todo tipo de accionar excesivo mientras tiene lugar la muerte en el espacio sacrificial. ¿Acaso no existió también ese espacio sacrificial en los lugares de detención creados por la dictadura para justificar la eliminación de ese cuerpo extraño, rebelde, desobediente, que el poder asoció con el demonio?
      Nuestra historia nacional está teñida de enemigos demonizados, de antinomias entre “civilización y barbarie”,  de espacios sacrificiales donde el cuerpo social es martirizado, destazado para rectificar su forma que aparece como diferente. La identidad nacional se recortó al molde europeo mientras se desplazaba a los pueblos originarios. Una nueva dicotomía se avecina con la lucha de los descendientes de esos pueblos por la restitución de las tierras, mientras jugosos negocios inmobiliarios venden a precio de oro a los nuevos colonizadores las valiosas parcelas
Entre tanto, el mundo hoy se ve amenazado por nuevos demonios. El gendarme del mundo nos entrega a diario nuevos demonios que no se avienen a sus intereses políticos y económicos: el pueblo musulmán, el pueblo palestino, todo el medio oriente constituye un demonio cultivado con esmero para justificar su exterminio y el aprovechamiento de sus recursos. Bin Laden parece constituir el paradigma del demonio inaprehendible que se utiliza en forma recurrente para asustar y dominar a esta parte del globo. No creer en la existencia de la teoría de los dos demonios no significa necesariamente que no exista.

*Periodista. Estudiante de la Carrera de Letras de la UNJu.




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