MediodÃa que llora sus gacelas,
el viento que lo dora al borde del olvido
y muerde sus costados donde muere
sus penumbras el rÃo San Francisco.
RÃo San Francisco, animal y dorado,
solo en el instinto y sobre tu lomo ciego,
estupor de tu brote, duerme -tornasolado-
la sangre de tu Ãmpetu.
RÃo San Francisco, sobre Ledesma
las arenas de los indios muertos con la tembeta
y oscura de tambores, duerme desamparado,
desamparado y solo,
rÃo cristiano y padre.
Y duerme
ungido por la cruz de los jesuitas.
RÃo San Francisco, tras el vaho de tu cuerpo
ruedan bocas marchitas
que como sueños vienen de tu oro invadido.
Y por entre tus pies de cedro
todo ha sido detenido,
todo ahogado por el viento
de Ledesma. Dorado de bambúes el viento
de Ledesma. Miel caliente, libre,
este viento de Ledesma.
Libertad Demitrópulos
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