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Ernesto Aguirre

Cuando la poesía era un Ford
a fondo hasta Caracas

Ernesto Aguirre

De todas las utopías del hombre
la velocidad
fue la más lenta en arribar a la historia.
Lo hizo recién cuando un galope
no era suficiente
para alcanzar a los dioses que huían.

                                                            E. A.

      Chufa (Humberto) y Giordano (Jonás), mecánicos ambos en aquel San Salvador del año 1948, no sólo compartían un taller en calle Güemes al novecientos (actualmente existe allí una playa de estacionamiento), sino también compartían el apellido Senes heredado de un mismo padre, Don Antonio, quien supo ser en 1941 uno de los que descubrieron las minas de hierro, nada menos, en las serranías del Zapla.
      Entre los muchos sucesos que se registran en el país y en el mundo en aquel 1948, hay tres que se destacan por su trascendencia histórica: uno, el asesinato del Mahatma Gandhi; otro, la nacionalización de los ferrocarriles ingleses por el gobierno del Gral. Perón; y el tercero, trascendente porque nos involucra directamente a los jujeños, se registra en el campo deportivo: en el mes de octubre se larga desde la ciudad de Buenos Aires el Gran Premio de Automovilismo de la América del Sur, organizado por el Automóvil Club Argentino. Gran premio que sería más conocido como la famosa “Buenos Aires-Caracas”. “Casi 10000 kms. para la aventura del siglo”, titulaba la prensa de la época.
      Aquella medianoche del 20 de octubre de 1948, entre los 141 coches que se largaban desde Buenos Aires hasta Caracas, había una coupé Ford, número 27, tripulada por estos dos hermanos que, representando a Jujuy, intentarían la proeza de arribar a la lejanísima Caracas junto a nombres para entonces ya famosos en la actividad automovilística nacional, como los hermanos Gálvez (Juan y Oscar), Fangio, Marimón, entre otros.
      Hace falta que les repita el año y la geografía a recorrer para que tengamos una idea cabal de la magnitud de la hazaña que se proponían vivir estos dos (¿cómo llamarlos?) cultores del “¡Sí, se puede! ¿Por qué no?”. Este optimismo, ¿no es acaso el primer impulso necesario para alcanzar la poesía de lo extraordinario?
La primera etapa cubría la distancia de casi 1700 kms. entre Buenos Aires y la ciudad de Salta. La ganó Oscar Gálvez, “el aguilucho”, a 121 km/h de promedio. Nuestros hermanos Senes, luego de solucionar problemas mecánicos (que se repetirían a lo largo de la segunda etapa) arribaron en el puesto sesenta.
      Consultando las ediciones de aquel año del diario local La Opinión, dirigido por Cesáreo De Bedia y que cubriera periodísticamente todo el desarrollo de la competencia, nos enteramos que la partida hacia Buenos Aires de los pilotos jujeños desde la puerta del café “España” (Belgrano al 700) fue un acontecimiento multitudinario: “una verdadera caravana de automovilistas, ciclistas y peatones acompañó –dice La Opinión– a estos hermanos a los que deseamos la mejor de las suertes porque demuestran poseer un corazón de deportistas más grande que el Chañi”.
      La segunda etapa, Salta-La Quiaca, era, por supuesto, la que despertaba la mayor ansiedad en todos los jujeños que, desparramados por las banquinas de la Ruta 9, esperaban ver al Ford de los Senes ubicado en los primeros puestos de la clasificación al rodar caminos por ellos tan conocidos. No fue así. A La Quiaca, los hermanos Senes llegaron en el puesto 94 y, otra vez, Oscar Gálvez fue el primero.
      Diversas fueron las anécdotas, algunas muy curiosas, registradas al paso de las máquinas por territorio de nuestra provincia. Por ejemplo (dice el tomo dos de la Historia deportiva del automovilismo argentino, publicada por el Diario La Nación, pág. 391), “mientras los hermanos Senes tenían que detener la marcha para reparar un problema mecánico, justamente cuando rodaban en su provincia (Jujuy) volcó Neumeyer en Huaico Chico al romper la punta del eje”. Más adelante agrega: “también tuvo dificultades ‘Ampacama’ (Seudónimo con su compañero, Antonio Spampinatto. Antológico: llevado por su entusiasmo, quiso contestar el saludo de unos aficionados ubicados en plena soledad. Sacó el brazo por la ventana con tan mala suerte que pegó contra un poste y sufrió fractura del tercio medio del húmero”. Y sigue: “Ampacama buscó un auxilio inmediato y lo solucionó drásticamente. Paró frente al regimiento de infantería, le pidió a los médicos que atendieran a Spampinatto y siguió solo”.
      Actualmente, en Alto La Viña vive la señora Nora Vera, viuda de Humberto Senes y poseedora de una memoria admirable para sus noventa años. “Lo que Humberto siempre recordaba de aquella carrera fue la amabilidad de la gente de todos los países que visitaron. Siempre, también, destacaba a Bolivia como el país donde mejor los trataron”. Mientras trato de tomar nota sin perderme una palabra de estos recuerdos, doña Nora, recordándolo de golpe, me dice: “Y otra cosa, joven, Chufa también contaba que a lo largo del viaje toda la gente les gritaba ‘Viva Perón’ ”.
Mientras transcurrían los kilómetros, se sucedían las etapas y los accidentes, presentes en toda competencia de velocidad. Algunos fatales, como el protagonizado por un muy joven Juan Manuel Fangio en la séptima etapa (Lima–Tumbes) y que le costara la vida a su acompañante, Daniel Urrutia.
      A las 13,55 hs. del día 8 de noviembre de 1948, el coche N° 17 del mendocino Víctor García cruzaba la meta en la ciudad de Caracas, adjudicándose la última etapa del gran premio cuyo ganador absoluto fuera Domingo “Toscanito” Marimón, no sin antes sufrir la espera de la decisión de las autoridades de la carrera que descalificaron a Oscar Gálvez, que había liderado toda la competencia, por antirreglamentaria llegada a la línea final (cruzó la meta empujado por el público, ya que el motor de su Ford se había plantado 20 kms. antes).
      Cuarenta y cuatro máquinas, de las ciento cuarenta y una que largaron, registraron su arribo a la ciudad de Caracas. Entre ellas estaba aquella coupecita Ford N° 27, ubicada en el puesto cuarenta en la clasificación general, tripulada por los  dos hermanos Senes y que fuera despedida, como ya dije, por el pueblo jujeño desde las puertas del café “España”.
      Ese mismo pueblo es el que permitió al cronista de La Opinión, en su edición del 8 de diciembre, escribir que “en medio de delirante entusiasmo recibió Jujuy a los ‘gorditos’ Senes, paseados en andas por calle Belgrano. Desde el Carmen –continúa la crónica– una caravana los acompañó”. Y concluye resumiendo en pocas palabras el sentido más profundo de lo que aquel cronista era testigo. Dice: “Manifestación de cariño no igualada hasta el presente en esta ciudad”.






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