La novÃsima editorial Perro Pila presentó, en la reciente Feria del libro, Memoria del olvido, obra de nuestro columnista. A continuación, reproducimos el prólogo y un poema.
Reynaldo Castro
He practicado diversos géneros periodÃsticos (la crónica, la entrevista, la nota de opinión, el editorial) y también realicé algunos prólogos a libros de poesÃa. En todos, una parte de mà se ha expuesto y, creo, ha salido más o menos indemne. Gran mérito en todo esto lo tienen los lectores que han sabido interpretar, sugerir cambios y ser generosos con algunas ideas que escribà pero que ya no me pertenecen.
Siempre hay una marca de origen en todo acto de comunicación. El mÃo comenzó con un libro de poemas que publiqué en 1987, hace casi veinte años, en la cooperativa gráfica que comandaba (y aún lo hace) el poeta Jesús Ramón Vera, en Salta. El amigo âVeritaâ me hizo sentir como el autor importante que no era y, a partir de entonces, he desarrollado un modesta -pero visible- obra ligada al arte y la comunicación.
A pesar de los años transcurridos, no dejo de impacientarme cuando algún escrito mÃo va a salir en una publicación. Me emociona pensar que pueda interesarle a alguien algo que escribÃ; digo esto porque yo me he salvado muchas veces de morir gracias a determinados contenidos expresados por medio de una buena forma.
Lo anterior puede parecer una exageración pero, estimados lectores, créanme que es rigurosamente cierto.
Hubo un tiempo en que yo no podÃa salir a la calle si no llevaba, en mi bolso, una antologÃa de poemas surrealistas. Es posible que mis amigos del barrio 23 de Agosto -quizás el barrio más orillero e interesante de Palpalá- descrean esto que digo pero no tengo espacio aquà para demostrar que he superado a las grandes tormentas del alma gracias a aquellos vanguardistas franceses.
Nombro a amigos de un barrio porque sé que algunos de ellos, al igual que muchos turritos del centro, estiman más el tener un buen entrenamiento fÃsico que conocer letras dictadas por el automatismo psÃquico de autores que ampliaron los lÃmites conocidos del arte. Es posible que algo de razón tengan porque, en última instancia, el valor se mide por lo que se aguanta con el cuerpo. Sin agotar esta discusión, quiero dar fe de que muchas veces me he salvado de recibir una golpiza por tener la lengua rápida para la frase insultante, facilidad para poner apodos y la aclaración a viva voz -previa a la corrida salvadora- de que siempre habrá alguien que se burle del matón del barrio.
Salvo la caracterÃstica maratónica, todas las otras las aprendà gracias a los libros. Por ellos aprendà a defenderme y la luz que me protege todavÃa no se apaga.
Deben ser ya como veinte años que descubrà textos que hablaban -directamente o no tanto- de Jujuy. Mi primera sorpresa fue que sus autores eran de esta provincia o estaban aquerenciados aquà desde hace rato; la segunda, que casi todos estaban vivos. A varios de ellos los siento como si fueran de mi propia familia y sus obras también han viajado por mis bolsos.
Releo lo que escribà y descubro que doy muchas vueltas para decir las cosas. Simplemente quiero decir que me he enamorado varias veces. La primera vez fue en un baile de carnaval, en el local de la comparsa Los Pecha-Pecha, más allá de la fábrica de acero; la más intensa ocurrió en un banco de la plaza Belgrano; otra vez me enamoré de la mujer de André Breton (âmi mujer con ojos de agua para beber en prisión / mi mujer con ojos de bosque eternamente bajo el hacha / con ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuegoâ); después, de ocho poetas y edité una antologÃa; en los últimos años mantengo un amor con unas mujeres que me hablaron de vidas intensas y cuyas historias están en un libro de no-ficción y en otro anterior cuyo prólogo me desbordó y cambió la vida.
Algunos de esos amores mal curados han dado letra a los poemas que siguen. Los escribà durante casi dos décadas -me apresuro a manifestar que eso no significa ningún mérito- y debo confesar que su aparición me pone un poco malhumorado, no sólo por mi natural impaciencia sino porque sé que la poesÃa es el género que más me expone y siempre temo que su luz se apague.
(No hablé de unos amores clandestinos que formarán parte, si no me curo, de otros libros, como tampoco aclaré que aún prefiero a los barrios alejados del centro. Ya se habrán dado cuenta ustedes que soy bastante lerdo para cumplir mis proyectos.)
Historias
Como todos, yo también tuve historias.
Una vez, en tercer año, me enamoré de mi profesora de Historia
entonces todo era con mayúsculas y yo creÃa en el amor
después vinieron las historias chicas
y las chicas
casi todas querÃan casarse y tener hijos
para hacerles tortas en los cumpleaños.
En eso conocà a una mina que tenÃa una historia diferente
ella me tatuó un corazón en el brazo izquierdo
que todavÃa hoy no se borra.
Cuando entré en la universidad
me di cuenta que habÃa entrado a la historia por la puerta de atrás
-es decir, por el sexo de la poesÃa-
asÃ
yo habÃa leÃdo que Rosas crió a un hijo bastardo de Belgrano
que John William Cooke estaba armado en el golpe del 55
y que la conquista de las indias lo fue en todo sentido.
Contrariamente a lo que se puede pensar
siempre me costó estudiar historia:
no se la puede resumir
acotarla a fechas
y a próceres.
Por eso nunca fui historiador
no escribà una historia
ni mucho menos lá historia.
Sà escribà historias que me pasaron por la mente y el cuerpo.
Siempre con una pretensión: que sean leÃdas por algún desesperado
como aquel vecino que tuve en la infancia
que salÃa siempre a la hora en que todos hacÃan la siesta
y me pedÃa ayuda:
âaunque sea un pedazo de diario viejoâ, decÃa.
Para él es este poema.
El autor
Nació en San Pedro, en 1962. Ha publicado: Sin solución de conformidad (Salta: Tunparenda ediciones, 1987); El escepticismo militante: Conversaciones con Ernesto Aguirre (Córdoba: Alción Editora, 1988) y Con vida los llevaron: Memorias de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de San Salvador de Jujuy, Argentina (Buenos Aires: La Rosa Blindada, 2004). Además ha editado, seleccionado y prologado: Nueva poesÃa de Jujuy (Jujuy: Daltónica, 1991) y Oficio de aurora de Alcira Fidalgo (Buenos Aires: Libros de Tierra Firme, 2002).
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