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Hotel Gregorio
Finca La Colorada

Hotel Gregorio

 

 

René Olaguivel

Las Crónicas del Protestón

De cumpleaños
      La Narcisa me mandó a comprar el regalo para el cumpleaños de mi querida suegra. Yo quería comprarle un lugar en el cementerio, pero la Narcisa me dijo “¡bárbaro!, andá al centro, está lleno de boutiques de coreanos, o no sé qué son”. Ahí fui, pero como la qurida suegra parece la sombra de un horno, no encontré nada que le quedara bien y entonces partí hacia las boutiques de la Terminal, o sea las ferias de nuestros hermanos, los de más arriba del mapa. ¿Pagan todos sus impuestos?
      Qué quiere que le diga, no podía decidirme con todo lo que había: zapatos de plástico, cohetes, remeras de nylon (juntadotas de transpiración), dinosaurios de goma, conjuntos para lluvia, mini faldas de jean, lociones truchas, radios, compas, etc. Juro que no sabía qué comprar, encima me tentaba con el tremendo olor a comida del lugar. Parecía, como dice mi amigo, que “Villazón es una montaña de olor a guiso”. Esto parecía un barrio con tal olor, pero claro, mezclado con el olor a flores no tan frescas, frutas que pasaban de maduras y, entre empujones y cuidando mis bolsillos, seguí buscando. Cuando me viene a caer en el pie una bolsa de papa que descargaban de un camión en horas desusadas. Me metí rengueando en esa pequeña galería de especies pa ver si encontraba algo para mi golpe. Lo único que conseguí fue un fuerte dolor de cabeza, mezcla de los olores y no precisamente el fuerte perfume de las especies, así que decidí no comprar nada pa la doña y como estaba en la terminal de ómnibus me pareció que tomar una pa cualquier lado y volver pa cuando hayan pasado los festejos del cumpleaños, era lo mejor.

Los vendedores de espejos
      Me quedé mirando una vidriera de una boutique, asombrado del tamaño de las falditas y camisetas que allí se vendían; cuando levanté la vista entendí todo. Ahí estaba la foto de una modelo que ni les cuento. Me dije “bueeeeno, a caminar por el centro a verlas al natural”. En eso vi venir unas cuantas. Empecé a mirarlas por arriba. ¡Pobres!, la tintura para el pelo no les alcanzó, tenían todas las raíces negras  o con canas; pero bien maquilladas, con pestañas azules y polvo blanqueador. Parece que se miran en espejos chiquitos, que son más baratos. Seguí mi excursión anatómica y qué me encontré, bustos caídos, panzas llenas de estrías y celulitis. Más que panzas parecían paisajes de la Quebrada, por las arrugas, vio? No por su belleza. Pupos salidos, chorizos a la vuelta de la cintura.       Â¡Parecía una carnicería! Las minis que no tapan nada; piernas torcidas; rodillas como tabas; pies con uñas sucias en zapatos con tiritas que dejan escapar los callos y juanetes, con talones rajados y los tacones para afuera.
      Por eso protesto. Si los vendedores de espejos cobraran más barato, la gente se miraría cómo va puesta.

Baldosas
      Venía caminando, esquivando gente que en grupo charlaba en las veredas sin enterarse que había gente que tenía que pasar, y, que ledigo, por abrir la boca, no vi unas baldosas que faltaban en la vereda y me fui de jeta al suelo; casi me pisan todos esos chicos que van apurados por llegar a ninguna parte cuando salen del colegio. Me levanté como pude y entonces me acordé de varias cosas. Por ejemplo, un día iba con mi mujer, taba lloviendo y en una de ñesas, mi compañera pisa una baldosa floja, y se lo i dicho, “no uses mini”, fíjese que se ha mojao hasta la bombacha, que ese día se había puesto, con lo caras que son. Ahora va a tener que lavarla y todo.
      Otro día caminaba delante de mí una niña que venia chuequiando por la vereda, cuando un aujero se había quedao con su grueso tacón. Los changos tironeaban de la cartera y como no podían destrancarla, se le han llevaos la cartera. Nadie se ha dao cuenta.  Cuando la pobre empezó a los alaridos, ya los gentiles ayudantes habían desaparecio.
      Otro día, Demetrio iba distraído libando su tetrabrik, cuando tropieza con una laja sobresaliente, y no les digo el baño que nos ha dao con el tintito. El Deme nos quería chupar la ropa así que salí rajando.
      Otra vez una señora que llevaba a su guagua en brazos, pisa una baldosa floja y la guagua vuela. Todos parecíamos jugadores de rugby tratando de atajarla.
      Otro día una viejita que llevaba unas naranjas en una bolsa, mete la pata en un agujero y vuela  bolsa y naranjas por el aire; qué le cuento, cuando cayó la bolsa, las naranjas habían desaparecido, ¡son rápidos los changuitos!
      Por eso me voy a mi pago, ahí uno sabe que si llueve, hay que caminar por las piedras que están firmes, sin que la Muni se ocupe de acomodarlas. Si hay basura no es problema, los chanchos se la comen. Digo yo, ¿si pusieran unos chanchos pa que limpien la suciedad de nuestras calles, no sería bueno? La Remigia ha dicho “¿y el olor?”, yo li contestao “que los chanchos se acostumbren al mal olor”.
      A pesar de todo, Jujuy me gusta. Dicen que si uno toma agua del Río Chicco uno vuelve, pero le juro que no mi animao. Ha visto todo lo que hay por todo ello.






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