Reynaldo Castro
El aviso estaba a la altura de los ojos, en el baño de varones de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. TenÃa un detalle de acciones y el tÃtulo bien destacado: âHechos, no palabrasâ. Abajo estaba la firma de una agrupación estudiantil, no importa el nombre, podrÃa ser cualquiera. En cualquier otro lugar ese encabezamiento podrÃa ser tolerado pero ahÃ, en el lugar más filosófico de esa institución, molestaba como el sol en los ojos.
¿Por qué digo que molestaba? Voy a responder esta cuestión después. Antes quiero recordar que hubo un tiempo que la asignatura llamada LingüÃstica fue (creo que ya no) una materia muy temida por los estudiantes de la calle Otero. Me acuerdo que una revista efÃmera de esa Facultad publicó una viñeta donde aparecÃa un personaje con los ojos desorbitados y los pelos de punta. Al pie del recuadro una lÃnea decÃa: âQuedó asà después de estudiar para el parcial de lingüÃsticaâ.
Yo mismo debo confesar que empecé mi carrera docente como auxiliar en dicha cátedra. Ingresé por un concurso donde el único postulante era yo. Es decir, nadie se animaba a trabajar en una materia que, para muchos, parecÃa inaccesible. Me acuerdo que varios de mis amigos me decÃan que estaba loco que iba a bailar con la más fea y la mar en coche.
Estuve varios años en la cátedra. Aprendà muchas cosas, como por ejemplo que existe una crÃtica académica que imagina que se rebaja si supone como interlocutor de sus trabajos al lector común. Por eso, existen varios trabajos cientÃficos que tienen tÃtulos como âEl uso del subjuntivo en la prosa de Héctor Tizónâ que no interesa más que a los alumnos del profesor que los escribió (y les interesa porque es lectura obligatoria para aprobar la materia).
Aprendà también que si uno tiene ideas de gestión del departamento de Comunicación diferentes a las ideas de la profesora que está al frente de la cátedra y -oh casualidad- es directora del citado departamento, uno puede perder el puesto como me pasó a mÃ, después de estar varios años en el cargo sin que exista ninguna justificación para cesar en el mismo.
Pero no todo fue una pálida. Hace algunos años, la lingüÃstica formó parte de esas modas intelectuales que cada tanto se decretan en el primer mundo y llegan a estas confusas tierras. Por eso conseguà algunos cargos en un colegio secundario. Me acuerdo que una directora me trataba con sumo respeto y siempre recalcaba que yo habÃa sido profesor de lingüÃstica. Ella no sabÃa que yo era el mismo gilastro de siempre que a lo sumo habÃa pescado algunas palabras claves de aquella moda.
La lingüÃstica deberÃa ser una ciencia apasionante ya que es la ciencia del lenguaje. Pero muchas veces funciona como autopsia que permite disecar los cadáveres textuales y rara vez uno se entera para qué se procede de esa manera. Las autopsias, esto los sabemos bien los lectores de la novela policial, sirven para averiguar quién es el asesino. Muchas autopsias académicas, en cambio, sirven para demostrar que el muerto es el que pretende enseñar.
El lector se preguntará por qué esta nota está escrita contra los lingüistas. En realidad, debo aclarar que hay honrosas excepciones a lo que escribo pero son los menos. La mayorÃa está tan preocupada en acotar su campo de estudio que pierde de vista la atractiva realidad que está más allá de sus narices. Estos especialistas se comportan como alguien que perdió una moneda en el Parque San MartÃn durante la noche y la buscan solamente bajo el cono protector del alumbrado público y no lo hacen en las penumbras porque ese lugar no está autorizado. Y lo bien que les vendrÃa a varios pasear por los lugares más oscuros del Parque.
Vuelvo a los mingitorios. Si las ciencias del lenguaje fuesen tales, no podrÃa existir nunca un cartel que desestime a las palabras frente a los hechos. Digo esto porque hay palabras que acarrean el peso de los hechos. Pienso, por ejemplo, en un texto de Elfriede Jelinek de su novela Deseo: âLa mujer se queda quieta como un inodoro para que el hombre pueda hacer su gestión dentro de ellaâ; he aquà una crÃtica social ligada a la crÃtica del lenguaje. En esta cita, las palabras son, en sà mismas, una pornografÃa del pudor; mientras que en aquel cartel del baño de Humanidades y Ciencias Sociales, una meada fuera del tarro.
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