Eduardo Aliverti
Me pregunto si, a pesar de haberse llevado su vida al cine, y a pesar de que en los últimos años eran más numerosas las marchas que la acompañaban para evocar la Noche del Apagón, y a pesar de que ciertos hechos demostrarÃan que en el feudo jujeño de Ledesma cierta gente se despertó, o por fin se animó, me pregunto, decÃa, si será posible, alguna vez, no me interesa cuándo, que la lucha descomunal, casi inverosÃmil, de esa mujer, adquiera en la historia argentina, y en el conocimiento masivo, el lugar que aún hoy está lejos de tener, salvo para la minorÃa de quienes creemos que los irreemplazables existen.
Esa mujer peleó sola contra el ingenio azucarero más grande de Latinoamérica. Su marido, Luis, médico, quien le dio el apellido que portó como propio, intentó cobrarle impuestos a los Blaquier en ejercicio de la intendencia del pueblo, durante la primavera camporista. Lo logró, y no fue su revancha sino su justicia, varios años después de que el Ingenio lo echara a patadas por intentar una mejora en las condiciones de vida (?) de los zafreros. A los pocos meses, lo desalojó de la jefatura comunal un golpe con mezcla de realismo mágico y Triple A. IncreÃblemente, Aredez se quedó en el pueblo. IncreÃblemente continuó quedándose al llegar la dictadura. Obviamente los milicos lo chuparon a las pocas horas. IncreÃblemente lo soltaron al año, torturado e infartado. IncreÃblemente volvió a su pueblo, el pueblo del Ingenio que una noche apagó la luz, en Ledesma y en Calilegua, para que el Ejército secuestrara con comodidad a más de 400 personas. Obviamente lo volvieron a chupar. Obviamente no apareció nunca más. Y obviamente, o no, su mujer se convirtió en esa mujer.
A mediados de la década pasada, Olga Aredez quedó dando vueltas sola. Sola de toda soledad, los jueves, alrededor del mástil de la plaza del pueblo del Ingenio. No debe haber pasado en el mundo algo semejante. De inhalar bagazo, el desperdicio de la caña de azúcar que el Ingenio Ledesma acumula en el medio de su pueblo, a cielo abierto, contrajo bagazosis. Y de la bagazosis sobrevino el cáncer de pulmón que este jueves, según dirÃa la conmiseración, la llevó junto a Luis. En los últimos tiempos ya no marchaba sola. La acompañaba un barbijo.
Hace pocas semanas, uno de sus hijos nos dijo que esa mujer querÃa despedirse de sus amigos y de quienes la habÃan ayudado. Que querÃa que la llamaran para despedirse. Y hace unas mañanas junté fuerzas, y marqué el número. No me voy a olvidar nunca, nunca jamás, de los segundos transcurridos hasta que la persona que atendió le acercó el teléfono.
"Hola Eduardito, querido, cómo estás". Una voz más firme que apagada. "Hola Olga". Nada más que eso. Yo sabÃa que lo único que podÃa decir era nada más que eso. "Hola Olga". No sé si lo único que debÃa ni que querÃa, pero seguro que lo único que podÃa. "Mirá Eduardito, acá estoy en paz, yéndome, porque de ésta no se sale, pero en paz, querido, en paz. Acá me estoy yendo tranquila en nombre de los 30 mil, sabés, de la lucha de los 30 mil, y tranquila porque vos viste que se pudo hacer algo contra ese Ingenio que nos envenena a todos, y se pudo hacer la pelÃcula, y la gente se enteró y vos no sabés lo agradecida y lo tranquila que yo estoy, Eduardito".
"¿Necesitás algo?", le pregunté en un tono que nunca pudo llegar a los talones del suyo. "No querido, no, qué voy a necesitar si estoy rodeada de cariño, no sabés qué hermoso que fue esto en diciembre cuando vinieron todos. Estoy cuidada como una nena, mirá. Lo que sà me agito mucho, viste, y ando todo el tiempo con la máscara de oxÃgeno. Pero estoy en paz, Eduardito, estoy en paz. OÃme una cosa, te pido por favor que les mandes muchos besos a Pablo y a Javier y a todos los chicos que hicieron la pelÃcula que vos sabés lo importante que fue y que nunca voy a terminar de agradecerles, eh. Asà que un beso grande, querido, que me voy en paz y conforme y sabiendo que se hizo todo lo que se pudo". "Está bien Olga, como vos digas, te quiero mucho". "Chau, querido, chau". "Chau".
La transcripción que acabo de hacer es literal. Imagino que nadie podrÃa suponer lo contrario, porque supongo que a nadie se le ocurrirÃa cambiarle a nadie las palabras de su despedida de la vida. Y si a alguien pudiera ocurrÃrsele, caerÃa derrumbado ante sà mismo por faltarle el respeto a quien se despide como se despidió esa mujer. No sé, ni por asomo, cómo se le llama a la forma en que se despidió esa mujer.
Tampoco sé, o no tengo ganas de pensar mucho al respecto, cómo se le llama a que Olga Aredez se haya muerto, justo, al borde de un aniversario, el 29, del golpe de Estado que la terminó de convertir en esa mujer.
Supongo que se llama "sÃmbolo", pero no parece un término que esté a la altura épica de la lucha de esa mujer.
Supongo que "sÃmbolo de cómo se puede llegar a ser invencible" es, apenas,
un poco más adecuado.
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