Talco, mixtura y serpentina para que no queden dudas que hay predisposición; albahaca para que se sepa que están libres y dispuestas; chicha para que se suelten los corazones y las razones; y coca para que el cuerpo aguante.
¡Ay! Carnaval, por fin llegaste.
A lo largo de toda una semana de febrero, cuando el Pujllay sale de rueda por el norte argentino, Ester y RosalÃa guardarán sus pushkas y telares, y dejarán de ser las tejedoras de Abra Pampa. Fieles a sus raÃces y a sus tiempos, no importa quiénes sean durante el resto del año, sólo un destino común en esta fecha: seguir los designios del diablo de la Comparsa Flor de Lirio, pues hay carnaval. Ahora están allÃ, rostros morenos pintados de blanco, amplia sonrisa desdentada y ojos pÃcaros, papel picado en el negro pelo y talco sobre sus vestidos celestes.
âAlegrÃa, alegrÃa no vaya a ser que se enoje y me quiera llevarâ, âcantemos, bailemos, chupemos, soy de la comparsa â, âmirá ese viejo atrevido, como se me ofrece con el ramito de albahacaâ, âtemplemos la caja que en la Palmira hay copleadaâ, âdame más chichita fresquita que el sol quemaâ.
¡Ay! Carnaval.
El lunes, después que entierren a ese diablo desaforado y pÃcaro, todo volverá a ser como antes. RosalÃa y Ester, las tejedoras de Abra Pampa en espera de los visitantes que llegan a esa parte de la Puna argentina, para ofrecerles sus tejidos plenos de historia y tradición; yo seré aquella que va en busca de atrapar pedazos de historia en una foto y cada uno de los que compartimos esos dÃas en la Flor de Lirio volverá a su rutina. Y una pregunta quedará flotando en el aire ¿por qué cuando hay carnaval, todos nos sentimos iguales, generosos, amistosos, hermanados en la alegrÃa y durante el resto del año somos simplemente y complejamente humanos?
¡Ay! Carnaval, nunca me sueltes.
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