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Reynaldo Castro

Fidalgo: una marca en la memoria

Reynaldo Castro

      El autor de este texto se propuso editar un libro con poemas de Andrés Fidalgo escritos en servilletas mientras el escritor estuvo detenido en cárceles de la última dictadura. Mientras trabajaba en la edición, nuestro columnista detectó algo que ya había experimentado con otros libros: entre las líneas de los versos existía una historia que esperaba ser contada. Ni lerdo ni perezoso, él se puso a narrar una biografía intelectual del escritor más lúcido y comprometido de nuestra provincia. A continuación, la tercera parte de un libro que saldrá en los próximos meses.

                                                                                             

VENCEDORES VENCIDOS
      En un intento de frenar la oleada antiperonista, el general Eduardo Lonardi -presidente provisional del gobierno militar- afirma que no hay “ni vencedores ni vencidos”. Su afán conciliador apenas dura dos meses. Él se ve obligado a renunciar por las presiones que ejercen los sectores más revanchistas de las Fuerzas Armadas.
      El 13 de noviembre, el general Pedro Eugenio Aramburu asume como presidente. El vicepresidente no varía, ya que el cargo lo ocupa uno de los enemigos más acérrimos que tiene Perón: el contralmirante Isaac F. Rojas.
      Los nuevos vencedores disuelven el Partido Peronista; prohíben todos sus símbolos, distintivos, lemas y canciones; convierten a determinadas palabras en malditas: Perón, Evita, peronismo, justicialismo, etc.; además, proponen eufemismos para nombrar lo innombrable: el tirano prófugo, el tirano depuesto.
      Pero hace falta mucho más que un decreto para prohibir el murmullo de las palabras ausentes. La prohibición reprime, pero también alienta a sacralizar las palabras que faltan.
      Todo peronista sabe que lo prohibido se expresa de manera clandestina y el que prueba el sabor del vino secreto que se burla de la prohibición no puede dejar de tomarlo. La cuestión, entonces, es hacer brillar la ausencia. No va a pasar mucho tiempo para que tres palabritas, en medio del silencio, se conviertan en palabrotas.
“Luche y vuelve.”

TRAICIONAR LA TRADICIÓN
      En diciembre de 1955, Fidalgo, como juez de Instrucción, recibe una brasa caliente: la presentación de más de veinte recursos de habeas corpus por los dirigentes peronistas detenidos. Hasta entonces la tradición del poder judicial local no registraba antecedentes de hacer lugar a este procedimiento, ya que los jueces consideraban que, mientras dure el estado de sitio, el Poder Ejecutivo tenía facultad para arrestar o trasladar a los detenidos dentro del país.
      En rigor, el código procesal obliga al juez -por medio de un procedimiento rápido- a comprobar la presencia del detenido, el nombre del funcionario que dispuso la detención, así como la legitimidad de la misma; incluso en el estado de sitio.
      Fidalgo hace traer a los detenidos, sigue los pasos estipulados y él mismo escribe la ratificación del pedido que firma cada uno de los dirigentes. Cuando le toca el turno a Guillermo Snopek, éste expresa: “Doctor, no se moleste; ya sé cómo son estas cosas”. El detenido, que había sido presidente del Superior Tribunal de Justicia de Jujuy, estaba al tanto del folklore legal por lo que él pensaba que no se podía hacer nada.
      -Yo todavía no sé qué voy a decidir. Voy a avanzar, paso por paso, para determinar si existen razones para la detención- contesta el juez y así sigue hasta completar la totalidad de las declaraciones.
Después, pasadas las dos de la tarde, Fidalgo firma la resolución en la que dispone la libertad de los dirigentes. Cuando llega a su casa, le dice a Nélida: “Se acabó el juzgado. Esta tarde o esta noche me rajan”.
      Unas horas más tarde, él regresa a su oficina. Ahí se presenta el jefe de Policía, mayor Roberto Bruno Hartkopf:
      -Doctor, recibí la orden de libertad... vengo a anticiparle que no voy a cumplirla sin indicación del ministro de Gobierno. Es por orden de él que yo detuve a estos hombres y él es quien debe darme la orden de liberarlos.
      â€œEn lo administrativo...” -empieza a responder el juez y se prepara para dar una clase corta “para organizar la Policía, trasladar, suspender, disciplinar, para todo eso, usted depende del ministro de Gobierno”. Luego coloca en su lugar al funcionario policial: “Pero para lo que son trámites radicados en la Justicia -y éste es el caso- el jefe de Policía pasa a depender del juez de Instrucción”.
La resolución estipulaba un plazo de tres horas para ser efectivizada. Por esa razón, el juez -con mucha sobriedad- lo apura al uniformado:
      -Hágame el favor: si no va a cumplir la orden, infórmeme ya por escrito y las razones que tenga. Porque yo también tengo previsto un procedimiento que es ir al Superior Tribunal y plantear que hay un conflicto de poderes entre el Poder Judicial y un funcionario del Ejecutivo, el jefe de Policía... Si no tengo el informe, en cuanto venza el término para que esta gente disponga de su libertad, el código procesal me dice que tengo facultades para sancionar al funcionario que no cumple con la resolución.
      -Cómo no, doctor- contesta de manera respetuosa el jefe.
      Al poco tiempo, un chasqui uniformado presenta la comunicación de no acatar la orden. Fidalgo redacta una comunicación y pasa todo el paquete al Superior Tribunal. Allí se decide confirmar la resolución de libertad, ya que ésta poseía fundamentos teóricos y doctrinarios sólidos; Ernesto Claros, el presidente, decide tomar contacto con el interventor Clement. Antes de que los funcionarios se reúnan, el ministro de Gobierno dispone -sin mencionar la orden del juez de Instrucción- la libertad de los dirigentes peronistas.
      El estado de sitio vigente no impide que una manifestación estruendosa gane las calles. Mientras se dirige hacia la calle Senador Pérez, y con las bombas de estruendo como fondo, Fidalgo sigue pensando que sus días como juez están contados.

CHANCHOS
      Lombilla, Amoresano y otros torturadores escapan al Paraguay; ya sabemos: es el tiempo de la “Revolución Libertadora”. La tortura, que antes se aplicaba a opositores del peronismo, cambia sus víctimas. A partir de 1955, la aplicación de la picana eléctrica -y otros tormentos- es para los seguidores de Perón.
      Al año siguiente, Ernesto Sábato denuncia la aplicación de torturas en cárceles del país. Jujuy no es la excepción. Fidalgo procesa al director y cerca de veinticinco oficiales y suboficiales de la cárcel de Villa Gorriti. Junto a periodistas y fotógrafos -entre ellos, uno de la revista Mundo Argentino-, el juez de Instrucción procede a suprimir los “chanchos”. Éstos eran unos cubículos totalmente oscuros, húmedos y estrechos; destinados para castigar a los presos indisciplinados. Esta vez, no se trataba de una cuestión política; sin embargo, el aparato represor sigue funcionado.
      La denuncia le significa a Sábato el cargo de director de la publicación estatal. Mientras tanto, Fidalgo no lo sospecha pero ocho años después, en una circunstancia hostil para él, volverá ver a uno de los exonerados.






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