Ariadna Tabera
Era el Tómbola Tour con Radio Bemba y yo tenÃa un número. Desde hace 15 años que escucho la música de Manu Chao (seguro que hay otros más fanáticos), desde una noche en casa de Brian, con Mickaël y Pablo, también estudiantes de intercambio como yo, que derivábamos en la confusa y fanática sociedad de Browken Arrow, en Oklahoma (EE.UU.). Esa noche sonó âPutaâs feverâ sin parar, que el francés habÃa traÃdo desde NormandÃa. Y me enamoré de los ritmos, de la belleza, de la mezcla de idiomas âque en ese momento me resultaba tan familiar y que sentÃa continente, en el Hamburger Field que es un pueblo perdido en el sudoeste yanqui, el verdadero âinner countryâ.
DeberÃa hablar del perfil social de Manu, de su humildad, de su talento, pero quiero hablar del amor, porque ese tipo, con menos pelo, pero nunca menos energÃa, produjo en la Estación de Trenes de Jujuy algo que yo nunca habÃa sentido en ninguno de los recitales a los que fui, y fue amor. Ãl nos amó y todos los que estábamos ahà quisimos que él sintiera esa misma poderosa fuerza, para que las horas interminables de viaje en camión desde Bolivia no le pesaran a ninguno de los que estaban arriba del escenario. Y pudieran âcomo lo hicieron- tocar durante más de dos horas y media, produciendo una gran masa de energÃa palpitante que emocionaba hasta las lágrimas. Y todos éramos tan diferentes, habÃa gente de elegante sport bailando sin parar, adolescentes, niños, señoras con tacos (otras en zapatillas), muchos turistas extranjeros, gente que vino desde otras provincias; me pareció que los bomberos que custodiaban ventanas y escaleras lo disfrutaron, uno hasta se sacó el casco. Y todos en esa ceremonia, moviéndonos, cantando, acunados por la siempre presente.
Para mà el punto más fuerte, más emocionante de esa noche fue poder escuchar en vivo, ahÃ, cerrando el recital, âSidi Hâbibiâ. Cuando Garbancito, el percusionista, se acercó al micrófono y empezó la música, no lo podÃa creer. Pelado, gordito, bamboleándose con esa música árabe que en los â90 fue un himno en todos lados. Ya sé que tocaron tres bises, que saltaron como locos, que también se emocionaron y nos amaron. Pero escuchar esa canción fue sentir que el pecho se expandÃa y podÃa respirar todo el aire del mundo.
No me quiero ir sin decir que la dulzura y al fuerza de la guitarra de Madgid son increÃbles, en los solos larguÃsimos y con mucha maestrÃa, el sonido de este instrumento era único, bellÃsmo.
Es tiempo de confesarlo: si en nota anterior me catalogué de apolÃnea, esta vez tengo que decir que fui parte de la fiesta, de la emoción, del todo, con piel de gallina y llorando mientras me reÃa sin parar. Manu en Jujuy, un poquito más de Mano Negra en mi vida, aunque ahora se llame Radio Bemba.
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